 Imprimir este documento
   Imprimir este documento  
NOTAS EN ESTA SECCION
Biografía
Juan Facundo Quiroga
Cartas de Facundo Quiroga a Rosas
Barranca Yaco
Facundo, Civilización y Barbarie: Panfleto Épico
Sarmiento: La novela del prócer de cartón
Gloria y loor al gran cipayo argentino
Don Juan Facundo Quiroga - Romance histórico
Facundo y "El Moro"
Hallaron los restos del caudillo Facundo Quiroga (2004)
ENLACES RELACIONADOS
Domingo F. Sarmiento: Facsímil de Facundo (pdf 30 Mb)
LECTURAS RECOMENDADAS
Domingo F. Sarmiento: Facundo (versión estándar en pdf zip 638K)
Benjamín Mansilla: La batalla de Oncativo (doc zip 40K)
   Biografía
Biografía
Artículo en Historia del País: Juan Facundo Quiroga nació en 1778, en San Antonio, departamento de Los Llanos,  en la provincia de La Rioja. A los 16 años comenzó a conducir las arrias de su  padre, el estanciero José Prudencio Ouiroga. Tras un breve paso como voluntario  por el Regimiento de granaderos a caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La  Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra  los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas. En 1818 recibió de Pueyrredón el  título de "benemérito de la Patria" y a fines de ese año intervino  destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.
Juan Facundo Quiroga nació en 1778, en San Antonio, departamento de Los Llanos,  en la provincia de La Rioja. A los 16 años comenzó a conducir las arrias de su  padre, el estanciero José Prudencio Ouiroga. Tras un breve paso como voluntario  por el Regimiento de granaderos a caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La  Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra  los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas. En 1818 recibió de Pueyrredón el  título de "benemérito de la Patria" y a fines de ese año intervino  destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.
A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los llanos, se inició  en La Rioja la preponderancia de Quiroga. Convertido en árbitro de la situación  riojana, contribuyó a colocar en el gobierno provincial a Nicolás Dávila, quien  en ausencia de Quiroga intentó apoderarse de la artillería y el parque de Los  Llanos. El caudiillo derrotó al Gobernador en el combate de El Puesto y aunque  asumió la gobernación sólo por tres meses - 28 de marzo al 28 de Junio de 1823 -  continuó siendo, en los hechos, la suprema autoridad riojana.
Quiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires,  pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños. En esos momentos,  el gobierno de La Rioja se asoció con un grupo de capitalistas nacionales  encabezados por Braulio Costa, a quien se otorgó la concesión para explotar las  minas de plata del cerro de Famatina. Facundo, como comandante del Departamento,  fue también accionista de la compañía y, por el convenio, quedó encargado de  asegurar la explotación, con cuyo producto se acuñaría moneda a través del Banco  de Rescate y la Casa de Moneda de La Rioja. Sin embargo, la designación de  Rivadavia como Presidente de la República, en 1826, alteró estos planes. El  Presidente, que durante su permanencia en Inglaterra había promovido la  formación de una compañía minera, nacionalizó la riqueza del subsuelo y también  la moneda, prohibiendo la acuñación a toda institución que no fuera el Banco  Nacional, por él creado. La reacción de Quiroga fue inmediata. Junto a los otros  gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con  la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el  presidente, enarbolando su famoso lema de Religión o Muerte. Su lucha contra los  unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La  Madrid - usurpador del gobierno de Tucumán - en El Tala y Rincón de Valladares.
|   | 
 Caído Rivadavia, Quiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento  volvió a encender la chispa de la guerra civil. Facundo se convirtió entonces en  figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las  fuerzas unitarias del General Paz. El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban  amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo. En Buenos  Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los  Andes, Al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La  Madrid - el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz - y, ya  en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela. En esos momentos  su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto. Después de participar en  la etapa preparatoria de la campana del desierto realizada por Rosas, permaneció  con su familia en Buenos Aires durante un tiempo. En 1834, a pedido de Maza,  gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre  Salta y Tucumán. En Santiago del Estero se enteró del asesinato de De La Torre,  gobernador salteño. Cumplida su misión en el norte, Quiroga emprendió el regreso  hacia Buenos Aires, desoyendo las advertencias sobre la posibilidad de que se lo  intentara asesinar y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo  Ibarra, el gobernador santiagueño. Su coraje lo condujo, una vez más, a  enfrentarse con la muerte. Pero en esta oportunidad, el Tigre perdió la partida:  en Barranca Yaco fue ultimado por un grupo de asesinos enviados por los hermanos  Reynafé, a la sazón dueños del gobierno de Córdoba.
Fuente: www.historiadelpais.com.ar
  Artículo en Wikipedia, enciclopedia libre:
Artículo en Wikipedia, enciclopedia libre:
Juan Facundo Quiroga, (San Antonio, provincia de La Rioja, 1788 - Barranca  Yaco, provincia de Córdoba, 16 de febrero de 1835), político y caudillo militar  argentino, partidario de un gobierno federal durante las guerras instestinas en  su país, posteriores a la declaración de la independencia.
|    | 
Hijo de un hacendado de la norteña provincia de La Rioja, jefe de las milicias  de la comarca, Facundo Quiroga heredó el título militar de su padre y participó  en las luchas por la independencia.
Establecido el gobierno criollo, aumentó su fortuna mediante la concesión,  obtenida del gobierno local, para explotar las minas de cobre y plata de la  región y acuñar moneda. Cuando el ministro de gobierno de la provincia de Buenos  Aires, Bernardino Rivadavia, licita esas minas a inversores británicos, sobre  las cuales no tenían derechos, más la leva forzada realizada por el general  Gregorio Aráoz de Lamadrid en Tucumán y Catamarca para la Guerra del Brasil, y  el tratado realizado por el gobierno de Buenos Aires (como Representante de las  Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina) con Gran Bretaña por el  cual se establece la libertad religiosa, lo deciden a tomar partido en la lucha  entre unitarios (partidarios de un gobierno liberal fuerte establecido en Buenos  Aires) y federales. Bajo la bandera de Religión o Muerte cae sobre la provincia  de Tucumán, derrota al ejército unitario y toma la provincia de San Juan.
En 1829, tras la toma de la provincia de Córdoba por parte del general unitario  José María Paz, Quiroga invade esa provincia pero es vencido en la batalla de La  Tablada. Refugiado en Buenos Aires, encabeza un ejército que intenta nuevamente  derrocar al general Paz, pero es vencido en la Batalla de Oncativo. Sin embargo,  Quiroga realiza un nuevo intento, en 1831, esta vez evitando la provincia de  Córdoba. Invade las provincias de San Luis y Mendoza a través de territorio  indígena, y esta vez tiene éxito. Desde allí, Quiroga avanza hacia el norte  hasta que vence a los últimos reductos del ejército unitario, liderados por  Lamadrid, en la batalla de La Ciudadela, en la provincia de Tucumán.
Quiroga juega un papel relevante en Buenos Aires en los años siguientes. Allí se  debate si el país debe darse o no una Constitución federal. Quiroga es  partidario de una rápida organización nacional, pero otros caudillos, entre  ellos Rosas, no están de acuerdo, sostienen que aún debe esperarse a que maduren  las condiciones.
Enviado al norte para mediar en un conflicto entre las provincias de Salta y  Tucumán, es emboscado en los breñales de Barranca Yaco y asesinado de un balazo  en un ojo. Su cuerpo es luego tajeado y lanceado. Aunque capturó y ajustició a  los asesinos, encabezados por Santos Pérez (un oficial de las milicias de  Córdoba, los salvajes unitarios intentaron convencer de que Rosas, el poderoso  caudillo bonaerense, estuvo tras el homicidio. No obstante, no hubo pruebas de  ello y el enigma quedó insoluble.
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Facundo_Quiroga
 Artículo en Todo Argentina:
Artículo en Todo Argentina:
 Nació en La Rioja y murió en Barranca Yaco  asesinado, el 16 de febrero de 1835.
Acusado de bárbaro por Sarmiento, conocido por el nombre de "Tigre de los  Llanos", Quiroga jugó un papel prominente en la vida política de la Argentina  (1818-1835).
Combatió contra la constitución centralista de Rivadavia, pero fue derrotado por  los efectivos de éste, bajo el mando de Lamadrid. Sin embargo, por el año 1828,  Quiroga controlaba las provincias norteñas desde Catamarca hasta Mendoza.
Se unió con otros caudillos bajo la firme determinación de establecer el  federalismo, especialmente después de la ejecución de Manuel Dorrego (diciembre  de 1828), de destruir las fuerzas unitarias comandadas por Lavalle, ahora  gobernador de Buenos Aires.
Quiroga sufrió la derrota de manos del general unitario Paz, en La Tablada, el  23 de junio de 1829, y en Oncativo, el 25 de febrero de 1830.
Impedido transitoriamente de regresar, Quiroga vio el modo de pasar furtivamente  a Cuyo en 1831 dirigiéndose rápidamente a Tucumán para hacer frente a las  fuerzas unitarias que se hallaban bajo el mando de Lamadrid, desde que el  general Paz inesperadamente había sido hecho prisionero en El Tío.
La batalla librada en La Ciudadela (famosa fortaleza de Tucumán) el 4 de  noviembre de 1831, concluyó con la victoria de Quiroga y puso término a la  guerra civil, pues Rosas había vencido simultáneamente a Lavalle en Buenos  Aires.
Al trasladarse a Buenos Aires, Quiroga dedicó el resto de su vida a intentos  (solo o con otros federales) de convocar un congreso constituyente para formar  la estructura orgánica de una república federal.
Rosas se opuso enérgicamente a tal designio, arguyendo que una organización  formal de esa naturaleza era prematura e insensata hasta tanto las provincias no  hubieran creado sus estructuras políticas individuales y una saludable vida  institucional, citando el ejemplo de los Estados Unidos, que no admitía que un  territorio tomase plena participación en la vida política nacional hasta haber  formado su propio gobierno. Las discusiones se interrumpieron en 1834 mientras  Quiroga era enviado en una misión pacificadora en la esperanza de que el poder y  prestigio de que gozaba en el norte le permitirían impedir la guerra civil que  se cernía amenazante entre los gobernadores de Tucumán (Felipe Heredia) y Salta  (Pablo Latorre).
Cumplida su misión con éxito y regresando a Buenos Aires, desdeñó obstinadamente  las advertencias sobre conspiración en Córdoba, fue sorprendido y asesinado por  efectivos al mando de Santos Pérez en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835.
La azorada opinión pública dividió las inculpaciones del crimen entre Rosas,  López y los hermanos Reinafé, pero José Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba,  su hermano, Santos Pérez y otros fueron convictos de la conspiración y  ejecutados (1836).
La muerte de Quiroga dejó a Rosas como única autoridad subsistente.
Fuente: www.todo-argentina.net
   Juan  Facundo Quiroga
Juan  Facundo Quiroga
Fue grande. Estaba hecho de la sustancia de los grandes conductores, con su  intuición incomparable, el conocimiento de sus paisanos que le había dado un  intenso comercio con los hombres, su valentía y ese magnetismo que le infundía  calidades de jefe nato.
Juan Facundo Quiroga pudo ser la gran figura de la organización nacional. Lo  traicionó su salud, lo domesticó Rosas, y Buenos Aires gastó su impulso vital.
EL Tigre de los Llanos fue un hombre excepcional. Descubrir esta condición fue  el gran mérito de Sarmiento. El sanjuanino plagó su "Facundo" de errores,  infundidos y mentiras pero acertó en lo sustancial al revelar la naturaleza  impar del personaje y lo demoníaco e infernal de su índole secreta. Lo demoníaco  en los imprevistos, que es una de sus singularidades mágicas: aparecer a diez  cuadras del campamento de Lamadrid cuando todos lo hacen a cien leguas, o caer  de improvista en la fiesta donde los unitarios de La Rioja celebran su derrota  de La Tablada.
Facundo nació en 1788 en San Antonio, un caserío situado al pie de la sierra de  los Lanos de La Rioja (esa región no es una llanura, sino una comarca, el nombre  le viene de la Sierra de los Llanos que domina la zona, cuya toponimia deriva de  una vieja familia pobladora).
Su padre era un importante hacendado de la región: durante varios años fue  capitán de las milicias de la comarca y su hijo empezó su carrera militar  heredando el cargo. Esto ocurrió en 1816 cuando Facundo tenía 28 años. Hasta  entonces había sido un mozo andariego y jugador. También estuvo en Buenos Aires,  según parece como enganchado del Regimiento de Granaderos a Caballo, siempre  guardó una particular consideración por San Martín.
Pero hacia 1817 terminan las andanzas juveniles de Quiroga, ahora es capitán de  las milicias de los Llanos, contrae matrimonio y se dedica a las tares rurales.
Su personalidad, sus aventuras juveniles y su cargo lo han convertido en un  hombre importante dentro de la política provincial.
Las facciones oligárquicas que pugnan por el poder en La Rioja la halagan y lo  llaman para contar con el apoyo del cuerpo de "llanistas" que comanda. Así  contribuye a deponer el gobernador Ocampo y a instalar a Dávila, al que  derrocará dos años después en 1823. Para esa época había reforzado sus milicias  con una parte del batallón de Cazadores de los Andes, que venían desde San Juan  sublevado y al que Quiroga derrotó quedándose con parte del contingente. Para  esa época, también había ayudado a sofocar la sublevación de los españoles  prisioneros en San Luis.
Su fama se extendía por Cuyo y el Noroeste como el hombre fuerte de La Rioja.
Dueño virtual de la situación provincial, Quiroga declina la gobernación y se  dedica a enriquecerse. Aumenta el giro de sus negocios, funda una empresa local  para la explotación de las minas del Famatina y acuñación de monedas y obtiene  de la Legislatura catamarqueña la concesión de los yacimientos mineros de esa  provincia.
Las cosas que están pasando en el país lo obligan a asomarse al escenario  nacional.
Los desaciertos de los unitarios, empeñados en organizar el país en un sistema  de centralismo y la torpe política de Rivadavia le hacen comprender que los  hombres como él deben defenderse para no ser barridos. Le informan que Rivadavia  ha concedido la explotación del Famatina a una compañía inglesa que él mismo ha  promovido; con el pretexto de la guerra con Brasil, Lamadrid, que fue enviado  por el Congreso a Tucumán para enganchar soldados, ha derrocado al gobernador  federal y se prepara a liquidar todas las situaciones provinciales que pueden  resistir el plan unitario. El cordobés Bustos, el santiagueño Ibarra y el  riojano Quiroga serán los primeros destinatario del golpe, todos lo saben pero  el Congreso aparenta ignorarlo.
Quiroga intuye que los pueblos desprecian ese régimen que ataca la religión  tradicional, roba fuentes de trabajo al interior, agrede las autonomías  conquistadas el año 20 y estafa los anhelos de Constitución. Se lanza sobre  Tucumán. En la primera campaña fuera de su provincia que afirmará el naciente  mito de Facundo. En pocas semanas deshace al gobernador de Catamarca (aliado  deLamadrid), y derrota al jefe unitario en el Tala. Luego ocupa Tucumán por uno  o dos meses para retornar hacia Cuyo.
Basta su aproximación a San Juan para que caiga el gobierno unitario local:  basta los mendocinos sepan que Quiroga está en la provincia vecina para que su  gobierno se pronuncie contra su Constitución unitaria que acaba de sancionar el  Congreso. En cuatro meses, Quiroga a sublevado todo Cuyo y el Noroeste contra  Rivadavia, tal como Ramírez seis años antes, todo el litoral contra el  Directorio.
Pero Lamadrid ha vuelto a hacerse fuerte en Tucumán: se prepara a atacar  Santiago, contando con la ayuda de unos mercenarios colombianos. Quiroga  descansa en San Antonio y luego se abalanza sobre Lamadrid. En julio de 1827,  con la batalla del Rincón, el régimen presidencialista desaparece: Rivadavia  renuncia, el congreso se disuelve, la provincia de Buenos Aires recupera su  autonomía. Con una bandera negra que dice "Religión o Muerte", el riojano ha  destruido el plan unitario. Se ha convertido en el jefe virtual del partido  federal y su influencia es decisiva en una liga de once provincias creada para  integrar un nuevo Congreso que constituya el país bajo el sistema federal.
Pero un año después el país se ve de nuevo convulsionado. Los unitarios inducen  a Lavalle a tomar el poder por asalto. El fusilamiento del gobernador de Buenos  Aires indigna a la nación y enajena todo apoyo popular al golpe: pero los  unitarios cuentan con un hombre inteligente y resuelto, el General José María  Paz. El manco marcha al interior para reducir a las provincias mientras Lavalle,  en Buenos Aires, se va enredando en las intrigas de Rosas.
En el invierno de 1829 avanza Quiroga desde La Rioja para enfrentar a Paz, otra  vez la parte más pesada en la lucha contra los unitarios. Hábilmente elude  Quiroga el ejército enemigo, lo deja atrás y ocupa Córdoba sin disparar un tiro,  mediante un convenio con defensores. Luego espera al manco en las afueras,  conforme al compromiso contraído con la guarnición rendida. En La Tablada se  traba la lucha tremenda y agotadora, dura tres días, participa en ella: el  Chacho, enlazando los cañones enemigos. Es el primer desastre. Quiroga retorna a  su provincia. Cuando llega a La Rioja se entera que los unitarios festejan su  derrota. Su rabia se desata: hace fusilar a diez caracterizados vecinos. Luego  organiza un nuevo ejército. Mientras tanto Lavalle termina por exiliarse vencido  por las intrigas en que durante un año lo envolvió Rosas. (mapa nº9).
Ahora es el Restaurador de las Leyes quien domina la primera provincia del  país…y su pingüe aduana. Por su parte, Estanislao López entra en tratativas con  Paz un agravio que facundo no olvidará. Se instala en San Juan, enfermo, lo  acompaña su familia, y desde allí dirige la reconstitución de su ejército. Todos  los medios son buenos para reconstituir el mismo: contribuciones forzosas,  amenazas. Baja luego a Mendoza para concentrar sus efectivos y seis mese después  de La Tablada está en condiciones de volver a dar batalla al jefe unitario. A  fines de febrero las tropas de Quiroga están de nuevo a pocas leguas de Córdoba,  en Oncativo esperando el resultado de una comisión mediadora. Súbitamente el  campamento es atacado por Lamadrid, segundo de Paz, que ardía en deseos de  venganza. Cada cual escapa por donde puede. Facundo toma el camino de Buenos  Aires: Paz le había infligido una nueva derrota. Ahora, todo el interior queda a  merced de los jefes unitarios.
Cuando llega a Buenos Aires, Rosas le recibe triunfalmente, y comienza un asedio  que termina por rendir al riojano ante su astucia. Durante el año 30, vive  Facundo en Buenos Aires, preocupado por su mujer y sus hijos, que debieron pasa  a Chile ante la aproximación de los unitarios, y furioso por el saqueo que  Lamadrid hace en San Antonio, y por las vejaciones que tiene que sufrir su  madre. Durante su estancia su aspecto personal se modifica. Se afeita la barba,  usa trajes cortados por los mejores sastres y alterna con la sociedad porteña  sin problemas. Su figura es habitual en el juego donde pierde cantidades de  onzas de oro. Hace la vida sosegada y divertida de un hacendado rico en la  ciudad pero anhela enfrentar de nuevo a Paz.
