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Juana Azurduy estuvo al frente de “las amazonas”, un ejército de indias, mestizas y criollas dispuestas a dar la vida para liberarse del poder español.
NOTAS EN ESTA SECCION
Mujeres guerrilleras, por Verónica Engler
Juana Azurduy y la Revolución continental, Alberto Lapolla
Juana Azurduy, Coronela, del Ejército Libertador
La gesta olvidada, por Verónica Engler
Una biografía de Juana Azurduy, por Elizabeth Fernández e Irene Campos
LECTURAS RECOMENDADAS
 Mario Pacho O'Donell - Juana  Azurduy (doc zip)
   Mario Pacho O'Donell - Juana  Azurduy (doc zip)  
 Juana  Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el 12 de  julio de 1780. Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y  Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su  familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará. Trabajará en  el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e  indios. A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará  a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia será  conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será  enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Se rebelará contra la rígida  disciplina, promoviendo reuniones clandestinas, donde conocerá la vida de Túpac  Amaru y Micaela. Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que  le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada. De regreso a su región  natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios  y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel  porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784.  Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de  Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy.
Juana  Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el 12 de  julio de 1780. Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y  Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su  familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará. Trabajará en  el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e  indios. A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará  a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia será  conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será  enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Se rebelará contra la rígida  disciplina, promoviendo reuniones clandestinas, donde conocerá la vida de Túpac  Amaru y Micaela. Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que  le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada. De regreso a su región  natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios  y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel  porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784.  Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de  Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy. 
 Manuel Padilla, hijo, establece una relación de profunda amistad  con Juana. Éste frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con Juana,  su conocimiento por la revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por  la libertad, la igualdad, la fraternidad. Conoció los nombres de: Castells,  Moreno, Monteagudo. El 8 de marzo de 1805 contrajeron matrimonio, y tuvieron  tres hijos: Marino, Juliana y Mercedes.
Gozaron de una buena posición económica, pero Don Manuel como era criollo no  pudo participar de cargos en el cabildo. Con la caída de Fernando VII bajo la  ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo la revolución de Potosí.
Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta y  triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en  el levantamiento de La Paz. Un año después el general Vicento Nieto asumió la  Real Audiencia , y condenó a la cárcel y a las mazmorras a todos aquellos que  participaron de los levantamientos, entre ellos Padilla. Juana defendió con  rebenque en mano su propiedad ante los realistas. Al año siguiente de la  Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes, fueron la  pesadilla del ejército realista. Doña Juana quiso acompañarlos pero estaba  prohibida la presencia de mujeres en el ejército.
Su casa fue confiscada y debió ocultarse en la casa de una amiga. Manuel Padilla se enfrentó con las tropas realistas utilizando el método de guerrillas, venció en varias oportunidades y su nombre comenzó a convertirse en leyenda. Hacia 1813 los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el ejército, tarea a la cual se sumó ahora sí Juana. Su ejemplo hizo que muchas mujeres se sumaran a la gesta. "En poco tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se incrementó a límites casi míticos: los soldados de Padilla veían en ella la conjunción de una madre y esposa ejemplar con la valerosa luchadora; los indígenas prácticamente la convirtieron en objeto de culto, como una presencia vívida de la propia Pachamama".
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 Luis Rico - Elegía a Juana Azurduy | 
Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de Bolivia, se le llamó la "Guerra de las Republiquetas". Durante este tiempo el cacique Juan Huallparrimachi, músico, poeta y descendiente de los incas, se unió a Juana Azurduy, fue su fiel lugarteniente. En el mes de marzo de 1814. Padilla y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos. Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos pequeños. Allí se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, donde murieron Manuel y Mariano, antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi, llegaran en auxilio. De vueltas en el refugio del valle de Segura murieron Juliana y Mercedes, las dos hijas, de fiebre palúdica y disentería. "Dicen los biógrafos que comienza aquí la guerra brutal contra los realistas:
 "Padilla es cruel, es sanguinario (...) La guerra se ha desatado bárbaramente;  ya no es la ley del Talión la que prima, sino una ley más inhumana, por un  muerto se exigen dos, por dos, cuatro", afirma Gantier". "Juana Azurduy está  nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 con Padilla y su  tropa, en el cerro de Carretas. Y Juana Azurduy sufre ya los dolores de parto  cuando escucha las pisadas de la caballería realista entrando en Pitantora.  Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nace junto al Río Grande  y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores de la vida  revolucionaria".
Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja con el tesoro de sesenta  mil duros, el botín de guerra con el que contaban para su supervivencia las  tropas revolucionarias, y que Juana Azurduy custodiaba con celoso fervor. Juana  se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el  General Belgrano.
 Feroz y decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se zambulleron  en el río. Lograron llegar con vida a la otra orilla. La hija recién nacida  quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante el resto de  los años en que su madre continuó luchando por la independencia americana. En  1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus ordenes 6000 indios, sitiaron  por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron poner fin al  cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte. Manuel  Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde la nombraba teniente  coronel. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses,  ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817 Juana  al frente de cientos de cholos la recuperó.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo,  perdió toda colaboración de los porteños. Juana decidió dirigirse a Salta a  combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser  sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Decidió regresar junto a su hija de  6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco  pesos para poder regresar. En 1825 se declaró la independencia de Bolivia, el  mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Este le otorgó a Juana una  pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Doña  Juana terminó sus días olvidada y en la pobreza, el día 25 de mayo de 1962  cuando estaba por cumplir 82 años. Sus restos fueron exhumados 100 años después,  para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Güemes, cuando vagaba  pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:
"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el  grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de  las provincias de Cbarcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de  V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo  inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. Uno de los pocos  momentos de felicidad fue aquel en que sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado  de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su humilde vivienda para  expresarle su reconocimiento y homenaje a tan gran luchadora. El general  venezolano la colmó de elogios en presencia de los demás, y dícese que le  manifestó que la nueva república no debería llevar su propio apellido sino el de  Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que luego Sucre aumentó a  cien, respondiendo a la solicitud de la caudilla: Sólo el sagrado amor a la  patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había  jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el  término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a  mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios  que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa  familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas  son las que ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la  funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne  ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia  graduación puede corresponderme".
Fuentes:
- Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy, "Mujeres de la Política  Argentina ", Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2001.
- Graciela Batticuore, Juana Azurduy en "Mujeres Argentinas, El lado femenino de  nuestra historia", Maria Esther de Miguel, Editorial Extra Alfaguara, Buenos  Aires, Argentina, 1998.
- Pacho O´Donnell, "Juana Azurduy, La Teniente Coronela ", Editorial Planeta.
- Gabriel O. Turone – Juana Azurduy.
- Elizabeth Fernández e Irene Ocampo, Juana Azurduy, 2005
- Oscar J. Planell Zanone – Oscar A. Turone. Efemérides Históricas.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.lagazeta.com.ar
  Mujeres  guerrilleras
Mujeres  guerrilleras
La Historia con mayúsculas –la de las revoluciones y las guerras que cambian el  rumbo de los pueblos– se inscribe en esa trama formada de historias cotidianas  de miles de seres anónimos que, las más de las veces, no han participado en el  fragor de ningún campo de batalla. De los y las que sí participaron, sin duda,  hay quienes están imbuidos de un aura irresistible por el arrojo con el que  defendieron un ideal de justicia. Tal es el caso de Juana Azurduy, la heroína  sin par que signó el proceso independentista en América latina y que marcó a  fuego la historia de las mujeres.
Nació el 8 de marzo –una adelantada, podría intuirse, si se considera la  significación que tendría esa fecha años después para las mujeres de todo el  mundo– de 1780 en Chuquisaca (Bolivia). Su madre, mestiza, le enseñó a hablar en  quechua, luego aprendería el aymara de los indios con los que trabajará en el  campo. Su padre, un criollo de posición acomodada, fue el que le transmitió los  rudimentos necesarios para convertirse en una jineta imbatible.
