sábado, 24 de mayo de 2008

SOBRE SAN MARTIN Y LA MASONERIA /ART- RELACIONADO

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Un espacio para todo lo que es católico

Sobre San Martín y la Masonería

Un erudito lector nos envía esta carta a modo de aclaración por lo afirmado en un artículo de la edición anterior. En él, el autor afirma que el General San Martín "fue masón". Recordamos que la reseña del libro Los Masones. La sociedad secreta más influyente de la historia del historiador César Vidal, firmada por Carmelo López Arias, para El Semanal Digital, no hace sino mencionar la opinión, sin necesariamente suscribirla. Decimos esto a guisa de salvaguarda de sus opiniones personales, puesto que en la interesantísima y apasionada respuesta que publicamos podría entenderse que se ha faltado deliberadamente a la verdad. Hecha esta salvedad, dejamos la palabra a nuestro lector.

Señor Director:

Sigo con interés y espero, se podría decir que con cierta ansiedad, la aparición de vuestro mensuario, al que considero un poco del viento fresco indispensable para seguir sobreviviendo en medio de la general marea caliginosa cuyas miasmas deletéreas parecería que arrastran a la Iglesia, a la Patria y el mundo… prefacio seguro de la proximidad de la Epifanía.

Sin embargo, observo con cierta perplejidad que vuestra página se hace eco, en algunas ocasiones, de la demostradamente falsa y reiterada afirmación de los actuales "tradicionalistas" españoles referida al masonismo de don José de San Martín, figura que, principalmente por contradistinción, les resulta insoportable a la par que incomprensible. El Cid del siglo XIX es inalcanzable para un español que, aunque se diga hijo de la Tradición, sigue igualmente aferrado a los criterios impuestos por la "mentalidad borbónica", que destruyeron a España y la Hispanidad, y que no es otra cosa que revolución en el estado larval del absolutismo monárquico o del despotismo ilustrado, tan ajenos a la tradición como lo es su hija, la Revolución francesa misma.

Nuestro Libertador &#8211…si descontamos la eficacia probatoria de sus propias palabras y una lucha constante contra los liberales masónicos locales que duró toda su vida&#8211… profesó siempre y en todo lugar una irreprensible fe católica y tradicional, como lo prueban sus hechos, sus obras de gobierno en Mendoza y el Perú, su mando militar y su vida entera. Y si fuera poco lo dicho, también son prueba el calibre y el odio de sus enemigos. Si el autor del libro cuya recensión comento, el señor Vidal, o el comentarista mismo, señor López Arias, no conocen la vida y la obra del gran americano ni, mucho menos, la calidad perniciosa de la obra de algún interesado biógrafo con "tribuna de doctrina" &#8211…que por experiencia personal puedo afirmar es una de las fuentes de mayor prestigio en el mundo de habla hispano-masónica&#8211… no deberían hablar "aunque les duela a los argentinos", sobre todo, sabiendo que lo que más nos duele es la mentira.

San Martín fue católico con fe y conducta notables, al punto de merecer que el abogado francés propietario de la casa de Boulogne sur Mer en la cual falleció, sostuviera que "era un santo"… algo semejante a lo que ocurrió 27 años más tarde con el párroco católico de Southampton, con ocasión de la muerte de otro argentino ilustre… y con la posible diferencia de que el cura inglés insistiría durante muchos años más en remitir a Roma los antecedentes del anciano muerto, para su beatificación ...

San Martín no fue solamente un católico, sino un general católico… a bordo del barco que debía devolverlo a su Buenos Aires querido, con notable anticipación a la era gardeliana, viajaba para esta ciudad y luego también de regreso a Europa, el secretario del Internuncio para estas Américas, el presbítero Mastai-Ferreti, con quien desarrolló este "masón" una amistad duradera y mantuvo, al parecer durante toda su vida, cierta correspondencia. Por ella, sabemos que el anciano general y antiguo compañero de viaje, ofrecería al por entonces sitiado sucesor de Pedro, y futuro Beato Pío IX, los servicios de su espada cuando la Revolución masónica y comunista de 1848 osaba hollar la sede misma del Vicario de Cristo, ofrecimiento que sería declinado con emocionadas palabras de gratitud y recuerdo. No era nueva esta actitud cidesca en este general tan singular, tan "masónico" para estos españoles sin criterio y con más fervor borbónico que patriótico: en 1830, había rechazado de manera vehemente el ofrecimiento de encabezar la rebelión socialista que asoló toda Europa ese año, poniéndose a disposición del Gobierno de Bruselas para sofocarla.

¡Qué extraño masón éste, que militaba tan activamente contra los dos grandes triunfos de la masonería del siglo XIX en el mismo sitio de su victoria!