Sin embargo no tiene ejército, sus recursos se están agotando, su salud no es  buena; entre tanto Paz, sigue ocupando provincias y persiguiendo a los amigos de  Quiroga.
El riojano decide salir, en la que va a ser su más increíble campaña. En enero  de 1831 los gobernadores de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos firman el "Pacto  Federal": que expresa el propósito de constituir la nación bajo el sistema que  desean los pueblos, para ello la única fuerza adversa que había que desaparecer  era Paz. Ésta será la misión de Quiroga…
Rosas y López arman lentamente sus tropas y avanzan sobre Córdoba. Facundo en  Buenos Aires recluta un centenar de voluntarios y unos doscientos forajidos  extraídos de las cárceles y comisarías de campaña que formarán: La División  Auxiliar de los Andes.
Un mes después de firmado el Pacto Federal, sale Quiroga de pergamino, llega a  Río Cuarto y toma el pueblo; luego derrota a Pringles en Río Quinto y ocupa San  Luis. En Rodeo del Chacón lo enfrenta uno de los mejores lugartenientes de Paz:  Quiroga debe dirigir la batalla desde una carreta, torturado por el reuma.  Triunfa: Mendoza es suya. Refuerza sus huestes con hombres, con dinero y  animales. Luego sube a San Juan y se reúne con su familia, que retornan de  Chile, después baja a Mendoza nuevamente, y allí se entera que han asesinado a  Villafañe, su viejo camarada, el hombre que le guarda las espaldas en La Rioja.  Se enloquece Quiroga. Y pagan por este asesinato los prisioneros del Chacón; los  veintisiete oficiales unitarios que son fusilados sin saber por qué.
El remordimiento por este hecho, estará en el ánimo de Facundo hasta su muerte.
Llega a Mendoza la noticia increíble: Paz ha caído prisionero de López. Tendrá  que ser con Lamadrid el encuentro. Quiroga avanza hacia Tucumán, donde Lamadrid  lo espera con el resto de las fuerzas de Paz. Los dos ejércitos se avistan en la  ciudadela; en noviembre de 1831, dos horas dura la lucha; finalmente el ejército  unitario abandona las líneas y sus jefes huyen hacia las fronteras de Bolivia.  La guerra civil que comenzó tres años antes, con el fusilamiento de Dorrego, ha  quedado cerrada.
Si bien Facundo reconquisto su influencia en el panorama nacional, no está  contento; la suerte le permitió a López quedarse con Córdoba, cuando en justicia  la provincia debería haber ingresado al sistema de las adictas a Quiroga. Pronto  gobernarán allí los Reynafé, clan arribista protegido por el santafesino y los  amigos de Quiroga serán sordamente hostilizados. Además Facundo se enteró que  López se quedó con su caballo (por el que sentía una increíble debilidad) al  apropiarse del botín del ejército vencido.
Y para completar el amigo Rosas anda chicaneando la reunión del Congreso  previsto por el Pacto Federal y demorando la organización del País.
Después de cerrar este ciclo de la lucha civil, retorna a su provincia desde  Tucumán, y luego a San Juan. Allí lo reclama otra empresa: la expedición contra  los indios del sur, que aprovechando las continuas luchas civiles de los  cristianos están creciendo en osadía. Pero no podrá dirigirla aunque figure como  su director: el reuma lo tiene a mal traer. Será Rosas quien emprenda la  conquista del Desierto. (mapa nº10).
Casi todo el año 33 vive Quiroga en San Juan o Mendoza, en alternativas penosas  de salud manteniendo correspondencia con sus amigos de todo el país y ayudando  al éxito de la expedición contra los indios.
A fines de 1833 llega a Buenos Aires conduciendo la División de Auxiliares de  los Andes, que devolverá formalmente al gobierno de Buenos Aires. Ahora viene  con su familia a instalarse definitivamente. Rosas ha terminado su mandato el  año anterior, y existe una dura lucha por el poder entre federales netos y  lomonegros.
En esta lucha Rosas necesita más que nunca de la amistad de Quiroga, y este se  la brinda aunque se niega a hospedarse en la residencia de Rosas.
El año 34 asiste a la completa transformación de Facundo. Él y su familia se  relacionan con la sociedad porteña. Facundo expone ideas de conciliación,  defiende a sus adversarios en las conversaciones; intenta saludar y ayudar a  Rivadavia que ha regresado de su exilio sin lograr desembarcar en Buenos Aires.  De vez en cuando tiene diálogos ásperos con Rosas. No ostenta ninguna  representación ni tiene ejército a su mando, pero su palabra pesa.
Todo el país clama por la constitución, el partido unitario ha desaparecido,  nadie se opone a la organización federal de la República. La legislatura de  Mendoza invita a San Juan y San Luis a unirse para entrar en la Federación bajo  la protección de Quiroga. Muchos federales que temen a Rosas, piensan que el  riojano puede ser una solución viable. Quiroga está a favor de una rápida  organización del país, pero tampoco ignora la tesis de su amigo Rosas y jamás lo  contradice públicamente, a partir de 1833. La tesis de Rosas afirma que el país  no está en condiciones de constituirse; que hay que dejar que el tiempo facilite  una evolución natural hacia la organización definitiva.
En diciembre de 1834 emprende Quiroga un viaje al norte. Había estallado un  guerra local entre Salta y Tucumán, el gobernador provisorio de Buenos Aires  pide a Quiroga que intervenga como mediador en el conflicto. Rosas se suma al  pedido. Facundo acepta pese a su enfermedad.
Se dirige hacia el norte, no quiere escolta. Los gauchos bonaerenses,  santafesinos, cordobeses caen a las postas del camino para ver pasar al famoso  general.
En Nochebuena llega a Córdoba: no quiere quedarse, en poco más de dos semanas  llega a Santiago. Antes de arribar se entera que la guerra entre salteños y  tucumanos ha terminado. Pero su viaje no ha de ser inútil. Durante el mes de  enero se reúnen en Santiago bajo su presidencia, los representantes de las  provincias del Norte y convienen oponerse a todo intento de segregación de  Jujuy, factor oculto de esta querella local que debía mediar Quiroga.
El seco verano santiagueño alivia sus males. En vísperas de su regreso alcanza a  recoger algunos rumores sobre extraños movimientos de los Reynafé: vagos planes  para matarlo, y que la rapidez de su viaje había frustrado.
Quiroga sabe que los gobernantes de Córdoba lo odian. El 13 de febrero parte de  Santiago, el pueblo avisa en cada posta el peligro que lo aguarda apenas cruce  el límite de Córdoba. El ciego empecinamiento del general, su negativa a  desviarse, a aceptar una escolta, la espera de la partida de asesinos en los  solitarios breñales de Barranca Yaco. El 16 de febrero de 1835 al medio día lo  voltea un pistoletazo en el ojo y después le cargan el cuerpo, ya exámine de  tajos y puntazos. Facundo Quiroga muere en Barranca Yaco: su temeridad  inconsciente le llevó a la muerte. Después de una tormenta de verano encuentran  la diligencia a unas cuadras del camino, vacía y ensangrentada, y los cuerpos  diseminados de Facundo y sus compañeros.
La noticia golpea fuerte en todo el país. La intuición popular señala desde el  principio el clan gobernante de Córdoba: partidas de llanistas riojanos invaden  el noroeste cordobés, clamando venganza. Pero el responsable moral del crimen no  aparecerá nunca. Rosas procesó y condenó a los autores materiales del crimen:  Santos Pérez, sus compañeros y los Reynafé.
¿Quién los habría mandado? Los sospechosos son muchos. Indudablemente, en este  momento de la vida política del país, para Rosas el mejor Quiroga, es un Quiroga  muerto. Y muerto de ese modo, bárbara y misteriosamente. Cuando llega la noticia  del crimen a Buenos Aires, Rosas acepta ser gobernador, se hace conceder la Suma  del Poder Público y promete tremendas venganzas contra los unitarios. Pero fuera  del buen provecho que sacó a lo de Barranca Yaco, no hay ningún indicio serio de  su culpabilidad. (mapa nº11).
El santafesino López y su ministro Cullen - habilidoso en intrigas - intentan al  principio una débil defensa de los Reynafé: la verdad es que López y su ministro  tuvieron sospechosas entrevistas con los cordobeses antes de la tragedia, la  cual se festejó en Santa Fe sin el menor pudor y era notoria la malquerencia  entre Quiroga y el santafesino. Pero nada más, no hay otra prueba. En cuanto a  los unitarios no tenían ningún motivo para eliminar a Quiroga. El enigma  subsiste y probablemente no se devele jamás.
Fuente: www.oni.escuelas.edu.ar
   Cartas de Facundo Quiroga a Juan Manuel de Rosas
Cartas de Facundo Quiroga a Juan Manuel de Rosas
Los caudillos asumirían un rol de intermediación con respecto al pueblo  soberano, que las minorías ilustradas de las ciudades no podrían alcanzar. Su  autoridad devendría de su condición de héroe, de arquetipo humano y, al mismo  tiempo, de compartir la aguerrida y dura vida militar con sus subordinados, al  margen de las fracciones ideológicas que regían la época. En las presentes  correspondencias, el debate gira en torno a la necesidad o no de constituir una  Comisión Representativa que moderaría el poder de los gobernadores porteños  frente a las demás provincias y en las diferencias entre ambos caudillos.
Tucumán, enero 12 de 1832
SEÑOR DON JUAN MANUEL DE ROSAS.
Amigo de todo mi aprecio: contestando a su favorecida del 14 de diciembre digo a  usted: que el no haberle dicho nada del parecer que me pedía en su apreciable de  4 de octubre con respecto a la formación de la Comisión Representativa y de la  oportunidad para la reunión del Congreso, fue creyendo que mi silencio mismo le  debía hacer entender el motivo; pero ya que no lo ha comprendido se lo explicaré  claro y terminante. Usted sabe, porque se lo he dicho varias veces, que yo no  soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que  mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos  constantemente pronunciada por el sistema Federal; por cuya causa he combatido  con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la  opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República; y siendo esto  así, como efectivamente lo es, ¿cómo podré yo darle mi parecer en un asunto en  que por las razones que llevo expuestas necesito explorar a fondo la opinión de  las provincias, de las que jamás me he separado, sin embargo, de ser opuesta a  la de mi individuo? Aguarde pues un momento, me informaré y sabré cuál es el  sentimiento o parecer de los pueblos y entonces se lo comunicaré, puesto que es  justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o  pretenda en contrario, será violentarlos, y aun cuando se consiguiese por el  momento lo que se quiera, no tendría consistencia, porque nadie duda de todo lo  que se hace por la fuerza o arrastrado de un influjo no puede tener duración  siempre que sea contra el sentimiento general de los pueblos(...)
Saluda a usted con la consideración que acostumbra, su amigo afectísimo que besa  su mano.
JUAN FACUNDO QUIROGA
Tucumán, enero 12 de 1832
Señor Don Juan Manuel de Rosas
Muy señor mío y amigo: tengo a la vista su favorecida de 13 del pasado que voy a  contestar en cuatro palabras diciendo a usted que en balde se ha mortificado en  explanar sus ideas y razones para convencerme que debo retrogradar en mi  resolución, así que usted ha tenido bastante motivo para conocer, que no sé  volver atrás en mis propósitos. Usted me dice que no pertenezco a mí mismo; pero  yo quisiera que usted me diga a quién pertenecía Don Juan Manuel Rosas, y Don  Estanislao López, cuando hicieron la guerra al Ejército sublevado a consecuencia  de orden de la Convención Nacional y cuál la causa porqué dejaron las armas de  la mano estando existente el motivo porque las empuñaron, y cuál la razón porque  se me abandonó, y se me dejó solo en el campo del compromiso, y si era o no  honroso a la República que si bien se ponen en la balanza de la justicia, nadie  es responsable sino ustedes de cuanta sangre se ha vertido, y de tantas fortunas  arruinadas; pero como nadie ve la paja en su ojo, no advierten que se  contentaban con tranquilizar las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, dejando  al resto de las demás bajo el yugo de la opresión, y ahora sólo yo debo ser  quien voy a causar perjuicios a la República con mi separación del mando, bien  que no dejan de tener razón en parte, pues que por sí solos no arribarían al  objeto que se proponen, si yo separado del mando quisiera desentenderme  enteramente de trabajar por el bien del país, en que no cesaré, puesto que para  ello ya no es preciso tener la lanza enristrada, y puede ser, sin ser milagro,  que recién me haya colocado en una posición en que pueda ser útil al país en  general como pronto lo veremos, explorada que sea a fondo la voluntad de las  provincias en orden a la constitución de la República.
Páselo usted bien y mande a su afectísimo servidor y amigo que besa su mano.
JUAN FACUNDO QUIROGA
[ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. 5-28-2-1]
   Barranca Yaco
Barranca Yaco
Acerca de los episodios conocidos como Barranca Yaco donde resultaría asesinado  el federal Juan Facundo Quiroga.
El 16 de febrero de 1835, en el paraje cordobés de Barranca Yaco, una partida al  mando de Santos Pérez asesinó alevosamente al brigadier general don Juan Facundo  Quiroga (nacido en 1788 en San Antonio, un caserío situado al pie de la sierra  en La Rioja).
Una década después Domingo Faustino Sarmiento publicó Facundo, civilización y  barbarie, una de las obras más singulares y significativas de la literatura  hispanoamericana. Plagada de falacias y mentiras para denigrar al gran caudillo  y para desacreditar el régimen rosista, se inscribe sin embargo en la gran  tradición militante de nuestras mejores letras, junto a los cielitos de Hidalgo  y El Matadero, e incluso el mismísimo Martín Fierro. Y es que pese a su polémico  y enérgico alegato político opositor, nos trasmite, aún a pesar del propio  autor, la grandeza y los latidos auténticos del espíritu estremecedor del Tigre  de los Llanos.
Transcribimos algunos párrafos introductorios y su dramático relato de Barranca  Yaco.
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el  ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida  secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble  pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica  muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar  diversos senderos en el desierto, decían: "¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡El  vendrá!". ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares,  en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento:  su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él  era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema,  efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta  metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la  faz del mundo como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre, que ha  aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos, los  hombres y las cosas.
Facundo, en fin, siendo lo que fue, no por un accidente de su carácter, sino por  antecedentes inevitables y ajenos de su voluntad, es el personaje histórico más  singular, más notable, que puede presentarse a la contemplación de los hombres  que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social no es más  que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las  necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su  historia.
El hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza  con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac,  la silla, la capa, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la  campaña.
Los argentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen  una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos  les echan en cara esta vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y  arrogancia. Creo que el cargo no es del todo infundado, y no me pesa de ello.  ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para ése no se han hecho las  grandes cosas!
El vencedor de la Ciudadela [Quiroga a Lamadrid en 1831] ha empujado fuera de  los confines de la República a los últimos sostenedores del sistema unitario.  Las mechas de los cañones están apagadas y las pisadas de los caballos han  dejado de turbar el silencio de la Pampa. Facundo ha vuelto a San Juan y  desbandado su ejército, no sin devolver en efectos de Tucumán, las sumas  arrancadas por la violencia a los ciudadanos. ¿Qué queda por hacer? La paz es  ahora la condición normal de la República, como lo había sido antes un estado  perpetuo de oscilación y de guerra.
Las conquistas de Quiroga habían terminado por destruir todo sentimiento de  independencia en las provincias, toda regularidad en la administración. El  nombre de Facundo llenaba el vacío de las leyes; la libertad y el espíritu de  ciudad habían dejado de existir, y los caudillos de provincias reasumídose en  uno general, para una porción de la República. Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca,  La Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis reposaban, más bien que se movían, bajo  la influencia de Quiroga.
¿Cuál es el pensamiento secreto de Quiroga? ¿Qué ideas lo preocupan desde  entonces? El no es gobernador de ninguna provincia; no conserva ejército sobre  las armas; tan sólo le quedaba un nombre reconocido y temido en ocho provincias  y un armamento. A su paso por La Rioja, ha dejado escondidos en los bosques,  todos los fusiles, sables, lanzas y tercerolas que ha recolectado en los ocho  pueblos que ha recorrido; pasan de doce mil armas. Un parque de veinte y seis  piezas de artillería queda en la ciudad, con depósitos abundantes de municiones  y fornituras; diez y seis mil caballos escogidos van a pacer en la quebrada de  Huaco, que es un inmenso valle cerrado por una estrecha garganta. La Rioja es,  además de la cuna de su poder, el punto central de las provincias que están bajo  su influencia. A la menor señal, el arsenal aquel proveerá de elementos de  guerra a doce mil hombres. Y no se crea que lo de esconder los fusiles en los  bosques es una ficción poética. Hasta el año 1841, se han estado desenterrando  depósitos de fúsiles, y créese todavía, aunque sin fundamento, que no se han  exhumado todas las armas escondidas bajo la tierra, entonces.
El interior tenía, pues, un jefe; y el derrotado de Oncativo [la victoria del  unitario José María Paz sobre Quiroga en febrero de 1830], a quien no se habían  confiado otras tropas en Buenos Aires que unos centenares de presidarios, podía  ahora mirarse como el segundo, si no el primero, en poder.
Una poderosa expedición de que él se había nombrado jefe [Juan Manuel de Rosas y  su Campaña del desierto] , se había organizado durante el último período de su  gobierno, para asegurar y ensanchar los límites de la provincia hacia el sur,  teatro de las frecuentes incursiones de los salvajes. Debía hacerse una batida  general bajo un plan grandioso; un ejército compuesto de tres divisiones obraría  sobre un frente de cuatrocientas leguas, desde Buenos Aires hasta Mendoza.  Quiroga debía mandar las fuerzas del interior, mientras que Rosas seguiría la  costa del Atlántico con su división.
En estas transacciones se hallaba la ciudad de Buenos Aires y Rosas [el  ofrecimiento del gobierno por la Sala de Representantes tras la renuncia de  Viamonte y del doctor Maza, y el reclamo de la suma del poder público], cuando  llega la noticia de un desavenimiento entre los gobiernos de Salta, Tucumán y  Santiago del Estero, que podía hacer estallar la guerra. Cinco años van corridos  desde que los unitarios han desaparecido de la escena política, y dos desde que  los federales de la ciudad, los lomos negros, han perdido toda influencia en el  Gobierno; cuando más, tienen valor para exigir algunas condiciones que hagan  tolerable la capitulación.
Sus relaciones con López de Santa Fe son activas, y tiene además, una entrevista  en que conferencian ambos caudillos; el Gobierno de Córdoba está bajo la  influencia de López, que ha puesto, a su cabeza, a los Reinafé. Invítase a  Facundo a ir a interponer su influencia, para apagar las chispas que se han  levantado en el norte de la República; nadie sino él está llamado para  desempeñar esta misión de paz. Facundo resiste, vacila; pero se decide al fin.  El 18 de diciembre de 1835 sale de Buenos Aires, y al subir a la galera dirige,  en presencia de varios amigos, sus adioses a la ciudad. "Si salgo bien -dice,  agitando la mano-, te volveré a ver; si no, ¡adiós para siempre!" ¿Qué  siniestros presentimientos vienen a asomar en aquel momento a su faz lívida, en  el ánimo de este hombre impávido? ¿No recuerda el lector algo parecido a lo que  manifestaba Napoleón al partir de las Tullerías, para la campaña que debía  terminar en Waterloo?