En Chuquisaca conoce al que será su compañero en la cama y en las armas: Manuel  Ascencio Padilla, uno de los guerrilleros más destacados en la lucha por la  independencia del Alto Perú. Con él tendrá dos hijos y dos hijas que morirán de  disentería en 1813 mientras Juana huye con ellos de las tropas reales. Al año  siguiente de esa brutal pérdida queda nuevamente embarazada y vuelve junto a su  marido al combate. Su quinta hija, Luisa, nace en medio de una batalla junto al  Río Grande. Luego del parto, mientras intentaba escapar con la beba recién  nacida, fue emboscada por un grupo de suboficiales españoles a los que les hizo  frente y salió ilesa junto a su pequeña. Este tipo de actos son los que  convirtieron a Juana Azurduy en una especie de ser mítico para muchos de sus  contemporáneos, que la asociaban con una especie de deidad relacionada con la  Pachamama (Madre Tierra).
Luego combatió a los realistas en la zona comprendida entre Chuquisaca y Santa  Cruz de la Sierra y lideró la guerrilla que atacó el cerro de Potosí (1816).  Debido a su actuación, recibió el rango de teniente coronel y Belgrano, al  frente del Ejército del Norte, le hizo entrega simbólica de su sable.
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 Mercedes Sosa, Jaime Torres,  Ariel Ramirez, Domingo Cura - Juana Azurduy | 
Sus heroicas hazañas y una vida signada por el profundo dolor que provoca la pérdida de los seres amados –al poco tiempo del nacimiento de su hija Luisa, los realistas matan a Manuel Padilla y exhiben su cabeza clavada en una pica durante meses en una plaza pública– ubican a Juana Azurduy en un particular linaje de mujeres rebeldes. “Es la expresión del protagonismo político y militar de cientos de mujeres del Alto Perú en la lucha anticolonialista. Ella recoge la bandera de la decidida participación de Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru, y de Bartolina Sisa, compañera de Túpac Katari”, recalca Graciela Tejero Coni, historiadora del Museo de la Mujer de Argentina. “La participación de Juana Azurduy rebela el carácter de rebelión popular de nuestra lucha por la independencia, sumando los componentes clave para una verdadera y definitiva liberación en América: mujeres e indias.” Tanto Micaela Bastidas como Bartolina Sisa estuvieron al frente, junto a sus maridos, de las rebeliones indígenas de fines del siglo XVIII en el Alto Perú. Ambas fueron sentenciadas a muerte por los españoles –en 1781 y 1782– junto a sus familias.
 Juana armó su ejército de Amazonas entre 1811 y 1826, con mayoría de mujeres  mestizas e indias, cuyos intereses económico-sociales también estuvieron  postergados por la política realista.
“Juana ha sido casi completamente reabsorbida por la historia oficial de la  lucha por la independencia, que no tiene ningún pudor en utilizarla”, sentencia  María Galindo, del colectivo anarco-feminista Mujeres Creando, con base de  operaciones en La Paz, Bolivia. “Hoy Juana es una figura de relleno, despojada  de su propia dimensión histórica y de sus visiones. Es recordada, pero de la  manera más simplificada. La lucha anticolonial ha quedado como un proceso  unitario y unificado por Bolívar, cuando en realidad fue un proceso variopinto y  con diferentes tesis ideológicas que la historia oficial que parte del proceso  bolivariano invisibiliza, anula y minimiza.”