Pero si la masonería odia al Altar, cuya honra fue siempre punto de honor para este general, también maquina contra el Trono, es decir, contra la Monarquía católica y tradicional &#8211…que desde Enrique IV de Francia, el Protestante, no es la de los Borbones. Y el caso es que don José Francisco de San Martín era, además de católico y muy, pero muy hispano (por muy americano), un monárquico convencido. Su correspondencia con el otro ilustre argentino muerto en el destierro así lo prueba, si uno se toma el trabajo de leerla con paciencia y no sin gran provecho, pues el republicano Rosas era muy obcecado y el monárquico San Martín un humorista con enorme talento polémico y el tacto de un auténtico caballero. No se olvide que uno de los candidatos para ocupar el trono americano que surgiría en estas tierras después del Tratado de Punchauca entre San Martín y el Marqués de La Serna, hecho fracasar por los generales masones Valdés y Canterac, era ¡don Carlos de Borbón! No sería mala idea estudiar la trayectoria posterior de todos estos personajes en España y en Europa &#8211…el noble virrey, el noble Libertador y los generales, el masón y Canterac, que morirá asesinado en la madrileña Puerta del Sol cuando la rebelión liberal de Cardero en 1835, el mismo año del sacrificio de Zumalacárregui. Más de uno se llevaría una sorpresa con porrazo incluido, de sentarse a estudiar las trayectorias posteriores de tantos interesantes protagonistas de la Emancipación Americana… de un lado y del otro.

De la disparidad de talentos y talante con el Libertador Bolívar, se puede extraer también mucha materia que alimentó estas críticas, pues nuestro don José desconoció el vicio de la soberbia y ninguno de sus subordinados lo olvidó ni dejó de amarlo como se ama a un jefe inolvidable. Pero Bolívar podía escribir de sí mismo sin mentir: "Mi agradecimiento a Sucre no tiene términos: primero por justicia, y, segundo, por generosidad pues él me ha quitado en Ayacucho el más hermoso ramo de mis laureles: él es libertador del imperio de los incas desde el Juanambu hasta Charcas, de suerte que él es absolutamente mi competidor en la gloria militar, de lo que no estoy sentido, para merecer lo que me queda, pues si me muestro envidioso no mereceré ni una hoja del laurel. Y lo mismo digo respecto a Vd. Nadie lo quiere nadie lo aplaude más que yo, por sentimiento y raciocinio: porque yo creo que la más hermosa corona es la de la justicia Miserable a mi si yo tuviese otras ideas. Si yo fuese envidioso, apenas podría merecer el nombre de hombre. Yo tengo el orgullo de creerme superior a tan infame debilidad" (increíble Carta de Simón Bolívar sobre el triunfo de Sucre en Ayacucho, palabra que significa "campo de los muertos"). Esta asimetría en las personalidades, en las ideas políticas (Bolívar haría abortar un conato monárquico en Colombia) y hasta en la fortuna en combate, pues el venezolano fue grande también en sus sucesivas derrotas ¿a nadie asombran, nada informan al astuto historiador cansado de la impostura y la mentira liberal?

Considero indudable, a esta altura de los estudios históricos, que tanto San Martín en la Argentina y Perú, como Ithurbide en México, se opusieron con toda tenacidad a la Constitución liberal de 1812, la Pepa, como homenaje al espíritu tradicional y católico que animó siempre la mal estudiada y peor enseñada Guerra de la Independencia. A Ithurbide esto, y la gravosa vecindad que tiene México, le costó la vida, en clásica maniobra y asesinato masónicos. A San Martín le costó lo suyo, a no dudar.

El historiador peruano Jorge G. Paredes M. dice así: «Alvarado y Guido recibieron de San Martín la orden de pasar a la hacienda de Torre-Blanca con fecha 15 de febrero. En virtud de dicha orden se trasladaron a Huacho y el día 16 a la una y media de la tarde salían de dicho puerto a bordo del bergantín Pueyrredón con dirección a Chancay. En ese lugar anclaron a las seis de la tarde del día siguiente. El 19 de febrero, por la mañana, a eso de las seis, se reunieron los cuatro comisionados (dos realistas y dos patriotas). La diputación realista centró su propuesta de paz en el reconocimiento del dominio hispano sobre la nueva base de la Constitución de Cádiz, pero dándose cuenta que esto no era aceptado por el bando patriota, señalaron, en la segunda sesión de aquel mismo día, que resultaban irreconciliables las posiciones de ambas partes, en el sentido de que el Virrey no prescindiría del juramento de la Constitución por base de toda negociación, en tanto que el bando patriota no admitía otra posición que el reconocimiento de la independencia. La diputación patriota señaló su base medular: el reconocimiento de la independencia. A las doce de la noche del mismo 19 se daban por concluidas las conferencias y media hora después se retiraban los diputados realistas.