Apenas ha andado media jornada, encuentra un arroyo fangoso que detiene la  galera. El vecino maestre de posta acude solícito a pasarla: se ponen nuevos  caballos, se apuran todos los esfuerzos, y la galera no avanza. Quiroga se  enfurece, y hace uncir a las varas, al mismo maestro de posta. La brutalidad y  el terror vuelven a aparecer desde que se halla en el campo, en medio de aquella  naturaleza y de aquella sociedad semibárbara.
Vencido aquel primer obstáculo, la galera sigue cruzando la pampa, como una  exhalación; camina todos los días hasta las dos de la mañana, y se pone en  marcha de nuevo a las cuatro. Acompáñanle el doctor Ortiz, su secretario, y un  joven conocido, a quien a su salida encontró inhabilitado de ir adelante, por la  fractura de las ruedas de su vehículo. En cada posta a que llega, hace preguntar  inmediatamente: "¿A qué hora ha pasado un chasque de Buenos Aires? -Hace una  hora. -¡Caballos sin pérdida de momento!" -grita Quiroga. Y la marcha continúa.  Para hacer más penosa la situación, parecía que las cataratas del cielo se  habían abierto; durante tres días, la lluvia no cesa un momento, y el camino se  ha convertido en un torrente.
Al entrar en la jurisdicción de Santa Fe, la inquietud de Quiroga se aumenta, y  se torna en visible angustia, cuando en la posta de Pavón sabe que no hay  caballos y que el maestre de posta está ausente. El tiempo que pasa antes de  procurarse nuevos tiros es una agonía mortal para Facundo, que grita a cada  momento: "¡Caballos! ¡Caballos!" Sus compañeros de viaje nada comprenden de este  extraño sobresalto, asombrados de ver a este hombre, el terror de los pueblos,  asustadizo ahora y lleno de temores, al parecer, quiméricos. Cuando la galera  logra ponerse en marcha, murmura en voz baja, como si hablara consigo mismo: "Si  salgo del territorio de Santa Fe,"no hay cuidado por lo demás". En el paso del  Río Tercero, acuden los gauchos de la vecindad a ver al famoso Quiroga, y pasan  la galera, punto menos que a hombros.
Últimamente, llega a la ciudad de Córdoba, a las nueve y media de la noche, y  una hora después del arribo del chasque de Buenos Aires, a quien ha venido  pisando desde su salida. Uno de los Reinafé acude a la posta, donde Facundo está  aún en la galera, pidiendo caballos, que no hay en aquel momento; salúdalo con  respeto y efusión; suplícale que pase la noche en la ciudad, donde el Gobierno  se prepara a hospedarlo dignamente. "¡Caballos necesito!", es la breve respuesta  que da Quiroga. "¡Caballos!", replica a cada nueva manifestación de interés o de  solicitud de parte de Renaifé, que se retira, al fin, humillado, y Facundo parte  para su destino, a las doce de la noche.
La ciudad de Córdoba, entretanto, estaba agitada por los más extraños rumores:  los amigos del joven que ha venido, por casualidad, en compañía de Quiroga, y  que se queda en Córdoba, su patria, van en tropel a visitarlo. Se admiran de  verlo vivo, y le hablan del peligro inminente de que se ha salvado. Quiroga  debía ser asesinado en tal punto; los asesinos son N. y N.; las pistolas han  sido compradas en tal almacén; han sido vistos N. y N. para encargarse de la  ejecución, y se han negado. Quiroga los ha sorprendido con la asombrosa rapidez  de su marcha, pues no bien llega el chasque que anuncia su próximo arribo,  cuando se presenta él mismo y hace abortar todos los preparativos. Jamás se ha  premeditado un atentado con más descaro; toda Córdoba está instruida de los más  mínimos detalles del crimen que el Gobierno intenta, y la muerte de Quiroga es  el asunto de todas las conversaciones.
Quiroga, en tanto, llega a su destino, arregla las diferencias entre los  gobernantes hostiles y regresa por Córdoba, a despecho de las reiteradas  instancias de los gobernadores de Santiago y Tucumán, que le ofrecen una gruesa  escolta para su custodia, aconsejándole tomar el camino de Cuyo para regresar.  ¿Qué genio vengativo cierra su corazón y sus oídos y le hace obstinarse en  volver a desafiar a sus enemigos, sin escolta, sin medios adecuados de defensa?  ¿Por qué no toma el camino de Cuyo, desentierra sus inmensos depósitos de armas  a su paso por La Rioja y arma las ocho provincias que están bajo su influencia?  Quiroga lo sabe todo: aviso tras aviso ha recibido en Santiago del Estero; sabe  el peligro de que su diligencia lo ha salvado; sabe el nuevo y más inminente que  le aguarda, porque no han desistido sus enemigos del concebido designio. "¡A  Córdoba!", grita a los postillones, al ponerse en marcha, como si Córdoba fuese  el término de su viaje. Antes de llegar a la posta del Ojo de Agua, un joven sale del bosque y se dirige  hacia la galera, requiriendo al postillón que se detenga. Quiroga asoma la  cabeza por la portezuela, y le pregunta lo que se le ofrece. "Quiero hablar al  doctor Ortiz". Desciende éste, y sabe lo siguiente: "En las inmediaciones del  lugar llamado Barranca Yaco está apostado Santos Pérez con una partida; al  arribo de la galera deben hacerle fuego de ambos lados y matar en seguida de  postillones arriba; nadie debe escapar; ésta es la orden". El joven, que ha sido  en otro tiempo favorecido por el doctor Ortiz, ha venido a salvarlo; tiéne el  caballo allí mismo para que monte y se escape con él; su hacienda está  inmediata. El secretario, asustado, pone en conocimiento de Facundo lo que acaba  de saber, y lo insta para que se ponga en seguridad. Facundo interroga de nuevo  al joven Sandivaras, le da las gracias por su buena acción, pero lo tranquiliza  sobre los temores que abriga. "No ha nacido todavía -le dice en voz enérgica- el  hombre que ha de matar a Facundo Quiroga. A un grito mío, esa partida, mañana,  se pondrá a mis órdenes y me servirá de escolta hasta Córdoba. Vaya usted,  amigo, sin cuidado".
Antes de llegar a la posta del Ojo de Agua, un joven sale del bosque y se dirige  hacia la galera, requiriendo al postillón que se detenga. Quiroga asoma la  cabeza por la portezuela, y le pregunta lo que se le ofrece. "Quiero hablar al  doctor Ortiz". Desciende éste, y sabe lo siguiente: "En las inmediaciones del  lugar llamado Barranca Yaco está apostado Santos Pérez con una partida; al  arribo de la galera deben hacerle fuego de ambos lados y matar en seguida de  postillones arriba; nadie debe escapar; ésta es la orden". El joven, que ha sido  en otro tiempo favorecido por el doctor Ortiz, ha venido a salvarlo; tiéne el  caballo allí mismo para que monte y se escape con él; su hacienda está  inmediata. El secretario, asustado, pone en conocimiento de Facundo lo que acaba  de saber, y lo insta para que se ponga en seguridad. Facundo interroga de nuevo  al joven Sandivaras, le da las gracias por su buena acción, pero lo tranquiliza  sobre los temores que abriga. "No ha nacido todavía -le dice en voz enérgica- el  hombre que ha de matar a Facundo Quiroga. A un grito mío, esa partida, mañana,  se pondrá a mis órdenes y me servirá de escolta hasta Córdoba. Vaya usted,  amigo, sin cuidado".
Facundo, con gesto airado y palabras groseramente enérgicas, le hace entender  [al doctor Ortiz] que hay mayor peligro en contrariarlo allí, que el que le  aguarda en Barranca Yaco, y fuerza es someterse sin más réplica. Quiroga manda a  su asistente, que es un valiente negro, a que limpie algunas armas de fuego que  vienen en la galera y las cargue: a esto se reducen todas sus precauciones.
Llega el día, por fin, y la galera se pone en camino. Acompáñale, a más del  postillón que va en el tiro, el niño aquel, dos correos que se han reunido por  casualidad y el negro, que va a caballo. Llega al punto fatal, y dos descargas  traspasan la galera por ambos lados, pero sin herir a nadie; los soldados se  echan sobre ella, con los sables desnudos, y en un momento inutilizan los  caballos y descuartizan al postillón, correos y asistente. Quiroga entonces  asoma la cabeza, y hace, por el momento, vacilar a aquella turba. Pregunta por  el comandante de la partida, le manda acercarse, y a la cuestión de Quiroga  "¿Qué significa esto?", recibe por toda contestación un balazo en un ojo, que le  deja muerto.
Entonces Santos Pérez atraviesa repetidas veces con su espada al malaventurado  secretario y manda, concluida la ejecución, tirar hacia el bosque la galera  llena de cadáveres, con los caballos hechos pedazos, y el postillón, que con la  cabeza abierta se mantiene aún a caballo. "¿Qué muchacho es éste? -pregunta,  viendo al niño de posta, único que está vivo-.
-Este es un sobrino mío -contesta el sargento de la partida-; yo respondo de él  con mi vida". Santos Pérez se acerca al sargento, le atraviesa el corazón de un  balazo, y en seguida, desmontándose, toma de un brazo al niño, lo tiende en el  suelo y lo degüella, a pesar de sus gemidos de niño que se ve amenazado de un  peligro.
Este último gemido del niño es, sin embargo, el único suplicio que martiriza a  Santos Pérez; después, huyendo de las partidas que lo persiguen, oculto en las  breñas de las rocas, o en los bosques enmarañados, el viento le trae al oído el  gemido lastimero del niño. Si a la vacilante claridad de las estrellas se  aventura a salir de su guarida, sus miradas inquietas se hunden en la oscuridad  de los árboles sombríos, para cerciorarse de que no se divisa en ninguna parte  el bultito blanquecino del niño; y cuando llega al lugar donde hacen encrucijada  dos caminos, lo arredra ver venir por el que él deja, al niño animando su  caballo. Facundo decía también que un solo remordimiento lo aquejaba: la muerte  de los veintiséis oficiales fusilados en Mendoza.
¿Quién es, mientras tanto, este Santos Pérez? Es el gaucho malo de la campaña de  Córdoba, célebre en la sierra y en la ciudad, por sus numerosas muertes, por su  arrojo extraordinario, por sus aventuras inauditas. Mientras permaneció el  general Paz en Córdoba, acaudilló las montoneras más obstinadas e intangibles de  la Sierra, y por largo tiempo, el pago de Santa Catalina fue una republiqueta,  adonde los veteranos del ejército no pudieron penetrar. Con miras más elevadas,  habría sido el digno rival de Quiroga; con sus vicios, sólo alcanzó a ser su  asesino. Era alto de talle, hermoso de cara, de color pálido y barba negra y  rizada. Largo tiempo fue después perseguido por la justicia, y nada menos que  cuatrocientos hombres andaban en su busca. Al principio, los Reinafé lo  llamaron, y en la casa de Gobierno fue recibido amigablemente. Al salir de la  entrevista, empezó a sentir una extraña descompostura de estómago, que le  sugirió la idea de consultar a un médico amigo suyo, quien informado por él, de  haber tomado una copa de licor que se le brindó, le dio un elixir que le hizo  arrojar, oportunamente, el arsénico que el licor disimulaba.
Al fin, una noche lo cogieron dentro de la ciudad de Córdoba, por una venganza  femenil. Había dado de golpes a la querida con quien dormía: ésta, sintiéndolo  profundamente dormido, se levanta con precaución, le toma las pistola y el  sable, sale a la calle y lo denuncia a una patrulla. Cuando despierta, rodeado  de fusiles apuntados a su pecho, echa mano a las pistolas, y, no encontrándolas:  "Estoy rendido -dice con serenidad-. ¡Me han quitado las pistolas!". El día que  lo entraron a Buenos Aires, una muchedumbre inmensa se había reunido en la  puerta de la casa de Gobierno.
A su vista gritaba el populacho: ¡Muera Santos Pérez!, y él, meneando  desdeñosamente la cabeza y paseando sus miradas por aquella multitud, murmuraba  tan sólo estas palabras: "¡Tuviera aquí mi cuchillo!" Al bajar del carro que lo  conducía a la cárcel, gritó repetidas veces: "¡Muera el tirano!"; y al  encaminarse al patíbulo, su talla gigantesca, como la de Dantón, dominaba la  muchedumbre, y sus miradas se fijaban, de vez en cuando, en el cadalso como en  un andamio de arquitectos.
El Gobierno de Buenos Aires dio un aparato solemne a la ejecución de los  asesinos de Juan Facundo Quiroga; la galera ensangrentada y acribillada de  balazos estuvo largo tiempo expuesta al examen del pueblo, y el retrato de  Quiroga, como la vista del patíbulo y de los ajusticiados, fueron litografiados  y distribuidos por millares, como también extractos del proceso, que se dio a  luz en un volumen en folio.
[Textos según la edición de la Serie del siglo y medio, Eudeba, Buenos Aires,  1961]
Ya en el siglo XX, otro autor, también de ideas antagónicas a las de Facundo,  escribió:
  El general Quiroga va en coche al muere
El general Quiroga va en coche al muere
El madrejón desnudo ya sin sed de agua
y una luna perdida en el frío del alba
y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.
El coche se hamacaba rezongando la altura;
un galerón enfático, enorme, funerario.
Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
tironeaban seis miedos y un valor desvelado.
Junto a los postillones jineteaba un moreno.
Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!
El general Quiroga quiso entrar en la sombra
llevando seis o siete degollados de escolta.
Esa cordobesa bochinchera y ladina
(meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
Aquí estoy afianzado y metido en la vida
como la estaca pampa bien metida en la pampa.
Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?
Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
sables a filo y punta menudearon sobre él;
muerte de mala muerte se lo llevó al riojano
y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.
Ya muerto, ya de pié, ya inmortal, ya fantasma,
se presentó al infierno que Dios le había marcado,
y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
las ánimas en pena de hombres y de caballos.
Jorge Luis Borges, Luna de enfrente, 1925
Fuente: Alejandro Pandra, Agenda de Reflexión Nº 159
   Facundo,  civilización y barbarie: panfleto épico
Facundo,  civilización y barbarie: panfleto épico
Apuntes para una poética del racismo, el autoritarismo y la egomanía en la  Argentina.
Por Pablo Baler
University of California at Berkeley
En la novela El Farmer, Andres Rivera pone en boca de Juan Manuel de Rosas, ya  viejo y exiliado en Inglaterra, un desafío meramente retórico: "Que se escriba  qué diferencia al general Rosas del señor Sarmiento". Y en esta sola frase puede  encontrarse la clave para entender todo el Facundo y revelar el acertijo que tan  abnegadamente se plantea Sarmiento: ¿cómo explicar la Argentina?
No es otro el objetivo con el que Sarmiento invoca a Quiroga sino el de instarlo  a que nos explique "la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran  las entrañas de [este] noble pueblo". Un enigma que reverbera desde el siglo XIX  en la Argentina. Para alcanzar una resolución, sin embargo, no basta con aceptar  la ofrecida en la superficie del Facundo; se hace necesario explorar aquellas  estrategias literarias utilizadas por Sarmiento que puedan ayudarnos a  reconstruir una posible semántica sarmientina.
  El Facundo esta vertebrado sobre un doble sistema semántico tendiente, por un  lado, a la profundización y multiplicación de antagonismos (civilización /  barbarie), y por otro a forzadas conexiones (el frac es civilización / el  colorado es barbarie). Una doble poética de la escisión social y del anclaje de  significados, respectivamente relacionados a ese racismo y a ese autoritarismo  que preside el espíritu argentino desde sus inicios hasta la actualidad y  probablemente bien entrado el futuro.
El Facundo esta vertebrado sobre un doble sistema semántico tendiente, por un  lado, a la profundización y multiplicación de antagonismos (civilización /  barbarie), y por otro a forzadas conexiones (el frac es civilización / el  colorado es barbarie). Una doble poética de la escisión social y del anclaje de  significados, respectivamente relacionados a ese racismo y a ese autoritarismo  que preside el espíritu argentino desde sus inicios hasta la actualidad y  probablemente bien entrado el futuro.
Sarmiento produce con Facundo la ilusión de nombrar un territorio mudo, anónimo,  cuyas huellas sólo él, demiurgo letrado en un universo ilusoriamente  pre-lingüístico, puede rastrear, leer y plasmar. En medio de sus delirios  mesiánicos, Sarmiento rescata el recurso bíblico del génesis verbal del universo  y escribe la serie de artículos que publica en 1845 en el diario chileno El  Progreso con el título de Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga.  Quizá el gesto literario más radical de Sarmiento es el de hacer desaparecer con  un mismo gesto todos los ensayos barrocos, clásicos, neoclásicos o hasta  románticos con características propias que se habían sucedido en el Río de la  Plata desde la época colonial, haciéndonos creer (con excepción quizá de alguna  referencia a Esteban Echeverría) que él construye la Argentina desde el vacío.  "Poseyendo algo de lo profético y de lo utópico," escribió Ricardo Piglia,  "[Sarmiento] produce el efecto del espejismo: en el vacío del desierto, todo lo  que uno espera ver, brilla como si fuera real". La pregunta que se impone es:  ¿cuál es el espejismo que produce Sarmiento?
Sarmiento de frac
Todo aquel que se acerca al Facundo reconoce sobre el eje doble de la  civilización y la barbarie, el esquema exasperantemente maniqueo que lo  sustenta. Algunos podrán ver en ello una influencia de El último de los  Mohicanos de Fenimore Cooper (Ricardo Rojas, Raúl Orgaz), un producto "del  choque entre el idealismo de la generación del 37 y la realidad política; entre  las primeras actuaciones del grupo euro-argentino y el caudillaje." (Eduardo  Brizuela Aybar), o se remontarán hasta el determinismo de Montesquieu (Jaime  Pellicer). No deja de ser evidente, de todas maneras, que la escisión es la  infraestructura discursiva que sostiene este gigantesco proyecto nacional que es  el Facundo. Naturalmente, el propio Sarmiento, su ideología y su visión de mundo  comparten el espacio privilegiado de la civilizada gloria, mientras Quiroga y  Rosas y todo lo que no brilla con barniz europeo están condenados a la eterna  barbarie. Basta con llegar al final del texto para comprender que, en realidad,  todo apunta hacia el sanctosanctorum de la presentación de una plataforma  política, de una propuesta de gobierno que barrena la ola frustrada del ataque  del general Paz a Rosas.
Para graficar este esquema de oposiciones, basta contrastar una muestra del  rosario infinito de analogías que se alistan en las filas paralelas de uno u  otro paradigma y que lejos de circunscribirse al espacio argentino alcanza toda  la historia y la geografía universal: Quiroga/Paz, Rosas/Rivadavia,  gaucho/doctor, poncho/frac (!), siglo XII/siglo XIX, caftán y bombachas/  pantalón y corbata, montonera/ejército, Mahometanos/Grecia, beduinos, tártaros,  tribus árabes, Marruecos, Túnez, Argel, etc./ Francia e Inglaterra... y así de  seguido en un juego de espejos enfrentados que se autoreflejan hasta el infinito  y cuyo inevitable contacto, el origen de la tragedia argentina, queda ilustrado  por ese emblemático momento en que Juan Manuel de Rosas "clava en la culta  Buenos Aires el cuchillo del gaucho".