Luego de la muerte de su marido Juana Azurduy se unió a Martín de Güemes en la  frontera del norte argentino, donde combatió junto al caudillo hasta que fue  asesinado, en 1821. Juana entró en una profunda depresión. En 1825 solicitó  auxilio económico al gobierno argentino para retornar a Chuquisaca, ciudad en la  que murió un 25 de mayo, a los 82 años, en la mayor pobreza
Fuente: Página/12, 26/05/07
  Juana  Azurduy y la Revolución continental
Juana  Azurduy y la Revolución continental
Una historia silenciada
Por Alberto Lapolla
Juana de América. La Guerrillera de la Libertad
Francisco  de Miranda murió en las mazmorras de Fernando VII en Cádiz. Mariano  Moreno fue envenenado por el capitán de un barco británico y su cadáver  arrojado al mar, anticipando un destino recurrente para los  revolucionarios argentinos. Manuel Belgrano murió en la pobreza en 1820,  cuando aún la América necesitaba de sus inigualables servicios. Todavía  no se habían cumplido ocho años de que hubiera salvado a la Revolución  continental en Tucumán. Bolívar murió solo, perseguido por facciones  oligárquicas que combatían su proyecto de unidad continental, expresando  con amargura "he sembrado en el viento y arado en el mar." Bernardo  O’Higginns fue desterrado y perseguido luego de luchar toda su vida por  la libertad americana. Monteagudo fue apuñalado en una oscura calle de  Lima. Dorrego fue fusilado sin juicio alguno -por instigación de  Rivadavia- por su antiguo compañero de mil batallas, "el sable sin  cabeza", el genocida Juan Galo de Lavalle. Juan J. Castelli el "orador  supremo de la Revolución", quien destruyera los argumentos realistas en  mayo de 1810, el jefe del ejército libertador americano que más cerca  estuvo de llegar a Lima y destruir de un golpe el poder imperial  español, antes de la llegada de San Martín, murió con su lengua cortada,  preso y perseguido. Apenas dos días antes San Martín, Alvear y su  discípulo Monteagudo acababan de desalojar al gobierno  contrarrevolucionario de Rivadavia y el Primer Triunvirato, retomando la  senda de Moreno y la Revolución. En este marco de ingratitud caída sobre  nuestros revolucionarios, aquellos que nos dieron la libertad y  produjeron la más grande de las revoluciones del mundo occidental del  siglo XIX, no es de extrañar que Juana Azurduy, la mayor guerrera de  América, ‘Juana de América’ -en un continente que hizo de la resistencia  su identidad-, terminara sus días como una mendiga miserable en la  calles de Chuquisaca habitando un rancho de paja.
Juana Azurduy y su esposo el prócer americano Manuel Ascencio Padilla,  son los máximos héroes de la libertad del Alto Perú y por ende de  nuestra libertad como americanos y como provincia argentina de la gran  nación americana. Sólo la ignominia que aún campea sobre nuestra  historia y sobre sus mejores hijos, hace que la República de Bolivia  -escindida de la gran nación rioplatense, por el elitismo sin par de los  ejércitos porteños que desfilaron, saquearon, defeccionaron y  abandonaron el Alto Perú, a excepción del general Belgrano y por las  apetencias oligárquicas- no considere a Juana y a su esposo el Coronel  Padilla, como sus máximos héroes, y sí rinda honores al mariscal Santa  Cruz uno de los generales realistas que reprimió la Revolución de La Paz  de 1809, y que se pasó a las filas patriotas al final de la guerra de la  Independencia. Fue el propio Bolívar quien al visitar a Doña Juana -ya  destruida por las muertes de los suyos, el olvido de sus conciudadanos y  el saqueo de sus bienes- le expresara ante la sorpresa de sus  compatriotas, que Bolivia no debía llevar su nombre sino el de Padilla,  su mayor jefe revolucionario. Pero los adulones destruyen las  revoluciones.