Después de este fracaso, el 9 de abril el virrey La Serna envió a San Martín una misiva invitándolo a abrir nuevas negociaciones, para lo cual comisionados de ambos bandos se reunirían en la hacienda Torre-Blanca. El día 15 San Martín dio respuesta a la invitación, solicitándole al virrey que, por lo delicado del asunto, debería hacérselo saber en forma oficial, es decir mediante oficio y no mediante una simple misiva personal. En visto de ello, el día 17 La Serna le comunicó a San Martín que en su calidad de Presidente de la Junta de Pacificación lo invitaba a entablar negociaciones de paz. San Martín respondió el 22, aceptando la invitación, aunque objetando el lugar propuesto (hacienda de Torre-Blanca), manifestando que las conferencias se podrían realizar bien en un barco surto en el Callao o en su defecto en otro lugar que él designase. Se acordó que los diputados fuesen tres, más un secretario sin voto, por cada una de las partes. Ellos se reunirían en la hacienda Punchauca, ubicada en el valle del río Chillón, a escasas cinco leguas al norte de Lima. Los patriotas eligieron como representantes a Tomás Guido, a Juan García del Río y a Juan Ignacio La Rosa y, en calidad de secretario sin voto, a D. Fernando López Aldana, todos los cuales recibieron precisas instrucciones de San Martín. Los delegados realistas fueron don Manuel Abreu, Manuel de Llano y Nájera, Mariano Galdeano y, en calidad de secretario sin voto, Francisco Moar.

Fue fijada como fecha de la entrevista el 2 de mayo de 1821. Sin embargo recién vino a llevarse a cabo el día 4, debido a que los diputados realistas detuvieron su desplazamiento cuando se percataron que guerrilleros de Canta hacían su aparición en Punchauca. El día 4 se llevó a cabo la primera sesión. Los diputados patriotas plantearon, como es lógico suponer, el reconocimiento de la independencia. Los realistas, por su parte, al igual que en anteriores oportunidades, propusieron como base de un acuerdo la jura de la constitución española de 1812. El 23 de mayo, con el fin de trabajar con más confianza y armonía, se firmó un armisticio en virtud del cual se suspendían las hostilidades por un período de veinte días. Asimismo se acordó una entrevista personal entre La Serna y San Martín. El día 30 del citado mes de mayo las dos diputaciones acordaron que la entrevista entre el virrey y el libertador argentino se realizaría el 1 de junio. Sin embargo, debido a una indisposición de La Serna, la entrevista se realizó el día 2 de junio. Se había acordado que cada uno de los dos jefes serían acompañados por sus respectivos jefes de Estado Mayor, los Jefes Superiores, un ayudante de campo, un oficial de ordenanza y cuatro soldados. El séquito de San Martín lo conformaban "los renombrados coroneles Las Heras, Paroissien, Necochea… los tenientes coroneles Spry, Raulet y cuatro ordenanzas". La Serna asistió acompañado por La Mar, Canterac, Landázuri, Ortega y Camba.

Abreu (el enviado español que llegaba con instrucciones personales de Fernando VII de poner fin a la guerra americana) relata que el primer día de junio San Martín lo visitó, por la tarde, y que le comunicó que propondría como solución la formación de una regencia compuesta de tres vocales. Esta regencia debería estar integrada por La Serna, en calidad de Presidente de la misma… un vocal nombrado por el virrey y un tercer vocal designado por San Martín. Asimismo propondría la unión de los dos ejércitos, así como la declaración de la independencia. Producido este hecho San Martín viajaría a España para solicitar, a la Corona, el nombramiento de un príncipe español, el cual sería ungido rey del Perú. ». Es decir que San Martín era monárquico al punto de proponer contra viento y marea, y sobre todo contra los militares peninsulares que querían jurar la constitución masónica de 1812, la instauración de una monarquía en cabeza de "un príncipe español". Imagínese, señor Director, en quién pensaría el Libertador.

San Martín en Europa no es menos tonante que San Martín en América o en la campaña contra los invasores franceses y revolucionarios en España, la vanguardia de cuya primer derrota en la Península, Bailén, estaría al mando de este notable José de San Martín. Los franceses han hecho de Bailén, que es un auténtico orgullo del Ejército español al mando de Castaños, algo similar a lo que hacen los españoles con San Martín, el teniente coronel jefe de la vanguardia de Bailén. Siguiendo con la tónica sugerida a los investigadores históricos en esta ya larga carta, sería interesante estudiar asimismo la carrera militar de San Martín comparándola con la de Castaños y ver quién pergeñó la victoria del desfiladero de Bailén, batalla de planificación audaz y ejecución, de suyo, parsimoniosa y valiente. Algo así como un cruce de los Andes en chiquito.

Pero para los argentinos que no estudiamos historia en los libros del autor que se robó el archivo de San Martín, sino que descendemos de la historia misma, no valen excusas a la hora de impedir, por los medios que sean, la deshonra que supone para el Padre de la Patria endilgarle aquello mismo que con tanto denuedo combatió. Este hombre, por fin, que mandó se pusiera sobre su féretro ¿tal vez una bandera argentina? Imposible, pues él mismo era la bandera americana. ¿Un guión masónico? Falso y de mal gusto sería, aunque no pocos lo sostuvieran al no haber podido identificar con seguridad, aquel extraño gonfalón morado, bordado primorosamente en oro con las armas de Castilla y León, por la manos regias de Juana la Loca, para obsequio de su hidalgo adelantado Pizarro, que este extraño soldado quiso merecer llevar sobre sus restos mortales el día de presentarse al Creador.

Como humilde desagravio a este prócer, tal vez el único que merezca en toda su extensión este calificativo, tan americano, tan hispano, tan tradicional y tan católico, solicito al señor Director la publicación de esta líneas.

Luis María Seligmann Serantes

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