Cuando Sarmiento quiere "conocer a fondo los hechos sobre que fundo mi teorías"  en cuanto el estado de La Rioja, incluye una pregunta que revela, en su capciosa  ingenuidad, todo su sistema: "¿Cuántos hombres visten de frac?". Según  Sarmiento, La Rioja perdió el tren de la civilización porque ya no hay hombres  que vistan frac; Mendoza, por el contrario, era "un pueblo eminentemente  civilizado" porque "formóse una maestranza, en la que se construían espadas,  sables, corazas, lanzas, bayonetas y fusiles". El poncho es barbarie, la  violencia organizada es civilización.
Este esquema dual ya complejo, como se ve, desde su concepción; tiene, sin  embargo, conexiones subterráneas que lo complican aún más y desde donde se  proyecta la verdadera fuerza literaria de la obra de Sarmiento. Facundo Quiroga,  "el hombre bestia", es también "el hombre grande, el hombre genio", equiparable  al propio "César, el Tamerlán, el Mahoma"; mientras que "si levantáis un poco  las solapas del frac con que el argentino se disfraza, hallaréis siempre el  gaucho más o menos civilizado". Hay, en fin, una anfibología que transita el  fondo de esta novela donde la oposición y el oxímoron son intercambiados con  imperturbable indiferencia: "Facundo, genio bárbaro"; Rosas: "un poeta, un  Platón".
Sarmiento gaucho malo
Por otro lado, en concordancia con este flagrante dualismo que invade todos los  niveles del Facundo (más allá de flujos y reflujos internos), encontramos un  impulso inverso a nivel lingüístico que intenta reforzar conexiones arbitrarias  al punto de impedir todo desplazamiento. La novela está plagada de figuras  retóricas que se proponen intensificar esta ilusión: El propio Rosas "no es un  hecho aislado, una aberración, una monstruosidad" (Saussure diría: no es  arbitrario) "Es, por el contrario (…) una fórmula de una manera de ser de un  pueblo". "El terreno, el paisaje, el teatro sobre que va a representarse la  escena", ya revela al personaje "sin comentarios ni explicaciones". Sarmiento  refuerza muy a su favor esta conexión inamovible entre la materia y la idea,  entre lo palpable y lo inteligible.
Entre la materia (espacio territorial) y el espíritu de un pueblo (historia,  política, etc), hay una conexión íntima y profunda que Sarmiento va a intentar  revelar. Mas allá de las pampas aún no alambradas, las extensiones sin límites,  los ríos no navegados; hay una indefinición aún más radical y problemática que  la topográfica. Respetando la lógica de la tierra, Sarmiento intenta abarcar con  Facundo una geografía más vasta que la del espacio. Todas las actividades  referidas a la tierra virgen: arar, surcar, labrar, sembrar; se pueden entender  aquí como metáforas del proyecto literario/político de Sarmiento consistente en  producir la ilusión que la Argentina de mediados del siglo XIX constituye un  espacio aún no "gramaticalizado", cuya representación discursiva se le ha dado  concebir a él de manera exclusiva. La pampa, escribe, "es la imagen del mar en  la tierra (...) la tierra aguardando todavía que se le mande producir plantas y  toda clase de simiente." Hay que admitir que Sarmiento ha logrado proyectar el  género de la propaganda política hacia el universo poético; y quizá allí radique  gran parte de su originalidad.
Facundo es una novela de especulación, de conceptualización de un espacio  aparentemente vació pero lleno de "huellas" que la palabra puede alcanzar no  sólo a descifrar, sino también a moldear. De esta manera, el yo narrativo  desproporcionado que desborda en esta obra literaria/panfleto político no es un  hecho aislado; pues el protagonista principal de Facundo no es el héroe epónimo  sino el propio autor. Es Sarmiento el Rastreador de huellas, el Baquiano, el  Gaucho malo, el Payador de esa otra extensión que él mismo define como  "inteligencia" en contraste con el plano material.
Facundo podría verse así, como una obra épica; pero no sólo en términos de esa  épica nacional que remite al romanticismo europeo; sino más interesante aún como  un texto épico que recorre, a vuelo de pájaro, este campo de batalla secreto que  conecta lo material con lo discursivo. Es revelador que esta obra fundacional de  la literatura argentina se presente como una épica cuya mayor violencia se  expresa no sólo en el choque de armas o el tropel de caballerías (Tala, Rincón,  La Tablada, Oncativo, Chacón, Ciudadela, etc.), sino sobre todo, en el terreno  de las lucubraciones filosóficas. Argentina también tendría, de esta manera, su  texto épico, con características que no le serían extrañas al temperamento  especulativo de gran parte de su producción posterior, de Macedonio Fernández a  J.J. Saer por el camino de Borges.
Civilización es Barbarie
Facundo es el resultado de un intento por demarcar la llanura inmensa de una  historia que es enigma, y para eso recurre Sarmiento a estos dos gestos  retóricos que parecerían contradictorios: por un lado, una construcción de  simetrías irreconciliables; y por el otro, un enlace irreversible, una  concepción lingüística que tiende a anclar los polos del signo (huella de la  realidad/significado) en una presentación incontestable.
Desde esta perspectiva, se nos ofrece como un hecho elocuente el que Sarmiento  haya finalmente develado el enigma de la Argentina no tanto gracias a ese  intento casi científico por entender la relación entre civilización y barbarie  sino justamente, y de manera más insospechada, por el racismo y autoritarismo  que su propio discurso destila. Es revelador que los dos gestos retóricos a que  recurre Sarmiento (la división y el nudo), remitan respectivamente a los dos  polos que sustentan el temperamento racista (violencia por escisión) y  autoritario (violencia por fijación) de la obra. Es allí finalmente, en el  temperamento, donde se encuentra la idiosincrasia argentina, donde se resuelve  el enigma que ingenuamente plantea el Facundo. Diría aún más, el inconfesado  proyecto de Sarmiento (inconfesado a sí mismo), parece ser el de dar forma  poética a ese inveterado racismo y autoritarismo de que se fue haciendo la  Argentina y cuya patogenia, él mismo especula, viene de España: "¡Mirad que sois  españoles y la Inquisición educó así a la España! Esta enfermedad la traemos en  la sangre. ¡Cuidado pues!".
Pero la enfermedad que desde España traemos en la sangre, la fobia hacia el otro  y la violencia con que se expresa, tiene en Argentina un matiz particular; pues  no se trata de un miedo, una repulsión hacia el otro como probablemente era el  caso durante la Inquisición, sino más singularmente un miedo, una repulsión a  ser confundido con el otro. ¿Qué diferencia a Rosas de Sarmiento? Uno se tienta  en contestar la pregunta retórica formulada en El Farmer, desdeñando toda  diferencia; porque en Argentina civilización es barbarie y esa es la tragedia  velada que narra la épica (bioépica, autobioépica) fundacional del Facundo.
Aprovechando una comunicación de un funcionario de Rosas que definía la cinta  colorada como "un signo que su gobierno ha mandado llevar a sus empleados en  señal de conciliación y de paz", Sarmiento ironiza "Las palabras Mueran los  salvajes, asquerosos, inmundos unitarios, son por cierto muy conciliadoras.".  ¿Se le habrá pasado por alto a Sarmiento la naturaleza hostil, caprichosa e  inflexible de su propia escritura? Juan Manuel de Rosas hace el mal sin pasión:  "calcula en la quietud de su gabinete, y desde allí salen las órdenes a sus  sicarios" (escribe Sarmiento). Sarmiento, por su parte, "escribió desde el  silencio de un escritorio: 'Derrame sangre de gauchos, que es barata'" (citado  por Rivera en El Farmer). Tanto en Rosas como en Sarmiento hay una violencia  sistemática y en ambos parecen estar ellas coreografiadas como actos literarios.  De hecho, como dice David Viñas: "El estilo de Sarmiento adquirirá definición  política a través de una eficiente centralización del poder; él acompaña este  progreso con sistemáticos llamados a la guerra a muerte contra los paraguayos,  los Indios, y las montoneras entre 1863 y 1879".
No se trataría como propone Ricardo Piglia que Facundo, Civilización y Barbarie  esté escrito en el borde entre la conjunción y la disyunción, donde la  aproximación política nos haría ver "civilización Y barbarie" cuando en realidad  se propone "civilización O barbarie". El soslayado mensaje del Facundo se cifra  en el oxímoron "civilización ES barbarie". No se trata siquiera de una figura  retórica sino de una realidad: ni la conjunción ni la disyunción sino la  compenetración ontológica de dos dimensiones que se pretenden irreconciliables:  ese es el enigma aún no resuelto de la Argentina, y esa es la razón por la cual  el Facundo gana en dimensión literaria con el tiempo; pues su fuerza poética  reside justamente en las conexiones secretas que Sarmiento enlaza entre ambos  paradigmas más allá de todo antagonismo.
www.everba.org
  Sarmiento:  "La novela del prócer de cartón"
Sarmiento:  "La novela del prócer de cartón" 
Por Guillermo Mircovich
Sarmiento era hijo de Doña Paula Albarracín y del peculiar José Clemente Quiroga  Sarmiento, el que luego usará solamente el último apellido, muy posiblemente no  era un hombre de andar mintiendo, porque el mismo Sarmiento en “Recuerdos de  Provincia”, hace referencia a los dichos de su padre “... la familia de los  Sarmiento tiene en San Juan una no disputada reputación que han heredado de sus  padres a hijos, dírelo con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha  negado esta cualidad y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata  y adorable disposición, que no queda duda de que es alguna cualidad de Familia”.
Muy interesante apreciación del tutor de la familia, que se nos hará dudoso en  el tiempo pensar, si es realmente el prócer que dicen ser y si Sarmiento  cambiase su forma de, a pesar de lo escribía su propio padre
Dice de Paoli, en su libro, “Domingo Faustino, sí, él ha sido embustero, como ya  lo veremos. Y es que mentiroso es, quien sostiene algo que no es exacto, pero  sin intención dañosa; mientras que el embustero usa artificio en su embuste y  tiene intención dañina”.
2 - UNA DOCENCIA CON MUCHAS DUDAS
La historia nos explica que concurrió a la escuela desde 1816 y sale en 1824,  con trece años de edad, y su asistencia era perfecta, pero en 1820 es llevado a  Córdoba, y anotado en el Colegio de Montserrat, Sarmiento dice que “... regresé  muy luego, por enfermedades que me atacaron”, pero resulta que en el Catálogo de  Alumnos del Colegio Montserrat , publicado por el historiador R. P. Ignacio  Greñón, el nombre del niño Sarmiento no figura como inscripto en ese colegio y  tampoco en otro importante de la zona.
El meticuloso Sarmiento se jacta de fundar en San Francisco del Monte una  escuela de primeras letras y es curioso el tema ya que contaba solamente con  quince años y al frente de esa localidad estaba el cura José de Oro, que era  justamente el que le enseña latín, gramática, etc. a él mismo, esto contado por  Sarmiento, es decir, muy presuntamente se quedó con la obra del fraile.
Siendo Presidente, funda una gran escuela en La Rioja, y por decreto nombra a  todos los responsables de las áreas, la escuela funcionaba desde hace rato y las  autoridades eran las mismas que estaban, en 1866 le dice a Mann, “en todos estos  años solamente pude fundar dos escuelas”
Hablando de su niñez en Recuerdo de Provincia, dice, ”... era yo unitario”, no  debemos olvidar que salió de la escuela en 1824 y que en 1827, tenía dieciséis  años justamente cuando el unitario Rivadavia siembra una actuación fraudulenta  en el Congreso Constituyente de ese entonces en Buenos Aires, y Sarmiento ya  tomaba parte de lo que sería la historia negra de Buenos Aires, la fama de  embustero la ha de dejar bien sentada, no solamente en San Juan, sino en lugar  que pise por su larguísima actuación política y de escritor lo ha de acreditar  con creces. 3 - LAS MENTIRAS DE PATAS CORTAS
3 - LAS MENTIRAS DE PATAS CORTAS
Con motivo de unas escaramuzas en Pilar, Sarmiento con el grado de teniente  unitario, cuenta con verborragia de novela todo lo que ha sucedido con su ser,  su espectacular fuga entre las filas enemigas, la súplica de Laprida para  sacarlo de tan embarazosa situación, hasta había que pasar sobre el cadáver de  un comandante para llegar al joven Sarmiento, historia develada por Jorge A.  Calle, testigo y actor de esos mismos hechos, que cuenta que Sarmiento huye del  combate, y en su huida lo toma prisionero un negro de San Juan y lo entrega a un  oficial.
Así, más o menos finaliza la joven vida de Sarmiento en su adolescencia, en  1936, vuelve a San Juan “... Comiéndome privaciones llegué por la amistad de mis  parientes a colocarme entre jóvenes que descollaban en San Juan”, anoten la  expresión “llegué por amistad”, no hay mucha diferencia al día de hoy.
4 - EL PERIODISMO DIFAMADOR
Una de las manifestaciones más elocuentes en aulas escolares escuchadas por los  docentes, es la creación del diario “El Zonda”, de San Juan, con el cual  Sarmiento aparece como un periodista de suma fama que a través del periódico  informó al pueblo de los sucesos acaecidos en Buenos Aires, cuando la verdad es  que el Zonda apareció el 20 de julio de 1839 y desapareció el 12 de agosto del  mismo año, es decir que estuvo en la calle solamente 24 días con 25 ejemplares  por tirada.
Pero si su historia periodística es folletinesca, más aun lo es, su cuento “...  estando preso y engrillado en un calabozo inmundo, lleno de ratas, un grupo de  unas seis niñas, alumnas del Colegio del que es director, lo visitan”. Y “... a  la luz de una vela de sebo, porque es el anochecer, colocada sobre los adobes,  recitan sus lecciones de geografía, de francés, de aritmética y de gramática y  mostraban los ensayos de dibujos de dos semanas”, lo cuenta en “Recuerdos de  Provincia”. Hagamos la situación de la escena, de noche, entremedio de ratas,  engrillado y por lo menos debe haber otros presos, las “mamitas” dejan ir a sus  “pobres hijitas” a ver a su maestro a la cárcel para recitarle sus deberes, pues  creemos que Sarmiento se adelantó a la época y descolocó a Alberto Migre, Abel  Santa Cruz, y hasta la mismísima editorial Corin Tellado.
5 - UN POLITICO CON FINES EQUIVOCADOS
Sarmiento se va a Chile, desde allí comienza su obra contra el “dictador Rosas”,  trabajando justamente para el “dictador Portales”, ¿comodidad? ¿Desahogo?  ¿Interés?, vaya a saber que, pero él, el gran defensor de la libertad,  emancipación, autonomía, escribe en un ataque de furia desplegando quizás su  pensamiento oculto sobre los gobiernos que él pretende “... es preciso emplear  el terror para vencer en la guerra. Debe darse muerte a todos los prisioneros y  los enemigos. Debe manifestarse un brazo de hierro y no tener consideración...  “, si según él, Rosas era eso justamente lo que hacía, Sarmiento, ¿En contra de  que estaba?, y para terminar con la historia del ilustre luchador de la  “libertad”, el 14 de noviembre de 1841, escribe “... nosotros pensamos que en  los países sudamericanos la palabra libertad importa sainete ridículo, melodrama  horrible y larguísima comedia que no manifiesta tener fin”, esto es, el  pensamiento del gran luchador de las libertades individuales.
Ya en 1942, el gran maestro asocia a su pensamiento liberal-golpista, el de la  traición a la patria, en el diario “El Progreso” de chile, publica , “...seamos  francos, esta invasión es útil a la civilización y al progreso”, Inglaterra  había invadido las Islas Malvinas, este es el prócer de lata, encumbrado por la  docencia que no es capaz de informar debidamente a los alumnos argentinos, y no  le echemos culpa a la educación porque nadie está obligado a no contar lo que  sabe y además está escrito ¡¡ y por el mismo Sarmiento !!, pero su triste  designo sigue con el estrecho de Magallanes, aconseja al General chileno Bulnes  “...mandar al estrecho algunas compañías de soldados y los víveres necesarios  para su mantenimiento”, los chilenos toman Magallanes y dictan un bando tomando  posesión en nombre del gobierno chileno ¿ si el Estrecho de Magallanes era  chileno para que labren un acta de posesión ?, es decir, sabían que el estrecho  no era chileno.
Como no quería volver a Buenos Aires porque gobernaba Rosas, se dedica a  realizar campaña desde Chile, el 11 de enero pública “...los argentinos  residentes en Chile pierden desde hoy su nacionalidad. Los que no se resignen a  volver a la Argentina deben considerarse chilenos desde ahora. Chile puede ser  en adelante nuestra patria querida. Debemos vivir totalmente para Chile y en  esta nueva afección deben ahogarse las antiguas afecciones nacionales”, palabras  que repetiría el 15 de abril de 1884, representando al gobierno argentino en  forma oficial.
No son casualidades los pensamientos de Sarmiento, el Estrecho de Magallanes es  chileno, insinúa tratar el asunto de la Patagonia, la posesión de San Juan y  Mendoza, todos estos territorios para Chile. Está de acuerdo con la logia de  Montevideo e Inglaterra por el cual Corrientes y Entre Ríos pasen a ser  territorios de la Banda Oriental, que Misiones pasara a Brasil, Jujuy y Salta a  Bolivia y hasta habla en “La Crónica” de “...los Andes chilenos”, y escribe en  ese mismo diario el 11 de noviembre de 1849 “...es preciso reconcentrar sus  fuerzas en poco espacio para tener poder, es preciso aumentar la población para  ser fuerte y entonces imponerle la ley a los vencidos”. Dice Arturo Jauretche  “---y esta imagen de Sarmiento imponiendo la ley a los vencidos, a los países  cuya separación promoviera, como se concilia con el Sarmiento que nos han  vendido”. En ese momento Rosas, según Ricardo Rojas , decía”...es preciso  conquistar Tarija, Magallanes, Montevideo y Paraguay, esta es la diferencia que  siempre marcamos, los unitarios pensando en su negocio comercial en una patria  chica, y los Federales pensando en una Patria Grande donde el hombre americano  goce de las libertades individuales. Recomendamos leer “En Ejército y Política,  la Patria Grande y la Patria Chica”
6 - UNA CONFUNSION DE IDEAS
Su odio a España, lo representa admirando a Francia o a Inglaterra, pues más  adelante hablará de la “... gran Albión”, las frases de Sarmiento sobre España  lo dicen todo”...tengo que luchar con la raza española, tan incapaz de  comprender el gobierno libre, crearlo y sostenerlo, aquí como en España (...)  España, condenó a la barbarie a los descendientes de europeos en América (...)  el castellano es barrera infranqueable para la transmisión de las luces (...) no  ha habido en España un hombre que piense (...) España no ha tenido un solo  escritor de nota, ningún filósofo, ningún sabio, no posee un escritor que pueda  educarnos, ni tiene libros que nos sean útiles”. Sarmiento dice cosas que rayan  la locura, ataca a España por sus letras y sus costumbres culturales ignorando  que en ese momento tenía 1800 años más que nosotros, por lo tanto su  conocimiento sobre ese país era totalmente nulo, sorprendente en un hombre que  acá en Argentina es denominado “ el maestro de las aulas”, pero lo peor en  Sarmiento es no entender la lucha comenzada por San Martín y seguida por Rosas,  es decir, confundió la lucha de la Independencia y la Soberanía Nacional con la  impresión de un libro escrito por españoles, ¿no sabía Sarmiento que ya existían  Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Miguel de Cervantes, Santa Teresa de  Ávila, los pintores Murillo, Velázquez, Goya y pensadores como Jovellanos,  Feijoo, Vitoria ?, este hombre, es al que hoy lo recordamos en el día del  maestro.