El Alto Perú tierra india Juana Azurduy -junto a su esposo- simbolizan  lo mejor de la revolución americana, lo popular y lo indio de nuestra  gesta emancipadora. Combatieron por la libertad del Alto Perú -por  entonces parte del Virreinato del Río de la Plata primero y de las  Provincias Unidas después- desde la revolución de Chuquisaca y la Paz en  1809 -que fueran ahogadas en sangre desde Lima y Buenos Aires. Y en  particular guerrrearon sin descanso y sin cuartel desde el grito de  libertad del 25 de mayo de 1810. Ellos y los 105 caudillos indios y  gauchos como Vicente Camargo, el Cacique Buscay, el Coronel Warnes, el  padre Muñecas, Francisco Uriondo, Angulo, Zelaya, el Marqués de Tojo, el  Marqués de Yavi, José Miguel Lanza, Esquivel, Méndez, Jacinto Cueto, el  indio Lira, Mendieta, Fuente Zerna, Mateo Ramírez y Avilés entre muchos  otros, junto a Güemes en Salta, fueron quienes impidieron que luego de  las sucesivas derrotas de los ejércitos porteños al Norte, los realistas  pudieran avanzar sobre Buenos Aires y destruyeran la revolución. Juana y  Padilla eran oriundos de Chuquisaca -también llamada La Plata o Charcas-  sede de la universidad. Allí estudiaron -y conspiraron- Mariano Moreno,  Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo. Castelli, ya jefe del  ejército del Norte, se hospedó en la casa de Padilla en su marcha hacia  La Paz. Moreno era abogado defensor de indios pobres y perseguidos en el  estudio del doctor Gascón en Chuquisaca. Allí contactó con el movimiento  revolucionario. Juana nació en 1780, el año en que Túpac Amaru lanzó su  revolución indígena que casi liquida al poder español. Sería el mismo  favorito -de la reina- Godoy, quien señalara que la rebelión de Túpac  estuvo a punto de quitarle a España los virreinatos del Perú y del  Plata. Esa rebelión ahogada en la sangre de los cien mil indios  ajusticiados por la represión genocida española y en los gritos del  suplicio del gran Túpac, su esposa Micaela Bastidas Puyucawa y sus  hijos, abrió el camino de la libertad pese a su derrota. El ejemplo del  Inca Condorcanqui no podía sino conmover hasta los tuétanos el corazón  de la América del Sur, del cual el Alto Perú y el Perú eran su núcleo  principal de población original, con culturas profundas y altivas. Nada  sería igual después de la rebelión de Túpac: ni el dominio español ni la  resistencia americana. La generación posterior a su derrota, sabría  vengar su suplicio y expulsaría a los criminales españoles por mucho  tiempo -por lo menos hasta la llegada del Traidor Carlos Saúl I, ya al  final del siglo XX. Es así que el sol de nuestra bandera es el glorioso  sol de los incas y de Túpac Amaru.
  La Revolución continental Juana Azurduy es la máxima heroína de la  Independencia Americana y su vida un verdadero ejemplo de la entrega a  la revolución y a la lucha por la libertad de sus semejantes. El Alto  Perú era el corazón del sistema colonial español y del genocidio  indígena. Allí los indios enviados al socavón del Potosí eran despedidos  para nunca más volver. Morían a los veinte años de edad con los pulmones  perforados, a los dos años de llegar a la bocamina. Allí todas las  injusticias eran realizadas en nombre del rey de España. Los azotes -las  arrobas- eran el trato habitual para el indio. Juana, una hermosa mujer  de familia criolla, habría podido tener una vida acomodada de mujer  casada. En lugar de ello prefirió el combate sin cuartel por la  libertad. En esa lucha perdió de la manera más cruel a sus cuatro hijos  pequeños, destruidos por el hambre, las penurias y el paludismo. Vio la  cabeza de su esposo -el héroe Padilla- clavada en una pica carcomida por  los gusanos. Vio a los ejércitos elitistas porteños, subir hasta la  garganta del Desaguadero y ser destruidos uno tras otro por las tropas  del Virrey del Perú. Arrogantes al extremo de impedir que las fuerzas  guerrilleras -mejor capacitados que ellos para el Alto Perú- combatieran  como parte del ejército regular. Cada vez más deteriorados,  centralistas, autoritarios y cada vez más odiosos contra lo indígena. El  extremo fue el ejército corrupto, de Rondeau y Martín Rodríguez, que en  el colmo de su impericia hizo volver al General Arenales que oficiaba  -por orden de San Martín- como comandante de las montoneras, dejándolas  sin estrategia de conjunto. Martín Rodríguez por su parte, hizo su  aprendizaje de saqueo y enriquecimiento ilícito en el Alto Perú, para  luego continuarlo en la "feliz experiencia" de la restauración  rivadaviana posterior a 1820. Primero fue Castelli, que en su ejemplar  afán revolucionario no estuvo exento de un jacobinismo a veces  desmesurado, en particular por las actitudes iconoclastas del joven  Monteagudo. Belgrano intentó reparar luego, los excesos de su primo  Castelli. Él ayudó y premió a Juana y al coronel Padilla. Fue sin duda  la mejor de las expediciones, pero tenía por meta un imposible como era  llegar a Lima por allí, cuestión que Don Manuel ya sabía. Sólo aceptó  continuar por las presiones de Buenos Aires. Luego, la lamentable  experiencia de Rondeau. Por último el intento también fallido de  Lamadrid, enviado por Belgrano para auxiliar la feroz represión de que  eran objeto los ejércitos montoneros de los caudillos altoperuanos luego  de Sipe Sipe.