7 - COMIENZA A CONFUNDIR SU VIDA COMO ESCRITOR
Se hace evidente que Sarmiento va perdiendo su posición política, se afianza un  nuevo gobierno en Chile, Rosas maneja la Confederación en Argentina, y él sigue  autoexiliado en Chile, es entonces que se le presenta la oportunidad de su vida,  muere el General Félix Frías Aldao, “ el Fraile Aldao”, combativo y  sobresaliente figura de la época, y Sarmiento comienza a escribir la “ Vida de  Aldao”, dice Pedro de Paoli en la hoja 75 de Sarmiento y el Desarrollo Nacional  “...todo lo tergiversa Sarmiento en esta biografía: Las supuestas borracheras,  la crueldad, el despotismo. Llega hasta hacer una verdadera novela con la  asistencia médica que tiene Aldao en el proceso de su enfermedad y muerte.  Lástima de pluma y de imaginación tan dominados por el espíritu de la mentira y  el ensañamiento”. No debemos olvidar que decía que España no tenía escritores y  que no podía enseñar nada.
Así todo, comienza a publicar en un diario chileno, la vida de Juan Facundo  Quiroga, Caudillo Federal Argentino, hombre de ideas de libertad y religión,  debemos recordar que el estandarte de lucha del General Quiroga era “ RELIGIÓN O  MUERTE” , Sarmiento lo enfoca desde su escritorio cómodamente sentado luchando  por la libertad ¿ de quien ?, su publicación la denomina “ civilización y  barbarie “, que luego cobraría inusitado interés por parte de los unitarios, y  hoy es considerada una obra de extraordinario valor cultural, notablemente, los  escritos de Sarmiento a pesar de ser mentirosos, aberrantes en sus  apreciaciones, incoherentes referentes a la cultura argentina y todo lo que  proceda del campo, aun hoy sus obras son consideradas leíbles, es muy común que  un chico de escuela solicite por pedido de su docente “ Recuerdos de Provincia”  o “ Facundo”, como si en esos libros encontrarán los objetivos nacionales que  necesita un país para encontrar su verdadera identidad.
Un dato por más elocuente de las fantasías de Sarmiento, es que comienza su “  Facundo “, a solo diez años de la muerte del caudillo, cual es la información  que posee para hacer la biografía de “...este bárbaro hombre que pobló nuestro  suelo”, es muy posible que haya consultado amigos, pues por escritos no se pudo  asesorar ya que estaba en Chile, se hace entonces más entendible “ la consulta  con amigos”, que por supuesto eran unitarios y no amigos precisamente de Facundo  Quiroga
Su comparación es tan irreal, como despreciable, porque habla de su raza, de su  país, de sus antecesores, pero a él, nada le importa, escribe “... puede ser muy  injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar  pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado (...) Caupolicán,  Colocolo y Lautaro no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos  hecho colgar ahora, si aparecieran ahora en una guerra de los araucanos contra  Chile”. El maestro de maestros le escribe a Mitre el 20 de septiembre de 1861  “...no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso  hacer útil al país, la sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda,  es lo único que tienen de seres humanos”.
De Paoli dice en hoja 79, en su libro, “... con tales ideas sobre habitantes y  los problemas de la República Argentina, era lógico que titulara, como lo hizo,  a su folletín: “Civilización y Barbarie”. La premisa era falsa, y falsas tenían  que ser las conclusiones a que llegara (...) gobierna la campaña, la gente de  frac piensa en los europeos; los ingleses y los franceses; aman la cultura, el  progreso, las bellas artes y las ciencias. Esos eran Rivadavia, del Carril,  Varela, Rivera Indarte, Echeverría. Esos eran el partido unitario, el partido de  las luces; mientras que Rosas y Quiroga, que son la barbarie, la campaña, son el  partido federal, el partido del atraso; el resabio de España. Así va  desarrollando su pensamiento Sarmiento.
8 - EL MUNDO CAMBIA PARA MAL DE SARMIENTO
Es tan calamitoso lo de Sarmiento, que ignora que en el mundo se han sucedido  episodios que han cambiado en muchas de sus formas, las vidas, las culturas, las  políticas: Ha comenzado la lucha de clases, las revoluciones sociales, la  igualdad de condiciones ante las injusticias a la clase obrera, aparece Henales,  Rousseau, Engels, con su manifiesto comunista, Carlos Marx, con el marxismo, ¿En  donde vive Sarmiento?, seguramente dentro de una botella, lógicamente con  corcho.
En 1848, Engels denunciaba la economía capitalista y la situación de la clase  obrera y al estado burgués, Blanc predica en el mismo año a favor de los  derechos obreros, Owen (1771-1858), dueño de un establecimiento fabril, trabaja  sobre la organización obrera, Fourier (1772-1835) había publicado el “ Tratado  de asociación doméstica agrícola”, Saint-Simón (1760-1825), realizo una gran  labor a favor de las nuevas ideas sociales, mientras Sarmiento el 20 de  septiembre de 1861 le escribe a Mitre “...tengo odio a la barbarie popular...la  chusma y el pueblo gaucho nos es hostil ”, ya había escrito en 1841 “...es un  bien de la oligarquía chilena, formada por la clase pudiente e ilustrada”.
Si Sarmiento es escritor instruido, si gusta de los adelantos sucedidos en la  Europa, si aboga por las costumbres europeas, como puede ser que ignore lo que  sucede en el mundo de esa época, hipocresía, simulador, impostor, falsedad, solo  la mente distorsionada de Sarmiento puede concebir semejante posición política,  porque se hace muy elocuente que en el mundo las ideas sociales ya estaban  cambiando la forma de vida y el seguía con su hostilidad al gaucho, que al fin y  al cabo, él, y solo él, le debía enseñar nuevas costumbres, ya que él, era el  gran maestro.
“...que servicio prestan a la patria las huérfanas, hijas de padres viciosos o  extraviados, ¿Por qué ha de gastar el estado su dinero en alimentar a nadie? Son  dineros mal gastados los destinados a colegios de huérfanos, si los pobres se  han de morir que se mueran, que importa que el estado deje morir al que no puede  vivir a causa de sus defectos”, discurso de Sarmiento en el Senado de la Nación  el 13 de septiembre de 1859.
El ocultamiento del verdadero Sarmiento lo podemos leer en la “Historia  Argentina” de José C. Ibáñez, el cual de la página 211 hasta la 214, no dice  absolutamente nada sobre lo escrito en estas páginas, como si esto no hubiese  sucedido, pero debe ser casi seguro, que si analizamos lo escrito sobre otros  presidentes, figuras o próceres, seguramente encontraremos que esa historia  tiene decididamente inclinaciones políticas que no reflejan un sentido Nacional  y Popular.
Los escritos de Sarmiento sobre Facundo Quiroga, la campaña y el gaucho, tienen  tal rechazo, que Valentín Alsina, Florencio Varela, Juan Bautista Alberdi, entre  otros, profesos declarados unitarios, manifiestan que es inexacto todo como lo  describe Sarmiento.
Esta política de desmerecimiento encarada por Sarmiento, cuesta entender como un  fin político, en ese momento, pero tengamos en cuenta que años después Sarmiento  sería nombrado Presidente de la Nación, se puede concebir en una mente humana,  que el pensamiento de este hombre haya sido el que dirigió los destinos del país  entre 1868 y 1874, pensemos en los avatares que estamos viviendo en la vida  moderna por las ideas que impuso Sarmiento hace 150 años atrás y que todavía  siguen rondando en las mentes de algunos argentinos.
Lo escrito por Sarmiento en el Facundo toma interés inusitado para la oligarquía  liberal y masónica que gobierna el país. El Facundo se convierte en un  instrumento de propaganda política e ideológica al necesitar esa oligarquía  aniquilar todo vestigio de tradición católica, hispánica y criolla. Hay que  transformar este país, comenzando por transformar la conciencia de sus  habitantes, cambiar sus mentes, borrar de su memoria la verdad del pasado  argentino, sobre todo la grandeza moral del gaucho y la libertad y el bienestar  de que gozaba.
Solamente al iniciarse el siglo XX, se edita el Martín Fierro, la antítesis del  Facundo, ahí se reivindica al gaucho y se cuenta sus penurias.
Sarmiento nunca llegó a comprenderlos.
9 - COMIENZA A DIVAGAR SOBRE GOBERNABILIDAD
Sarmiento comienza a posesionarse pensando en la caída de Rosas, y fluyen sus  ideales de lo que debe ser una nación escribiendo un “Proyecto de Reorganización  de la República”, en una de sus partes especifica “...quien no reconozca el  gobierno del General Paz, debe ser ahorcado”, escribe “...un gobierno despótico,  tirano y sanguinario”. El gobierno de Chile comienza a dudar de las facultades  mentales de Sarmiento y le inventan un viaje a Europa con el fin de estudiar el  sistema educativo europeo.
En Europa lo que menos visita son los ministerios de educación, a el le importa  solamente la caída de Rosas, está obsesionado con esa idea, se acerca a  políticos como Thiers y Guizot, pero resulta que son Rosistas a pesar de estar a  miles de kilómetros de Buenos Aires, por intermedio del General Las Heras  consigue entrevistar al General san Martín que ya se encuentra viviendo en Grand  Bourg, cuando comienza a hablar mal de Rosas, San Martín lo recrimina y sostiene  el pensamiento del restaurador sobre su patriotismo. Nuevamente su pensamiento  de gobernabilidad sufre un duro revés y justamente con San Martín.
10 – EL PACTO PARA QUE SARMIENTO SEA PRESIDENTE
El sistema político que comienza a imperar en Buenos Aires le es muy conocido a  Sarmiento, pues ya estuvo en todos los pensamientos sediciosos de los unitarios,  no desconoce como se mueven entre las sombras las fuerzas políticas, las  financieras, el ejército, la marina, ya tiene en claro como llegar a lo más alto  del poder.
Sarmiento se fue al Partido Conservador, porque el Partido Liberal ofrecía abrir  un camino hacía las ideas populares, y él, de ninguna forma aceptaría ese tipo  de ideas, y lo escribirá en sus memorias “...las huelgas son invenciones de los  ociosos que buscan motivos de alarma. El socialismo las usa como instrumento de  perturbación... ”, Es decir, nunca se dignó a pensar que tras un conflicto  laboral, había una necesidad pendiente.
El único hombre que se le oponía en el mismo partido era Adolfo Alsina el cual  era él mas querido de todos los candidatos. Pero la oligarquía no le tiene  confianza, y los intereses solamente se los defenderá Sarmiento, el 12 de junio  de 1868 es elegido presidente. En Buenos Aires no contó con un solo elector, el  pueblo no votaba libremente. Y en esta elección la violencia a favor de  Sarmiento fue tan brutal que Mitre tuvo que destruir al General Arredondo por  sus excesos armados a favor de Sarmiento. Para ser gobernador de San Juan fue  necesario degollar al Chacho, para ser presidente, fueron necesarios los sables  del General Arredondo.
Llega a presidente, pero contrariamente a lo que se conoce, no es el gran  maestro que lleva adelante la educación, en España, país odiado por Sarmiento  conoce a Torres, el cual será el técnico del ministerio de Educación durante la  presidencia de Sarmiento, Fue Torres el de las iniciativas en las escuelas  normales y colegios nacionales. Este gran aporte a la enseñanza en la  presidencia de Sarmiento se debe, pues, a esa España educacional, que tanto  denigrara Sarmiento. Es Torres el que restablece la disciplina del colegio  Nacional de Buenos Aires; que ocupa con gran eficacia la Inspección de Colegios  Nacionales de la Nación; inculca las nociones y los métodos de Montesino y  Pestalozzi en nuestro país, hombres que Sarmiento en su viaje a España no los  consideró importantes para la enseñanza. Sarmiento era el presidente.
No ha de extrañar estos altos y bajos en los pensamientos de Sarmiento, porque  él, está alejado de esa figurita escolar a la cual estamos ligados docentemente,  porque él mismo será la contradicción de sus pensamientos, y a pesar de tomar  parte de una Constitución a la norteamericana, a pesar de su disgusto, la  gobernabilidad de el pasa por su propia constitución. Siendo gobernador de San  Juan arrasa Entre Ríos, siendo presidente persigue a López Jordán hasta los  cantones de la frontera, pone precio a las cabezas de los jefes jordanistas y  persigue a José Hernández, el autor del Martín Fierro, cosa para el lógica, pues  Hernández era opositor a sus ideas.
Ya tiene el poder que necesitaba, era presidente, y amuebla parte de su despacho  con los muebles que el ejército brasileño ha saqueado en la residencia de Madame  Linch, de Asunción, y que se venden en subasta pública en Buenos Aires. Son  muebles robados.
Le niega el subsidio al Ferrocarril del Oeste, una iniciativa argentina y le  brinda el apoyo al Ferrocarril Pacífico que es inglés, la gran iniciativa  argentina en ferrocarriles, fundada por argentinos, dirigido por argentinos y  con capitales argentinos, era la demostración inexcusable de la falsedad de la  tesis de Sarmiento de que los argentinos éramos incapaces de dirigir el progreso  del país. La competencia ferroviaria cesa, y los ingleses quedan dueños  exclusivos del tráfico ferroviario.
Ante el monumento de Belgrano, siendo presidente, en uno de sus párrafos  expresa,”...la poderosa Albión, la enérgica raza inglesa, cuya misión es someter  al mundo bárbaro del Asia, África, y nuevos continentes e islas”. Entre esos  nuevos continentes, lógicamente, está América del Sur, nuestro país.
Lo escrito en este informe no se encuentra en los libros escolares, ellos están  automatizados en contar una historia que ocultan las verdades que harían cambiar  de pensamiento a quienes la lean.
Por eso, se hace necesario desenmascarar las identidades que encubren estas  falsedades, lo peor que le puede pasar a la Patria y a su Pueblo que oscuros  intereses desinformen con propósitos inconfesables, pero que mayormente están  dirigidos a perder la Identidad Nacional, decía San Martín “...seamos libres,  después no importa nada”, y esta es la libertad que nos quieren quitar, el del  Pensamiento Nacional, fuera de las figuras de cartón que enseñan en las  escuelas, por definiciones políticas, San Martín, nunca estaría al lado de  Rivadavia y de Sarmiento, no, por lo que contemos nosotros, sino, por lo que  escribió San Martín de ellos, por eso nos atrevemos a contar una historia por la  cual lucharemos toda la vida: por la Independencia, por la Soberanía Nacional,  por la Justicia Social y por la Patria Grande .
Bibliografía consultada
Pedro de Paoli, Sarmiento y el Desarrollo Nacional.
Juan A. Bustinza/Gabriel A. Ribas, Las Edades Moderna y Contemporánea
José C. Ibáñez, Síntesis de Historia Argentina
Mariano de Vedia y Mitre, Páginas inéditas de Sarmiento, año 1931
Arturo Jautetche, Manual de Zonceras Argentinas
Adolfo Saldías, Un Siglo de Instituciones.
Raúl Scalabrini Ortiz, La Historia de los Ferrocarriles Argentinos
Fuente: www.peronvencealtiempo.com.ar
  Gloria  y loor al gran cipayo argentino
Gloria  y loor al gran cipayo argentino
Algunos dichos del ilustre sanjuanino
SOBRE LA PATRIA: "Los argentinos residentes en Chile pierden desde hoy su  nacionalidad. Chile es nuestra Patria querida. Para Chile debemos vivir. En esta  nueva afección deben ahogarse todas las antiguas afecciones nacionales" (El  Progreso, 11/10/1843). "Fui chileno, señores, os consta a todos" (5/4/1884).
SOBRE LA PATAGONIA AUSTRAL: "He contribuido con mis escritos aconsejando con  tesón al gobierno chileno a dar aquel paso... El gobierno argentino, engañado  por una falsa gloria, provoca una cuestión ociosa que no merece cambiar dos  notas, Para Buenos Aires tal posesión es inútil. Magallanes pertenece a Chile y  quizá toda la Patagonia... No se me ocurre después de mis demostraciones, como  se atreve el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus  derechos. Ni sombra ni pretexto de controversia les queda". (El Progreso 11 al  28 de Nov. 1842 y La Crónica 11/3 y 4/8/1849). "Es una guerra desértica, frígida  e inútil. No vale la pena gastar un barril de pólvora en su defensa. ¿Por qué  obstinarse en llevar adelante una ocupación nominal?" (1868; 30/5/1881 y El  Nacional, 19/7/1878)
SOBRE LA MARINA NACIONAL: "El día que Buenos Aires vendió su Escuadra hizo un  acto de inteligencia que le honra. Las costas del Sur no valdrán nunca la pena  de crear para ellas una Marina. Líbrenos Dios de ello y guardémonos nosotros de  intentarlo". (El Nacional, 12/12/1857 y 7/6/1879).
SOBRE LAS COLONIAS EXTRANJERAS Y LAS MALVINAS: "La Inglaterra se estaciona en  las Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y al  progreso" (El Progreso, 28/11/1842). "Propicio una colonia yanqui en San Juan y  otra en el Chaco hasta convertirse en colonias norteamericanas de habla inglesa  (años 1866 y 1868) porque EEUU es el único país culto que existe sobre la  tierra. España, en cambio, es inculta y barbara. En trescientos años no ha  habido en ella un hombre que piense... Europa ha concluido su misión en la  historia de la humanidad". Por último se lamenta que hallamos vencido a los  ingleses en las invasiones. (Cf. Gálvez, 449, 90 y 132)
SOBRE EL GAUCHO: "Se nos habla de gauchos...La lucha ha dado cuenta de ellos, de  toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es  un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla  incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos".(Carta a Mitre  de 20 de Septiembre de 1861 y "El Nacional" 3/2/1857)
SOBRE LA IGUALDAD DE CLASES: "Cuando decimos pueblo, entendemos los notables,  activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya  clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara (Diputados y  Senadores) ni gauchos, ni negros, ni pobres (interesante apreciación de  Sarmiento descendiente de negros, por parte materna y nacido pobre, N. del A.).  Somos la gente decente, es decir, patriota" (Discurso de 1866)
SOBRE LOS DESHEREDADOS SOCIALES: "Si los pobres de los hospitales, de los asilos  de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque  el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la  hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se  le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por  sus defectos?. ¿Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de  padres viciosos, no se les debe dar más que de comer". (Discurso en el Senado de  Buenos Aires, 13 de Septiembre de 1859)
SOBRE LA MASA: "Tengo odio a la barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho  nos es hostil... Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las  masas la única fuente de poder y legitimidad?. El poncho, el chiripá y el rancho  son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo,  haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de establecer  en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de  las masas". (En Buenos Aires, 1853; Carta a Mitre del 24 de Septiembre 1861; en  EEUU., 1865)
SOBRE EL INDIO AMERICANO: "¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes  de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla  no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si  reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son  todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y  grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya  el odio instintivo al hombre civilizado". (El Progreso, 27/9/1844; El Nacional,  25/11/1876)
SOBRE LA PALABRA DE HONOR: "Si miento lo hago como don de familia, con la  naturalidad y la sencillez de la verdad" (Carta a M. R. Garcia, 18/10/1868)  (Palabra de honor del presidente de los argentinos e historiador nacional)
SOBRE EL LIBRO FACUNDO: "Jovencito: no tome como oro de buena ley todo lo que he  escrito contra Rosas" (Consejo dado a Ramos Mexía). "Los muchos errores que  contiene son una de las causas de su popularidad" (La Crónica, 26/12/1853).  "Lleno de inexactitudes, a designio a veces" (Carta a Paz, 22/12/1845). "Cada  pagina revela la precipitación con que ha sido escrito" (Rec. de Pcia.). "Sin  documentos a la mano y ejecutado con propósitos de acción inmediata" (Carta a V.  Alsina, 7/4/1851).