La Revolución continental Juana Azurduy es la máxima heroína de la  Independencia Americana y su vida un verdadero ejemplo de la entrega a  la revolución y a la lucha por la libertad de sus semejantes. El Alto  Perú era el corazón del sistema colonial español y del genocidio  indígena. Allí los indios enviados al socavón del Potosí eran despedidos  para nunca más volver. Morían a los veinte años de edad con los pulmones  perforados, a los dos años de llegar a la bocamina. Allí todas las  injusticias eran realizadas en nombre del rey de España. Los azotes -las  arrobas- eran el trato habitual para el indio. Juana, una hermosa mujer  de familia criolla, habría podido tener una vida acomodada de mujer  casada. En lugar de ello prefirió el combate sin cuartel por la  libertad. En esa lucha perdió de la manera más cruel a sus cuatro hijos  pequeños, destruidos por el hambre, las penurias y el paludismo. Vio la  cabeza de su esposo -el héroe Padilla- clavada en una pica carcomida por  los gusanos. Vio a los ejércitos elitistas porteños, subir hasta la  garganta del Desaguadero y ser destruidos uno tras otro por las tropas  del Virrey del Perú. Arrogantes al extremo de impedir que las fuerzas  guerrilleras -mejor capacitados que ellos para el Alto Perú- combatieran  como parte del ejército regular. Cada vez más deteriorados,  centralistas, autoritarios y cada vez más odiosos contra lo indígena. El  extremo fue el ejército corrupto, de Rondeau y Martín Rodríguez, que en  el colmo de su impericia hizo volver al General Arenales que oficiaba  -por orden de San Martín- como comandante de las montoneras, dejándolas  sin estrategia de conjunto. Martín Rodríguez por su parte, hizo su  aprendizaje de saqueo y enriquecimiento ilícito en el Alto Perú, para  luego continuarlo en la "feliz experiencia" de la restauración  rivadaviana posterior a 1820. Primero fue Castelli, que en su ejemplar  afán revolucionario no estuvo exento de un jacobinismo a veces  desmesurado, en particular por las actitudes iconoclastas del joven  Monteagudo. Belgrano intentó reparar luego, los excesos de su primo  Castelli. Él ayudó y premió a Juana y al coronel Padilla. Fue sin duda  la mejor de las expediciones, pero tenía por meta un imposible como era  llegar a Lima por allí, cuestión que Don Manuel ya sabía. Sólo aceptó  continuar por las presiones de Buenos Aires. Luego, la lamentable  experiencia de Rondeau. Por último el intento también fallido de  Lamadrid, enviado por Belgrano para auxiliar la feroz represión de que  eran objeto los ejércitos montoneros de los caudillos altoperuanos luego  de Sipe Sipe.
La Guerra gaucha montonera Luego de Vilcapugio y Ayohuma, pero en  particular a posteriori del desastre de Sipe Sipe en 1815, la situación  del Alto Perú se tornó terrible. El poder español impuso un terror  desenfrenado como política de ‘pacificación’ de la revolución  altoperuana. Decenas de miles de paisanos fueron pasados por las armas o  murieron en combate. Las torturas más atroces y los escarmientos más  crueles fueron aplicados a los guerrilleros mayoritariamente indios de  lo que hoy es Bolivia. 105 caudillos altoperuanos libraron la Guerra  Gaucha. "La Guerra de las Republiquetas" la llamó Mitre en su historia  oficial, para no usar la palabra montonera, pues su gobierno había sido  enfrentado por la montonera federal -y que él pasó a degüello de la  misma manera que los españoles- de todo el país. Fue la mayor guerra de  guerrillas del continente americano entre 1810 y 1825. De los 105 jefes  sólo sobrevivirían nueve, al final de la guerra. La mayoría moriría en  combate o sería bárbaramente ajusticiada por el terror de Abascal y  Pezuela. Sus cabezas serían clavadas en picas en las plazas de los  pueblos para escarmiento popular. La guerra de partidarios -partisanos-  montoneros o de recursos, la guerrilla del Alto Perú y la de Güemes en  Salta, fueron organizadas por el General San Martín veterano de la  guerra de guerrillas en España contra Napoleón. Pocos saben que esta  guerra sería el ejemplo que tomarían los patriotas italianos, franceses,  yugoeslavos, rusos, bielorrusos, ucranianos y griegos para luchar contra  la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Hasta allí llegaría  el rumor potente y victorioso de Juana de América y sus compañeros, pese  a que entre nosostros Doña Juana sea sólo una canción.
La historia oficial argentina prefirió olvidar a los gloriosos  revolucionarios del Alto Perú, por dos razones. Primero porque debido a  las infamias cometidas por los ejércitos porteños, lograda su  independencia en 1825 -y tal cual dejó entrever Ascencio Padilla en la  carta que envió al fugitivo Rondeau- el Alto Perú decidió independizarse  no sólo de España, sino también de Buenos Aires. Pasaría a llamarse  Bolívar primero y Bolivia después, pese a la oposición del Libertador  que comprendía que así ambas naciones perdían, pero el Alto Perú perdía  más. La medida a su vez profundizaba la balcanización de la América  unida que Gran Bretaña piloteaba a toda máquina apoyada en los Rivadavia  y García de cada ciudad-puerto del continente. La segunda razón del  olvido altoperuano en la historia argentina, obedece a razones más  abyectas. La guerra del alto Perú es esencialmente una guerra de indios,  de caudillos, de gauchos, de los patriotas de a caballo, del pueblo puro  de América. Ese mismo pueblo que las tropas porteñas destruirían una y  otra vez en la Banda Oriental, en el litoral o en el interior y  finalmente en el Paraguay. Además eran guerrilleros, caudillos militares  y habían ganado su grados -Manuel Ascencio Padilla fue designado Coronel  del ejército del Norte cuando su cabeza estaba ya clavada en una pica.  Juana Azurduy fue nombrada Teniente Coronel del ejército argentino a  pedido de Manuel Belgrano- en el combate. Reivindicar su memoria para la  historia oficial es nombrar lo innombrable. Lo gaucho. La "barbarie" de  Sarmiento, la lucha de los pobres. Reconocer que los indios, los  gauchos, los negros, los esclavos, los mestizos no eran inferiores sino  que por el contrario, lucharon con mayor tenacidad y desprendimiento que  la clase culta porteña por la libertad. Reconocerlo es negar el papel  rector de Buenos Aires en el destino americano que inventó el partido  unitario -y luego mitrista- y tanto daño hizo a la causa americana.  Mejor es olvidar. "No sólo son bolivianos -‘bolitas’- además son indios,  negros, matacos –monos".