SOBRE EL "MODELO" DE ESTUDIANTE: "La plana (libreta escolar) era abominablemente  mala, tenia notas de policía (conducta deficiente), había llegado tarde, me  escabullía sin licencia (se rateaba) y otra diabluras con que me desquitaba del  aburrimiento" (Mi defensa, año 1843)
SOBRE LA FUNDACION DE ESCUELAS: "En Buenos Aires SOLO LOGRE FUNDAR 2 ESCUELAS"  (Carta a M. Mann, 15/5/1866). "De treinta jóvenes que era la dotación de la  Escuela de Preceptores que dirigía en Chile, veintiocho fueron expulsados" (El  Monitor, 15/8/1852). "En Santa Rosa de Chile fui real maestro de escuela, no  habiéndolo sido antes ni después" (8/4/1884) . "En la ciudad de Buenos Aires se  han construido solo dos edificios de escuelas en estos veinte años (de 1858 a  1878). Mientras tanto no se intenta nada. En la única escuela normal de varones  el 95% son ineptos; el 30% debió ser expulsado, y el resto solo concurre por el  aliciente del viático con que se premia su asistencia a clase. De las dos  escuelas normales de mujeres se debió suprimir una" (Informe de 1878).
SOBRE LOS UNIVERSITARIOS: "Si algo habría de hacer por el interés publico seria  tratar de contener el desarrollo de las universidades... En las ciudades  argentinas se han acumulado jóvenes que salen de las universidades y se han  visto en todas las perturbaciones electorales... Son jóvenes que necesitan  coligarse en algo porque se han inutilizado para el comercio y la industria. La  apelación de "Doctor" contribuye a pervertirles el juicio... El proyecto de  anexar colegios nacionales a la universidad es ruinoso y malo, pues contribuirá  a perturbar las cabezas de los estudiantes secundarios e inutilizarlas para la  vida real que no es la de las universidades ni de los doctores. La educación  universitaria no interesa a la nacion ni interesa a la comunidad del país...  Generalmente en todo el mundo las universidades son realmente libres. Nada tiene  que ver ni el estado ni nadie con las universidades" (Senado Nacional, 27/7/1878  y 19/9/1878)
SOBRE LA MASACRE PATRIOTICA: "Necesitamos entrar por la fuerza en la Nacion, la  guerra si es necesario" (año 1861). "Los sublevados serán todos ahorcados,  oficiales y soldados, en cualquier numero que sean" (año 1868. "Es preciso  emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a  todos los enemigos. Todos los medios de obrar son buenos y deben emplearse sin  vacilación alguna, imitando a los jacobinos de la época de Robespierre" (año  1840). "A los que no reconozcan a Paz debiera mandarlos ahorcar y no fusilar o  degollar. Este es el medio de imponer en los ánimos mayor idea de la autoridad"  (año 1845). "Hemos jurado con Sarmiento que ni uno solo ha de quedar vivo"  (Mitre en 1852).
SOBRE KA DEMOCRACIA SANGUINARIA: La muerte del gobernador Benavidez "es acción  santa sobre un notorio malvado. !Dios sea loado" (El Nacional, 23/10/1858).  "Acabé con el Chacho(el General Peñaloza). He aplaudido la medida precisamente  por la forma. Sin cortarle la cabeza a ese pícaro, las chusmas no se habrían  aquietado" (Carta a Mitre, 18/11/1863).
"Córteles la cabeza y déjelas de muestra en el camino" (Carta a Arreondo,  12/4/1873). "Si el coronel Sandes mata gente(en las provincias) cállense la  boca. Son animales bípedos de tan perversa condición (esos provincianos que  defienden sus autonomías) que no se que se obtenga con tratarlos mejor" (Informe  a Mitre, 1863). El fusilamiento en masa de un batallón correntino: "brillante  conducta". A los sublevados enterrianos en 1868. "Proceda a diezmarlos, pasando  por las armas a los que le toque en suerte". El degüello de Santa Coloma: "acto  de que gusté" (año 1852). Asesinato del gobernador Virasoro que él instigó desde  Buenos Aires: "San Juan tenia derecho a deshacerse de su tirano" (año 1860).  Aprobó el asesinato en masa en Villamayor el 2/2/1856 y como presidente ofreció  $100.000 por la cabeza de López Jordán y entre las cabezas valuadas a 1000  patacones estaba la de José Hernández, que acababa de publicar el "Martín  Fierro", y era un ferviente antirrosista.
SOBRE EL SOCIALISMO : "Las huelgas son invenciones de los ociosos que buscan  motivos de alarmar. El socialismo las usó como instrumento de perturbación; pero  el socialismo es una necedad en América". (El Nacional, 14/9/1878).
SOBRE LA LIBERTAD DE SUFRAGIO: "Después de la caída de Rosas, Buenos Aires fue  educada en la practicas de la libertad por demagogos. El fraude, la  falsificación de las urnas electorales vienen de 1852 por los comicios  organizados por Mitre. Después de veinte años de este sistema Mitre se ha  quedado solo en la República con sus paniaguados. En Buenos aires hay tal  libertad de sufragios que ni a palos harán que el pueblo concurra a elecciones".  (Año 1872 ¡El era presidente!).
SOBRE LA DEMOCRACIA LIBERAL: "Aquí en América la palabra libertad importa  sainete ridículo; Riquísima comedia que no manifiesta tener fin" (14/11/1841).  "Esta demostrado que no puede haber mas política que la del garrote y la macana"  (año 1880). "A quien no quiere pagar lo soplo a la cárcel. En materia de  contribución directa hago peor, pues les rasco el bolsillo" (Gobernado de San  Juan en carta a Mitre, 1862).
"Una Constitución pública no es una regla de conducta para todos los hombres. La  Constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las  aplican y la policía de seguridad. No queremos exigir a la democracia más  igualdad que la que consienten la diferencia de raza y posiciones sociales.  Nuestra simpatía para la raza de ojos azules."(OO. CC., 1886)
SOBRE EL CONGRESO DE TUCUMÁN: "Formado en su mayoría por curas de aldea,  ignorantes de la historia contemporánea. Era un niño que declara la  independencia; pues no se necesita inteligencia ni ciencia para emanciparse y  constituirse una fracción de pueblo independiente de otra" (Tomo 48º, p. 103 y  302 de OO.CC)
SOBRE LAS LAS PROVINCIAS: "Son pobres satélites que esperan saber quien ha  triunfado para aplaudir. La Rioja, Santiago del Estero y San Luis son piltrafas  políticas, provincias que no tienen ni ciudad, ni hombres, ni cosa que valga.  Son las entidades mas pobres que existen en la tierra" (El Nacional, 9/10/1857).
SOBRE LOS PORTEÑOS: "Las elecciones de 1857 fueron las mas libres y mas  ordenadas que ha presentado la América". (El Nacional, 13/10/1857). "Para  ganarlas, nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror,  que empleados hábilmente han dado este resultado (de las elecciones del 29 de  marzo). Los gauchos que se resistieron a votar por nuestros candidatos fueron  puestos en el cepo o enviados a las fronteras con los indios y quemados sus  ranchos. Bandas de soldados armados recorrían las calles acuchillando y  persiguiendo a los opositores. Tal fue el terror que sembramos entre toda esa  gente, que el día 29 triunfamos sin oposición. El miedo es una enfermedad  endémica de este pueblo. Esta es la palanca con que siempre se gobernara a los  porteños, que son unos necios, fatuos y tontos". (Carta a D. Oro 17/6/1857)
SOBRE SAN MARTÍN: "San Martín el ariete desmontado ya que sirvió a la  destrucción de los españoles; hombre de una pieza; anciano batido y ajado por  las revoluciones americanas, ve en Rosas el defensor de la independencia  amenazada y su ánimo noble se exalta y ofusca... Fastidiado estoy de los grandes  hombres que he visto... Hace tiempo que me tienen cansado los héroes  sudamericanos (como si el fuera europeo), personajes fabulosos todos... La  expatriación de San Martín fue una expiación. Sus violencias se han vuelto  contra él y lo han anonadado... Pesan sobre él ejecuciones clandestinas...  Dejemos de ser panegiristas de cuanta maldad se ha cometido. San Martín,  castigado por la opinión, expulsado para siempre de la América, olvidado por  veinte años, es una digna y útil lección". (Año 1845. La Crónica, 26/12/1853;  carta a Alberdi 19/7/1852; y año 1885)
SOBRE ROSAS: ... falso, corazón helado, espíritu calculador... Tirano sin rival  hoy en la tierra,...... una aberración, una monstruosidad... legislador de esta  civilización tártara... el tirano... el lobezno que se está criando aún...... el  caníbal de Buenos Aires... las miradas suspicaces del tirano... el azote del  verdugo... otros execraban aquel monstruo sediento de sangre y de crímenes,...  el despotismo de Rosas... tirano semibárbaro.... Degüella, castra, descuartiza a  sus enemigos para acabar de un solo golpe... el execrable Nerón, el tirano  brutal.... la sangre derramada ahogue al tirano!... Rosas con sus atrocidades...  ese monstruo,... los bandidos, desde Facundo hasta Rosas... este genio maldito  ... el monstruo... horrible monstruo... del execrable tirano... sus mismas  brutalidades y su desenfreno... un forajido, un furioso, o un loco frenético...
SOBRE URQUIZA : "No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer  de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca. El es la única nube  negra que queda en el horizonte". (Carta a Mitre, dic. 1861). "Además es preciso  acogotar a Alberdi, del Carril, Gutiérrez y Fragueiro con Vicente F. López,  Cané, Luis Domínguez y Tejedor". (Carta a J. Posse, mayo 1860). "Urquiza es el  verdugo vendido a Rosas. Su historia es negra y salpicada de sangre. Un reguero  de sangre señala su camino. Después de despoblar la tierra con sus atrocidades,  la despuebla con sus rapiñas. Suscita secuaces donde quiera haya un bárbaro. Es  un escuerzo, un viejo montonero, un ambicioso, un cacique y soldado  desvergonzado, un padrillo inmundo, un gaucho mazorquero e insolente: monstruo  de carnicerías humanas". (Tomo 17, p. 93 y 121 y Tomo 49, p. 295)
SOBRE EL CHACHO
“Quedaron en nuestro poder el mayor don Cicerón Quiroga , jefe de la infantería,  y siete oficiales, los que fueron pasados por las armas a día siguiente; se  cuentan treinta hombres muertos” (Parte de Sandes 13-2-1862) “ Ha sido una  repetición de o de Cañada de Gómez (Informa Sandes a Mitre) “El coronel Sandes  llevó orden por escrito del infrasripto de pasar por las armas a todos los que  se encontrase con las armas en la mano, y lo ha ejecutado en jefes y oficiales”  (Carta de Sarmiento a Mitre 15-2-1862) Más tarde, siendo presidente Sarmiento,  la oposición (Mitre) reproduce la carta La Nación Argentina el 25-11/1868.  Sarmiento atribuye a matanza al ejercito de Mitre que él “por un acto de  generosidad… puso a cubierto de reproches” (JMR tVI p.24)
   Don Juan Facundo  Quiroga - Romance histórico
Don Juan Facundo  Quiroga - Romance histórico
Anónimo
Don Juan Facundo Quiroga
1° Parte
Don Juan Facundo Quiroga,
General de mucho bando,
Que tuvo tropas de líneas
Muchos pueblos a su mando.
Hombre funesto y terrible
Que fue el terror de Los Llanos,
Era feroz, sanguinario,
Bárbaro, cruel e inhumano.
Tenía por apodo "El Tigre",
Por su alma tan alevosa,
Por su presencia terrible
y su crueldad espantosa.  
Salta, Tucumán, Santiago,
Se hallaban desavenidos.
Marchó Quiroga a arreglarlos
Para dejarlos unidos.
Al partir le dice al pueblo
Como algo que ya presiente:
Sí salgo bien, volveré,
Si no ¡Adiós, para siempre!
Al ausentarse Quiroga
Ya le anunciaba el destino
Que había de perder la vida,
En ese largo camino.
Llevaba por compañero
A su secretario Ortiz,
Y apuraba la galera
En aquel viaje infeliz.
A pocas horas de andar
En un arroyo fangoso,
Se le agarró la galera,
Y allí se puso penoso.
Acude el maestro de posta,
Mas no pudiendo salir,
Al maestro mismo, Quiroga,
A las varas lo hizo uñir.
Al fin pudieron zafar,
Y como una exhalación
Cruzaba el coche la pampa,
Sin hallar interrupción.
En cada posta que llega,
Pregunta muy afligido
La hora que ha pasado un chasqui
De Buenos Aires venido.
Le contestan que hará una hora,
Entonces, con duro acento,
¡Caballos!, les pega el grito,
¡Sin pérdida de momento!
Y su marcha continúa,
Mas quiso también el cielo,
Molestar a ese bandido
Que había ensangrentado el suelo.
Durante tres días seguidos
Le hace llover permanente;
Se pone el camino horrible
Convertido en un torrente.
Al entrar en Santa Fe,
Se le aumenta su inquietud
Y en desesperada angustia,
Se pone con prontitud.
Le avisan que no hay caballos
En la "Posta de Pavón"
Y que el maistro estaba ausente,
Para mayor confusión.
Sufre una horrible agonía
Al prever una parada,
Y grita ¡Traigan caballos!
Con una voz angustiada.
Causaba asombro de ver
En este hombre tan terrible,
Ese extraño sobresalto
Donde el miedo era visible.
Después que logran marchar
Dice, viendo para atrás:
-"Si salgo de Santa Fe
No temo por lo demás."
Al pasar el río Tercero
Todos los gauchos acuden,
A ver a ese hombre famoso,
Tal vez que en algo le ayuden,
De alli lo hicieron pasar
Casi alzando la galera.
Por último, llega a Córdoba,
Donde Reinafé lo espera.
Estando en la posta ya,
Pidiendo a gritos caballos,
Ha llegado Reinafé,
Solícito a saludarlo.
Quiroga a las nueve y media
Había a este punto llegado,
No encontró caballo pronto,
Por su arribo inesperado.
Muy amable Reinafé
Lo invitaba atentamente:
-Pase en la ciudad la noche,
Lo atenderé dignamente.
Pero el salvaje Quiroga,  
Sin ninguna educación,
Dice: ¡Caballos preciso,
Para mejor atención!
Viéndose así Reinafé,
Por ese hombre, despreciado,
Se regresó a la ciudad
Enteramente humillado.
Le llevaron los caballos
A las doce de la noche,
Hora en que siguió su viaje
Con Ortiz dentro del coche.
Al fin Quiroga llegó,
A Tucumán y Santiago,
Arregló todas las cosas
Y emprende su viaje aciago.
¡A Córdoba! pega el grito,
Y los postillones tiran,
Resuenan los latigazos
Y los caballos se estiran.
Quiroga lo sabe todo,
Hasta el peligro salvado,
Sabe el grande que le espera
Del enemigo burlado.
2° Parte
Mientras tanto Reinafé
Le prepara los puñales,
Que habían de acabar con él
En desiertas soledades.
Proponen los Reinafé.
Como hombres muy advertidos,
Llamar a un tal Santos Pérez
Y a otros gauchos pervertidos.
Santos Pérez se presenta,
Como mozo de obediencia
Y ¡Santas noches!, le dice:
¿Cómo se halla Vuecelencia?
Allí mismo le proponen
El matar a Don Facundo,
Haciéndole ver el bien
Que hará a la patria y al mundo.
Y le dice Santos Pérez:
-"Yo he de rendir obediencia
Pero si lleva la firma
de manos de Vuecelencia."
Al escritorio se entraron,
Estos hombres ya entendidos,
A trabajar este plan,
Sin que puedan ser sentidos.
Y le dice Santos Pérez,
Al acabar de firmar:
Preciso en este momento
Un chasqui para mandar.
Y manda al Totoral Grande
Que vuelvan por El Chiquito,
Que le llaman a su gente,
Yaques, Juncos y Benito.
Yaques, juncos y Benito,
Estos eran los bomberos,
Que marchaban adelante
Señalando el derrotero.
Hacia el sud de "El Ojo de Agua"
Al correo habían topado,
Le preguntaron del coche,
Que a dónde lo había dejado.
Y le responde el correo,
Hablando por sus cabales:
En la posta "El Ojo de Agua"
Quedan mudando animales.
3° Parte
Quiroga seguía su viaje
Sin mayor inconveniente,
Fía en el terror de su nombre
Y su orgullo de valiente.
Un poco antes de llegar,
A la posta "El Ojo de Agua"
Un joven salió del monte,
Pidiendo que se pararan.
Quiroga asomó primero
Preguntando: ¿Qué se ofrece?
-"Señor, quiero hablar a Ortiz,
Si inconveniente no hubiese."
Baja Ortiz de adentro el coche
Para saber lo siguiente:
"Deben matarlos a ustedes
"Santos Pérez con su gente.
"Se hallan en Barranca Yaco
"Aguardando a la galera,
"Del camino a los dos lados
"Se han colocado de espera.
"Tienen orden de matar
"De postillones arriba,
"Ninguna debe salvar
"Ni los caballos con vida.
"Aquí tiene este caballo
"Que le traigo para usted,
"Con el deseo de salvarlo
"A casa lo llevaré."
Era un joven Sandivaras
Con un caballo ensillado
Que quiere salvar a Ortiz,
Por un servicio prestado.
Con semejante noticia
Ortiz se puso a temblar
Y manifestó a Quiroga
No debían continuar.
Entonces dijo Quiroga:
-No tenga ningún cuidado
Mañana mismo esos hombres,
Estarán a mi mandado.
Facundo agradece al joven,
Y de nuevo lo interroga,
Mas le dice: -¡No ha nacido
Quien lo matará a Quiroga!
A un grito mío la partida,
A mi orden se ha de poner,
Y hasta Córdoba hemos de ir,
Mañana usted lo ha de ver.
Llegaron al "Ojo de Agua"
Y allí saben igual cosa,
Pasando el pobre de Ortiz,
La noche más angustiosa.
Esa noche sin dormir
Pasó en amarga congoja,
Todas las horas pensando,
En sus hijos y en su esposa.
Le manifiesta a Quiroga
Su intención de no seguir,
A lo que éste le contesta:
-Es peor, amigo, no ir.
Tuvo Ortiz que someterse
Sufriendo mayor suplicio,
Y como humilde cordero,
Marchaba a su sacrificio.
Quiroga llamó a su negro,
Que le servía de asistente,
En él ponía su confianza
Porque era hombre muy valiente.
Le ordenó limpiar las armas
Y tenerlas bien cargadas,
Por si llega la ocasión
De ser bien aprovechadas.
Y alzando nubes de tierra
Se alejaron de estos puntos.
El polvo íbalos cubriendo
Porque iban a ser difuntos.
En la "Posta de Intiguasi"
No fueron pronto auxiliados,
Dándoles tiempo a los gauchos
Que estuvieran preparados.
4° Parte
Al pie de "Barranca Yaco"
Treinta hombres había apostados,
Para asaltar la galera
En cuanto hubiera llegado.
Ya sienten los latigazos
De los pobres postillones,
Y el andar de la galera
Que viene a los sacudones.
Ya miran venir el coche
Rodando por el camino
¡A la carga! dice Pérez,
Matemos a ese asesino.
¡Bendito Dios poderoso!
En aquel terrible asalto,
Un loro que allí venía,
Les gritaba que hagan alto.
"Hagan alto", decía el loro,
Con su lengüita parlera,
"Hagan alto, mi general,
"Que le asaltan la galera."
Y se asomó el General
Con sus armas apuntando,
Y pega el grito: A esa gente,
¿Quién la viene gobernando?
Le responde Santos Pérez
Y de este modo lo trata:
"La hora te llegó, Quiroga,
"Pierdes la vida y la patria."
-¡No me mates, Santos Pérez!
Le gritaba el General. . .
Dame tregua de minutos
Siquiera para rezar.
Le responde Santos Pérez:
-Yo, tregua no te he de dar,
Yo no te daré más tregua
Que al golpe de un pedernal.
Y le dio un tiro en el ojo
Sin dejarlo respirar,
Y le dice: ¡Oiga el Quiroga!
Se acabó ese General.
También mataron a Ortiz
A pesar de sus clamores.
Allí sí que la pagaron
Los justos por pecadores.
Diez muertes son las que hicieron
Con unos dos postillones,
Que al ver morir a uno de ellos
Se partían los corazones.
-¡No me mate, señor Santos!
Le decía el postillón,
"Señor, ¡líbrame la vida,
"Téngame usted compasión!"
Le respondió el gaucho Pérez:
-Yo no te puedo salvar
Porque si te dejo vida
Tú mismo me has de juzgar.
Entonces dice uno de ellos: 
|   | 
"De favor le pediré,
Señor, líbrele la vida,
Yo con él me ausentaré."
Por respuesta Santos Pérez
Le voló todos los sesos,
En seguida al postillón
Le cortó libre el pescuezo.
Pegó un grito el postillón
Cuando el cuchillo le entró.
Este grito, decía Pérez,
Que siempre lo atormentó.
Se le grabó en el oído
Aquel grito lastimero,
Y en todas partes oía
Del niño aquel ¡ay! postrero.
Después de hacer estas muertes
A ese gaucho le pesó,
Y desfilando de a cuatro,
A Sinsacate marchó.
Tomó por refugio el monte
A causa de su delito,
Y allá oyó continuamente
De aquel postillón el grito.
Al fin lo empuja el destino,
O de sus muertos las almas,
A volver a la ciudad
A la casa de su dama.
Hacía unas cuantas noches
A que Pérez, disgustado,
Dio una paliza a su dama,
Y luego se había ausentado.
¡Buenas noches, le dice ella!
¿Cómo has podido venir?
Está la cama tendida,
Ven, acostate a dormir.
El gaucho estaba borracho,
Y ella con gran aflicción,
Lo invitaba a que se acueste
Con su traidora intención.
Este gaucho era temido,
Por su valor temerario,
Por muchos hechos de sangre
en "La Sierra" y "El Rosario".
La policía lo buscaba
Temerosa de encontrarlo,
Porque temblaba de miedo
Al sólo pensar de hallarlo.
Ella se acostó con él,
Y al sentir que se ha dormido
Se levantó de la cama
Procurando no hacer ruido.
Cuando ya se hubo vestido,
A la calle se salió,
Y en marcha a la policía
Corriendo se presentó.
-¡Albricias!, le dice al jefe,
Y él dice: Las puede dar.
-A Santos lo tengo en casa,
Si lo quiere asegurar:
A esto le contestó el jefe:
¡De dónde vas a saber
Si Santos no ha de venir,
Ni aun lo has de conocer!
Y le responde la dama:
¡Como no hi conocer
Si ahora noches pasadas
Yo supe dormir con él!
Entonces le dice el jefe:
Cuatro onzas te voy a dar
Y te voy a premiar bien
Si lo haces asegurar.
Y le responde la dama:
Sin nada de eso, señor,
Mande la escolta conmigo
Y ya vendrá el malhechor.
El jefe le dio los hombres
Y a sus órdenes los puso.
Vivo o muerto lo han de traer
En seguida, les repuso.
Cuando ya estuvieron cerca,
Un poco antes de llegar,
Les dice: Esperen aquí,
Que lo voy a desarmar.
Allí quedaron los hombres
Esperando que volviera,
Y preparando las armas
Por lo que tal vez pudiera.
Ya asomó por la ventana
Haciendo señas por cierto
De arrimarse sin cuidado,
Que el gaucho parecía muerto.
Sin embargo no llegaban
Creyendo en esa ocasión
Que aquella mujer pudiera
Hacerles una traición.
¡Qué diablos de cordobeses,
Les dice aquella mujer,
Si ustedes no habían servido
Ni para sapos prender!
Al fin llegan a la puerta
Y empiezan a tiritar,
Ni aún oyendo los ronquidos
No se quieren arrimar.
 
|    | 
 Al fin pudieron entrar
Y le rodiaron el lecho,
Poniendo todas las armas
Apuntadas a su pecho.
¡Bienhaya el valor de Santos
Y la leche que mamó!
Después de estar apretado
A sus armas manotió.
Ya se levanta la dama
Haciéndose que llorar:
¡Lo llevan a mi querido,
No me podré consolar!
Y le dice Santos Pérez:
¡Qué te hacís la que llorás,
Con estos llantos fingidos
A mí no me has de engañar!
Ya lo llevan a la cárcel
A que sufra allí su pena,
Para más seguridad
Le ponen una cadena.
Después pasó a Buenos Aires
A donde fue procesado
Y ante un gentío numeroso
En la plaza fusilado.
¡Amigos, aquí presentes!
Que les sirva de ejemplar
La vida de Santos Pérez
Y cómo vino a acabar.
[Fuente: Cancionero tradicional argentino. Recopilación, estudio preliminar, notas y bibliografía de Horacio Jorge Becco, Buenos Aires, Hachette, 1960]
   Facundo y  el Moro
Facundo y  el Moro 
“A pocos seres se les concede el extraño privilegio de contemplar el resplandor  de su alma entera, enfrente de sí mismos. Juan Facundo Quiroga se sabe uno de  ellos”.
“Doña Dolores Fernández jamás ha temido las seducciones de otras, ya se tratase  de chinas o de señoras. Un solo ser, ni hembra ni siquiera humano, le ha  inspirado celos. Un solo ser: el Moro.
El moro es veloz como el corcel de Philotas, inteligente como el de César,  sagrado como el de Calígula ¿De dónde ha tomado Facundo el modelo de amor que  Alejandro profesaba a su Bucéfalo?(...) más de un honor desdeña en la ciudad por  quedar en el campo acompañando a su cabalgadura. Un caballo es un tesoro y hay  tesoros que no valen un caballo. Si Ricardo III halla el moro de Facundo, por  dos veces da su reino.
David Peña, Juan Facundo Quiroga
De puro brujo, no más,
Lo pensaban sus paisanos
Otra vez sobre su moro,
Haciendo temblar los llanos
León Benarós. 
La polvareda avanza a una velocidad inusitada.  Rayos de luna se trizan y se reflejan en esa coraza móvil y porosa de tierra  seca, apenas humedecida por la niebla del amanecer. Esa nube destellante se  desplaza mucho más rápido que los carruajes, más velozmente aún que la sombra  ambiciosa de cualquier buen caballo de pelea. Sólo hubo un caballo, uno solo,  capaz de correr parejas con el viento, que podía golpear el pecho de la tierra  de tal manera: rozándola apenas con un fulgor de chispa, suspendido en el aire  brusco de la fuga como si fuera el aliento mismo del planeta.
El general Quiroga contiene su propia respiración para dejar que únicamente ese  mundo más antiguo respire en las patas del animal que se aproxima. ¿Y si fuera  él? A medida que el bulto se acerca comienza a distinguir un brillo disperso,  como de plata molida, sobre el lomo sudoroso y oscuro. Reconoce el dibujo tenso  de los músculos, las crines que hace tiempo no han sido tusadas y le dan el  aspecto de un animal salvaje, el relincho que anuncia las batallas y el  estallido inesperado de las tormentas. Ya lo tiene apenas a unos metros,  perfectamente visible y casi tangible. Ya puede estirar las manos para acercar a  su cara el hocico jadeante, y apoyar la cabeza sobre el cuello largo que late al  compás de su propia sangre, con un solo deseo, con un solo rumor. Juan Facundo  Quiroga deja enredarse sus dedos en ese pelaje rebelde, que nadie, salvo él  mismo, ha podido peinar y domesticar.
El Moro, pues, ha vuelto, ha huido de su captor, ha respondido a su llamado  persistente. Los años pasados no parecen haber dejado marca alguna de  humillación o incuria sobre el cuerpo que ahora emerge, intacto y súbito, de la  noche profunda, como si no hubiese vivido en cautiverio, sino a la cabeza de  tropillas nómades en campos de pastoreo, inaccesible al lazo y a la ajena  montura. Facundo quiere mirarse otra vez en esos ojos, como cuando indagaba en  ellos su destino, en las noches que precedían al combate. Pero el Moro sacude la  cabeza y los remos tiemblan. Facundo comienza a temblar también, mientras  intenta, en vano, montar en pelo sobre el lomo espejado que amenaza deshacerse  bajo sus muslos como la polvareda. El latigazo del reumatismo le castiga la  pelvis y las últimas vértebras mientras una mano lo sacude, tomándolo del hombro  izquierdo.
- ¡General! ¡General, por Dios, despierte usted!
Quiroga abre los ojos. Han desaparecido el Moro, las esquirlas de plata sobre el  lomo sombrío del caballo y del camino, el gozo desaforado del reencuentro. Está  en una cama de la Posta de Ojo de Agua, camino de Sinsacate. La cara demudada de  José Santos Ortiz, su confidente y secretario, es ahora el único espejo donde el  destino puede reflejarse.
- ¿Qué quiere usted, hombre? ¿Por qué no descansa? Aproveche el poco fresco de  la noche. En tres horas más el calor no nos dará respiro.
- Si fuera sólo el calor, general. Está confirmado.
- ¿Qué?
- Todos lo han dicho: el maestro de posta, los peones, los arrieros, el pueblo.  Todos lo saben. Santos Pérez se ha emboscado para asesinarlo, por orden de los  Reinafé. Está esperándonos con una partida, quizá en Macha, quizá en el  Portezuelo. Pero en cualquier caso no pasaremos de Barranca-Yaco.
Facundo se levanta a medias. Responde, tajante.
- Sosiéguese usted. Aun no ha nacido quien se atreva a matar al general Quiroga.  A un grito mío, esa misma partida se pondrá a mis órdenes y me servirá de  escolta.
José Santos Ortiz sabe que no hay apelación posible. Ese hombre que ahora es  ante todo su general, no ya su amigo, se ha decretado inmortal, y extiende el  escudo mágico de su poder sobre los integrantes de su comitiva. Ortiz vuelve al  catre. Detrás de las cortinas que ondean sobre la cómplice oscuridad, lo espera  el camino de regreso a Santiago del Estero. Un muchacho al que antaño  protegiera, el joven Usandivaras, le ha llevado esa tarde un caballo de repuesto  para facilitarle la huida. Pero Santos Ortiz no se irá sin Quiroga. Si la  partida de Santos Pérez no lo mata, tendrá que arrastrarse luego por la vida  como un muerto civil, convicto de su deshonra.
Facundo lo oye removerse, suspirando. Las patas de la cama precaria crujen bajo  el peso de una gran congoja. El cuerpo se sacude, sin poder acomodar el alma  para que permanezca dignamente quieta dentro de su terror. Él, en cambio, se  mantiene rígido, doblado sobre su brazo derecho, en posición casi fetal.  Cualquier desplazamiento, en su estado, puede causar dolores inmediatos, mucho  más intolerables que el mero presagio de lo porvenir. Sabe que ha dicho  solamente una bravata para ocultar lo inevitable. Dondequiera que vayan, hacia  atrás o hacia delante, la partida asesina los seguirá, pero es mejor creer que  uno muere porque ha tenido el coraje de enfrentarse al Destino. Con el Moro,  acaso, Facundo Quiroga sería invulnerable. Sin el Moro, Facundo, el Tigre de Los  Llanos, ese personaje magnífico y feroz, capaz de aniquilar al enemigo con sólo  fijar en él las pupilas negras, donde brilla un fantasma de azogue que hechiza  las voluntades, resulta apenas un reflejo inerte.
A pocos seres se les concede el extraño privilegio de contemplar el resplandor  de su alma entera, enfrente de sí mismos. Juan Facundo Quiroga se sabe uno de  ellos. Ha visto su alma por primera vez una mañana, bajo el sol que cae a pico  en un monte de Los Llanos. Es tal como él la ha soñado y casi palpado en las  noches transparentes, congeladas tras los muros de un aire de vidrio, al pie de  la cordillera. Tiene un color gris azulino que puede virar al negro según la  capturen o la esquiven las sombras. Aun a pleno sol parece mojada por la luna, y  es, como ella, secreta. Su alma tiene la velocidad del pensamiento y el fuego  del deseo. Fuerte como la muerte, cruzará la muchedumbre de las aguas; los  grandes ríos no podrán sofocarla.
Facundo desmonta ahora del zaino al que no volverá a subir. Lo deja en el camino  con todos sus aperos, como una cosa que ya no le pertenece. Se dirige a su alma  que corcovea en lo alto del monte, solitaria e indómita. Sus hombres lo miran,  azorados: su comandante no ha hecho siquiera ademán de sacar el lazo o las  boleadoras. Camina en línea recta hacia el caballo que parece esperarlo. Lo ven,  a la distancia, acariciar el lomo del animal, rodearle el cuello con el brazo.  El viento no les trae el eco de la voz, pero entienden que le está hablando y  que el tordillo le contesta con movimientos del hocico, y con breves relinchos.  A poco, Quiroga baja por la ladera del montecito. El caballo, al que por su  color llamarán "el Moro" y que apenas ha dejado de ser un potro, sigue tras él,  apacible.
Facundo ya no ha de separarse de esa máquina sensitiva y fulgurante, que conoce  sus deseos antes de que él mismo pueda formularlos, que lo asiste en sus dudas y  lo acompaña en sus cavilaciones. Sobre el lomo del Moro se convierte en el  caudillo que reúne y concierta las voluntades de la Tierra Adentro contra la  Liga del Norte y el poder unitario del porteño Rivadavia. Las herraduras del  Moro marcan el suelo de San Miguel de Tucumán cuando Facundo entra en la ciudad,  después de la victoria en los campos de El Tala. Cree que ha muerto en batalla  el general Lamadrid, cuya espada lleva al cinto como trofeo. Esa muerte, sin  embargo, es su frustración mayor, y así se lo escribirá a doña Dolores, su  mujer. La Madrid es el único rival digno de él. Los dos saben entrar a la pelea  dando gritos más hirientes que un filo de cuchillo, los dos saben hacer brotar  de la tierra sangre y agua con un golpe de lanza. Facundo sólo estará satisfecho  cuando sepa que su adversario ha logrado sobrevivir a sus once heridas de fusil,  de sable y de bayoneta, y que otra vez podrá retarlo a combate hasta que uno de  los dos desaparezca.
Con el Moro invade Facundo la ciudad de San Juan cuando Buenos Aires levanta  contra él nuevas fuerzas conspirativas. San Juan no le opone armas, quizá porque  el pueblo llano lo está esperando o porque la fama del Tigre basta para pudrir  la pólvora dentro de los fusiles y poner alas infames en los pies de la fuga. El  general Quiroga desdeña a los notables que se han reunido para recibirlo, por  temor o porque esperan ser favorecidos. Ignora los techos de la Casa de Gobierno  que lo aguarda con honores, prefiere un potrero de alfalfa donde el Moro se  reponga de la fatiga de las marchas, y donde él mismo pueda hablar tranquilo, en  el remanso de un afecto, con la nodriza negra de su infancia a quien abraza y  sienta a su lado, mientras que los dignatarios civiles y eclesiásticos quedan de  pie, sin que nadie les dirija la palabra, sin que el Jinete se digne  despedirlos.
En las noches sanjuaninas Facundo duerme bajo un toldo, a unos metros del Moro.  Los amaneceres los sorprenden en diálogo mudo. Sus enemigos toman por afrenta  bárbara estos hábitos ciertamente anómalos para un hombre de ciudad. Pero él se  enorgullece de haberse criado en los campos de Los Llanos, en la estancia  paterna de San Antonio, entre viñedos y tropillas bravas. Sus hombres creen que  el Moro es capaz de habitar en un tiempo más ancho y más profundo que la memoria  humana y que le transmite recuerdos de lo porvenir. Quiroga no los desmiente;  sin embargo no es ésa la razón que lo detiene junto a su caballo en el campo  raso. Sabe que la libertad y la cólera se ablandan y se corrompen bajo sábanas  de Holanda, en la trampa dorada de las camas con baldaquino, en los comedores  iluminados por cristales y candelabros. Sabe que su alma se reconcilia consigo  misma sólo bajo la luz perfecta y distante de las estrellas que únicamente a la  intemperie llega a la tierra con absoluta pureza, como si el aire fuera un pozo  traslúcido y sereno de agua de lluvia.
Allí, en San Juan, recibe Facundo mensajes de Rivadavia, que le envía el  comisionado Dalmacio Vélez Sársfield por medio de un correo. Quiroga desestima  tanto al doctor porteño que no ha osado presentarse ante sus ojos, como a los  papeles que le remite. Se los manda de vuelta con el chasque, sin abrir los  sobres, y escribe en la cubierta su rechazo. No leerá comunicaciones de  individuos que le han declarado la guerra; prefiere responderles con obras,  dice, pues no conoce peligros que le arredren y se halla muy distante de  rendirse a las cadenas con que se pretende ligarlo al pomposo carro del  despotismo. Cuando el correo parte, desconcertado, Quiroga busca un guiño  luminoso en la mirada del Moro. Su caballo lo aprueba porque tampoco tiene amos.  No es él quien lo ha encontrado y domado; es el Moro quien ha querido esperarlo  en el centro de la mañana, bajo el sol cenital, para adueñarse de esa mitad  humana que le falta, para completar el acuerdo de la tierra y el cielo en una  sola fuerza y un solo pensamiento.
El general oye toser a Santos Ortiz, que no se anima a hablarle. Su secretario  no puede desprenderse sin temblor y sin desgarramiento de los afectos que lo  atan a la vida como se apega un animal a su querencia. También él, Quiroga,  tiene hijos: Ramón, Facundo, Norberto, Jesús, Mercedes. Y una mujer hermosa que  a veces ha debido huir con ellos de la casa familiar, perseguida por las tropas  unitarias, y que lo ha esperado siempre, en Malanzán o en Buenos Aires, a la  vuelta de las campañas o de las mesas de juego, donde Facundo desfoga su único  vicio perdurable. Suspira a su pesar, inmóvil. Si sucede lo que teme Santos  Ortiz, sus hijos varones heredarán el deber de vengarlo. Su esposa y sus hijas,  con la tenacidad más lenta y más sutil de las mujeres, conservarán su memoria.
Una puñalada de dolor en la base de las vértebras le arranca lágrimas de los  ojos cerrados, pero no una queja que Ortiz podría oír. ¿Tendrán su esposa y sus  hijas, realmente, memorias suyas? Ha estado mucho más tiempo fuera de su casa  que dentro de ella, se ha demorado tanto más en las antesalas furiosas de la  batalla que en los tapices y almohadones del estrado, en el hogar solariego. Ha  dormido más veces al raso, junto al Moro, preparado para responder al enemigo  entrevisto, que abrazado a Dolores, entre las sábanas de lino perfumadas con  bolsitas de alhucema. Aun en su juventud, ha pasado más días vigilando las  haciendas y entrenando los mejores parejeros para las carreras provinciales, que  a la sombra de las viñas de Malanzán, donde la piel pálida de Dolores enrojecía  también bajo los besos como las uvas maduras.
"Vas a morir en un campamento, en un catre, en cualquier parte menos en esta  casa" -le ha dicho su mujer una mañana de despedida, pero sin reproches, con  dolor tranquilo, como si constatara un hecho inevitable. Nunca le ha dicho, en  cambio "Otra te cerrará los ojos". Nunca ha temido que mujeres ajenas se  instalen en cada hueco de su ausencia, y apresen el corazón de Facundo en la  armadura de su corsé, y le aten las manos imperceptiblemente con las cintas de  seda que adornan las cabelleras.
Doña Dolores Fernández jamás ha temido las seducciones de otras, ya se tratase  de chinas o de señoras. Un solo ser, ni hembra, ni siquiera humano, le ha  inspirado celos. Un solo ser: el Moro.
Facundo respira con cautela. Planea la complicada operación de darse vuelta con  el cuidado y la precisión de una estrategia militar. Por fin, logra apoyarse del  otro lado sin acrecentar mayormente sus dolores. El vuelco le refresca la  espalda, que no respira, agobiada por el sudor.
"En dos días me olvidarás, te olvidarás de todo. No tendrás más casa que un  toldo volado por los vientos del llano. Vas a correr como un ciego, sin medir  los peligros. El humo te nublará los ojos, la pólvora te tapará los oídos. Ese  animal, que es tu oráculo, te llevará al desastre", ha dicho Dolores, y él  aparta la trenza deshecha que cae sobre el seno izquierdo y besa la zona tersa  del hombro que la camisilla de encaje, sin mangas, deja al descubierto.
No la olvida, pero tampoco encuentra en el casco redondo de la noche el tambor  sordo de los duelos, ni los redobles pavorosos de las ejecuciones. Sólo oye el  tumulto de su montonera -llanistos campesinos, viñateros, pequeños comerciantes,  hacendados humildes- que se dispara en direcciones imprevisibles para las tropas  de línea. Vuelve a Rincón de Valladares, donde ha vencido de nuevo a Lamadrid y  también a los mercenarios colombianos de López Matute, que saben degollar de a  veinte, mejor que los argentinos, y deshacer doncellas santiagueñas y tucumanas  con seca brutalidad, a tiro de fusil. Los enemigos huyen a Salta y a Bolivia.  Caen Rivadavia, el presidente unitario, y su fallida Constitución. Facundo  encabeza el partido federal, domina Cuyo y el Noroeste.
Pero en el corazón deslumbrante de la victoria late el principio oscuro de todas  las derrotas, y el Moro lo sabe. Sabe que el Manco Paz, el artillero unitario,  victorioso en San Roque, dejará entrar a Facundo a la ciudad de Córdoba sólo  para emboscarlo. Sabe que de nada valdrá una tropa de cinco mil combatientes. El  general Quiroga bebe el hondo y último frescor de la noche en Ojo de Agua.  Lamenta haber traicionado la clarividencia de su alma cuando aún estaba a  tiempo. Lo han engañado la luz neutral de las estrellas -siempre idéntica a sí  misma y al cabo indiferente a los avatares de los hombres-, las adulaciones de  sus ambiguos aliados, la borrachera de la propia fuerza que parecía haber  enlazado y amansado al destino bagual. Paz lo espera en La Tablada, y Facundo  saldrá a darle batalla, pero no sobre el Moro, que rehusa, encabritado,  cualquier jinete: tal es su disgusto porque Quiroga no ha querido acceder a las  alarmas severas de sus ojos. La lucha dura dos días, y más de mil federales  perecen.
Facundo salva su vida, pero pierde al Moro.
Dolores recupera a su marido. Lo cree salvado. Se lo lleva a Mendoza. Después, a  Buenos Aires.
El doctor Ortiz se está vistiendo a la luz aún turbia del amanecer. Afuera, los  hombres de la posta aprontan caballos para uncirlos a la galera. En la cocina de  tierra, una chinita descalza se despereza mientas calienta el agua del mate, y  prepara un cocido de hierbas medicinales para los dolores del general.
- Que venga Funes, ordena Quiroga.
Entra el asistente, le da unas fricciones con linimento que traspasa a los  huesos un sabor anestésico de alcanfor y eucaliptos. Le alcanza la ropa de  viaje, lo ayuda a vestirse y a calzarse.
Cuando suben a la galera, el sol ya pinta el camino y alegra los colores  cansados de las cosas. Las caras de los peones parecen recién hechas, limpias,  aunque los rumores les han envenenado el sueño con pequeñas dosis de muerte. Van  cuatro hombres montados, dos postillones -uno de ellos un niño que ha pedido el  privilegio de acompañar al general Quiroga- y dos correos: Agustín Marín y José  María Luejes.
José Santos Ortiz también parece haber olvidado la conmoción de la noche. Fuma  un cigarro, distrae los ojos en la vegetación sedienta: chañares o espinillos,  que ponen manchas verdes y ásperas en la seca de febrero.
Juan Facundo Quiroga ve las caras casi borradas de sus muertos. Los que él ha  mandado degollar o fusilar, y los que los otros le han matado. Los muertos de la  independencia y los de la guerra civil. Sólo tiene un remordimiento: veintiséis  prisioneros que ha hecho ejecutar furiosamente en represalia por el asesinato  del entrañable amigo José Benito Villafañe.
Hasta que uno de los dos desaparezca. Pelear una vez para no pelear toda la  vida. Las exhortaciones que ha dirigido a sus consuetudinarios y cíclicos  enemigos Paz y Lamadrid, a veces derrotados, y otras vencedores, se han perdido  en el eco de batallas, saqueos y mutuas crueldades que se reiteran y se  multiplican. Después de quince años de luchas los mismos adversarios siguen  cambiando sus papeles sobre los mismos territorios, devastados siempre.
- ¿Ha quedado usted satisfecho de la gestión pacificadora, general?
- Bastante. No sólo Salta, Tucumán y Santiago han acordado la paz. También  coinciden en la necesidad de constituir la nación. Claro que en Buenos Aires no  estarán igual de conformes.
Quiroga muestra a Santos Ortiz unos pliegos que guarda en el bolsillo.
- He aquí una carta de Rosas. Él considera que nuestros pueblos no se hallan, ni  se hallarán por mucho tiempo en condiciones de constituirse. Que las  dificultades son aún insuperables, porque ni siquiera en cada estado hay  concordia, ni sus gobiernos propios se encuentran armoniosamente establecidos.
- ¿Y qué cree usted, general?
- Me asquean los políticos y me ahoga la sangre. Quisiera llegar a una  resolución. No tengo voluntad de volver a combate. Tuve que enfrentar a Paz en  La Ciudadela con un ejército de presidiarios por el que nadie apostaba nada. Y  ya antes, en La Tablada y en Oncativo, Rosas y López me dejaron solo, y  volverían a hacerlo en cuanto les conviniera.
Quiroga calla. Mira al camino como si el animal radiante que ha soñado en la  víspera pudiese volver ahora.
- Si por lo menos López me hubiese devuelto al Moro.
- ¿Pero está usted seguro de que él lo tiene? El ha jurado que no se trata de su  caballo. ¿No han intercedido incluso Rosas y Tomás de Anchorena para que se lo  retornase?
- Conozco bien a ese gaucho ladrón de vacas. Él dirá lo que quiera. Pero mis  propios hombres lo han visto montando al Moro después de que se lo quitó a  Lamadrid, en San Juan. No me extraña que todos crean que van a matarme, puesto  que nos hallamos en el territorio de sus títeres, los Reinafé. Pero se  equivocan. López es demasiado cobarde para permitirles que se atrevan conmigo.
Quiroga cierra los ojos y acomoda los cojines de la galera. El ataque reumático  apenas ha cedido, a pesar de las friegas y las tisanas calmantes. Sin el Moro  nada ha vuelto a ser lo mismo: las victorias se vacían inmediatamente, como  cáscaras de frutas exprimidas y desechadas; su humor y su salud se han  desgastado como el filo de una espada que ya no quiere derramar sangre humana.  De nada valió la carta que le ha escrito a Anchorena, exponiéndose a sus burlas:  yo bien veo que para usted, es ésta cosa muy pequeña y que aún tiene por  ridículo el que yo pare mi consideración en un caballo; sí, amigo, que usted lo  sienta no lo dudo, pero como yo estoy seguro que se pasarán muchos siglos de  años para que salga en la República otro igual, y también le protesto a usted de  buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que  contiene la República Argentina, es que me hallo disgustado más allá de lo  posible.
Después de perder al Moro se deja encarcelar en los salones de Buenos Aires. Se  entrega a las atenciones asiduas y oficiosas de la Restauradora, doña  Encarnación Ezcurra, abandona la ropa rústica de las campañas para vestirse en  la sastrería de Lacomba y Dudignac, la misma donde Rosas y el general Mansilla  mandan cortar sus trajes. Sólo en la hirsuta cabellera rizada, todavía  completamente negra, y en la barba que ha jurado no afeitarse hasta vengar el  agravio del Moro, se reconoce al Tigre de los Llanos. Comienza a extraviarse en  los laberintos de la ciudad, donde los perfumes tapan y confunden el olor acre  del peligro, donde las víboras ponzoñosas se ocultan bajo los paisajes bordados  de las alfombras. El Moro ya no puede alertarlo contra esas otras emboscadas,  que no se preparan a la intemperie. Los caireles de las arañas francesas, que se  balancean a la menor correntada, reemplazan el alto mapa inmóvil de las  constelaciones. Las pampas son ahora un pedazo de felpa verde sobre las mesas de  juego, donde los doctores y los hacendados dibujan a su gusto las sendas de la  política.
Compra finalmente una casa en la ciudad del puerto, para no hallarse en ella tan  extranjero. Muda allí a su familia. Hace educar a sus hijos en las leyes, la  música, los idiomas; no sufrirá que los motejen de gauchos bárbaros. Su mujer lo  acompaña. Juntos pasean por la Alameda, en un coche tirado por caballos  inofensivos que desconocen el dibujo errante de la guerra. Dolores cree que ha  olvidado al Moro. Se cree feliz. No le importa el oro abandonado sobre el campo  de un azar incruento, en los salones. Ya no son cuerpos de otros en el campo de  batalla, y el cuerpo de Facundo ha vuelto, definitivamente, al lugar adecuado,  ceñido por sus brazos entre sábanas justas, mientras el Moro corre por el cauce  de su especie: un caballo más entre los otros, anónimo, sin dones de previsión  ni de palabra.
Pero Facundo se siente solo ante el asedio de voces contrapuestas que no estiman  tanto su opinión como su brazo, o el grito de guerra capaz de levantar en armas,  no ya a los profesionales de la muerte, sino a los paisanos analfabetos que  convalidan su poder y se alistan bajo su mando como quien se convierte a la  religión verdadera. Todos, los dueños de los negocios, como su amigo Braulio  Costa, o los dueños de la palabra, se aproximan para seducir al general retirado  que no acierta a desentrañar las redes de las voces y las corta con gestos como  disparos y con interjecciones que hacen tajos en la malla del aire.
Todos. Y sobre todos, Rosas, el más fuerte o el más astuto, que cubre con  papeles, con leguas negras de prolija escritura, las extensiones que no puede  vigilar de a caballo.
Juan Facundo Quiroga estudia el camino que se va tupiendo con talas y  algarrobales. El calor aumenta dentro de la galera; los dos hombres se han  desembarazado ya de las chaquetas. Ortiz atisba las alturas.
- Hay nubes al Noroeste. Pronto tendremos lluvia.
Las ruedas van descendiendo a medida que el bosque se adelanta y se cierra como  una montonera sublevada. Sin embargo un alivio fresco afloja y desata por  momentos los nudos de sopor cálido que aprietan el cuello y el pecho de los  hombres. Han entrado en la sombra de Barranca-Yaco, por donde una vez, antes de  la Historia, corrieron las aguas piadosas de algún río. Cuando salgan de entre  esos túneles vegetales, piensa Facundo, verán al sol en la mitad del cielo.
Un cruce de gritos y relinchos detiene bruscamente la galera. Alguien, que no es  el general, ha osado dar la voz de alto. Santos Ortiz se santigua, con un gesto  que aúna despedida y penitencia. Sables y disparos brotan de un cerco de ponchos  azules. Cuatro peones se derrumban, heridos.
Facundo Quiroga sabe que no alcanzarán las pistolas que ha hecho limpiar, menos  por temor que por rutina, la noche antes. Tampoco la partida que mandan los  Reinafé va a detenerse o a cambiar de amos cuando él mismo se incorpore para  increparlos. No hay esperanza porque nadie puede seguir viviendo si ha perdido  su alma.
Asoma la cabeza por la ventanilla.
- ¿Qué significa esto?, pregunta inútilmente.
Un tiro de pistola le perfora el centro de la pupila, donde persiste un sol de  mediodía, un incendio sin llama sobre la crin del Moro.
Fuente: www.losandes.com.ar
   Develan  un misterio que data de  1834
Develan  un misterio que data de  1834 
Hallaron los restos del caudillo Facundo Quiroga
El ataúd estaba dentro de una pared del cementerio de La Recoleta, en posición  vertical. Usaron un dispositivo electrónico para encontrarlo.
El misterio del paradero de los restos de Facundo Quiroga fue develado por un  grupo de antropólogos, arqueólogos e historiadores, que encontró su ataúd dentro  de una pared del cementerio porteño de La Recoleta, se anunció ayer  oficialmente.
El ataúd fue descubierto mediante un dispositivo electrónico, en posición  vertical, como indicaba la leyenda popular, empotrado en una pared de la bóveda  familiar, bajo tierra, informó el Instituto Nacional de Investigaciones  Históricas "Juan Manuel de Rosas", a cargo de este emprendimiento que comenzó en  el 2004.
El organismo, que depende de la Presidencia de la Nación, señaló que el equipo,  encabezado por el historiador Jorge Alfonsín, logró "resolver el misterio del  inhallable ataúd y el paradero de los restos de Facundo Quiroga", el máximo  caudillo y prócer riojano y figura descollante del movimiento federal.
El director de Relaciones Institucionales del Instituto, Eduardo Cattaneo, dijo  ayer que "se sabía que el cadáver estaba en La Recoleta, a donde fue llevado, se  cree, por pedido de Rosas".
"Al cuerpo de Facundo lo trajeron en la misma carreta en que murió, pero después  se pierde el rastro, también desapareció la carreta y comenzaron a correr  numerosas versiones", añadió.
Una de las más creíbles, dijo, es la que sostiene que "estuvo un tiempo en la  iglesia de San José de Flores", y que "el cadáver se encontraba de pie y con una  espada, para luchar contra la muerte".
"Se sabía que el cadáver había sido traído a La Recoleta y que estaba en la  bóveda familiar", agregó Cattaneo, quien explicó que se lo había ocultado  "presuntamente para preservarlo de enemigos, ya que había muchas amenazas de que  lo iban a exhumar y quemar los restos".
Cuando el Instituto decidió emprender la investigación y búsqueda del cuerpo de  Facundo, primero se realizó un trabajo bibliográfico, luego "se pidió permiso a  la familia y se empezó a estudiar qué cadáveres había y su procedencia", siguió  el funcionario.
La Comisión Nacional de Energía Atómica aportó al proyecto un aparato que  funciona como un ecógrafo, que mide y registra los huecos a través de los muros.
Ese dispositivo detectó un hueco grande en una pared subterránea, detrás de tres  catres con cajones, los que fueron retirados para hacer un agujero con una mecha  gruesa que permitió ver algo metálico, que luego se comprobó que era un ataúd en  forma vertical, como señalaba la leyenda que estaba el de Facundo.
"El ataúd fue encontrado en el 2004 y recientemente se pudo comprobar que el  cuerpo era el de Facundo Quiroga y ahora hacemos el anuncio", precisó Cattaneo.  El proyecto fue elaborado por el historiador Jorge Alfonsín, mientras el equipo  de arqueólogos, antropólogos e historiadores fue dirigido por Juan Carlos  Denovi, secretario general del Instituto, que preside Alberto Gelly Cantilo.
Quiroga nació en 1778, en la localidad de San Antonio, del departamento riojano  de Los Llanos, y murió asesinado en 1834 en Barranca Yaco, Córdoba.
Según Cattaneo, el hallazgo de los restos también permitirá saber con precisión  datos históricos, como las circunstancias de su muerte, que la historia oficial  adjudica a una emboscada en Barranca Yaco, mientras viajaba en una carreta a  Buenos Aires, a manos de sicarios de los hermanos Reynafé, comandados por Santos  Pérez.
Una versión de la historia popular señala que "El Tigre" fue baleado mientras se  encontraba en la cama con una de sus amantes, lo que no es descartado por  historiadores del Instituto, quienes señalan que tras ese episodio pudo haber  llegado herido a Barranca Yaco, y morir allí en la carreta mencionada.
Otra versión indica que Quiroga fue emboscado en Barranca Yaco, donde recibió un  balazo en el ojo izquierdo que lo mató instantáneamente, y que como pago Santos  Pérez fue designado por los hermanos Reynafé como intendente de la localidad  serrana de Villa Tulumba, a pocos kilómetros del lugar de la emboscada.
| 
 | 
VOLVER A CUADERNOS DE LA MEMORIA
   Solo10.com: Dominios - Registro de Dominios - Alojamiento Web - Hospedaje Web - Web Hosting
 












 
No hay comentarios:
Publicar un comentario