Era verdad como demostraría San Martín que por el Alto Perú no se podía  llegar a Lima, pero Buenos Aires con la historia oficial oculta algo más  grave que explica el suplicio de la población altoperuana, jujeña y  salteña entregada a la represión genocida española. Buenos Aires pudo  haber liberado un gran ejército que tuvo combatiendo largo tiempo en la  Banda Oriental para auxilio de los pueblos del Norte. Sólo debía  reconocer -tal cual lo planteó Moreno en su Plan Revolucionario- que  Artigas debía comandar la guerra por la liberación de la Banda Oriental,  con sus gauchos y su pueblo, del cual era el jefe natural. Pero eso era  inadmisible para la elitista y exclusionista clase mercantil porteña. En  lugar de eso prefirieron entregar la Banda Oriental, primero a Portugal  -se lo propusieron en secreto Alvear, Alvárez Thomas y Pueyrredón- y  luego aceptaron su "independencia" colonial británica, que lograba así  crear otro Estado en la boca del Plata, impidiendo que la Argentina  tuviera el exclusivo control de los ríos de la Cuenca. Esa y no otra fue  la causa de todas las guerras contra Rosas, Caseros incluida. Cualquier  cosa antes de aceptar que los gauchos se manden a sí mismos o peor aún  que "nos manden". Con sólo enviar esas tropas al Alto Perú y  estacionarlas en Potosí -como señalaron Belgrano y San Martín- mientras  se preparaba el cruce de los Andes, el pueblo boliviano habría sido  salvado de sufrir lo indecible.
Juana Azurduy es la Revolución, es el pueblo en armas, son las mujeres  del pueblo en armas, que pelean junto a los hombres, igual o mejor que  ellos, que los mandan. Mujeres y hombres que destruyen ejércitos  completos, superiores en número y armamento. Armados con hondas,  macanas, lanzas, boleadoras, a fuerza de coraje y fiereza. Coraje y  fiereza que dan la decisión de luchar hasta el fin por la libertad, por  la justicia contra la opresión y el sometimiento de los semejantes.  Luego del asesinato de su esposo y de varios de los principales jefes  guerrilleros, Juana bajó a Salta y combatió junto a Güemes, quien la  protegió y le dio el lugar correspondiente. Luego del asesinato de  Güemes en 1821, Juana entró en una profunda depresión. En 1825 solicitó  auxilio económico al gobierno argentino para retornar a Chuiquisaca. La  respuesta del gobierno salteño resultó indignante, apenas le otorgó ‘50  pesos y cuatro mulas’ para llegar a la ‘nueva nación de Bolivia’. Doña  Juana murió a los 82 años en la mayor pobreza. "Juana avanzaba casi en  línea recta, rodeada por sus feroces amazonas descargando su sable a  diestra y siniestra, matando e hiriendo. Cuando llegó a donde quería  llegar, junto al abanderado de las fuerzas enemigas, sudorosa y  sangrante, lo atravesó con un vigoroso envión de su sable, lo derribó de  su caballo y estirándose hacia el suelo aferrada del pomo de su montura  conquistó la enseña del reino de España que llevaba los lauros de los  triunfos realistas en Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz."
(1) Por esta acción en la batalla del Villar, en 1816, Juana Azurduy fue  ascendida por Belgrano al grado de Teniente Coronel del Ejército de las  Provincias Unidas.
(1) O’Donnell Pacho. Juana Azurduy. Planeta. 1998
* Artículo publicado por la Revista Lilith de marzo de 2005. Buenos  Aires.
Fuente: La Fogata
  Juana  Azurduy, Coronela del Ejército Libertador
Juana  Azurduy, Coronela del Ejército Libertador
Por Colectivo de Base de la Central de Trabajadores de la Argentina, en el Día  Internacional de la Mujer
Cuando Clara Zetkin, propuso, uniendo el repudio al magnicidio, de las  compañeras obreras textiles, de Nueva York (había sucedido en febrero) y el paro  de las obreras textiles rusas, hacia el final de mismo mes de 1917, 8 de marzo  para nuestro calendario, que encendieron la chispa de la Revolución Rusa, con  seguridad no sabía, que ese mismo día pero de 1781, nacía la compañera  guerrillera, que alcanzando el grado de Coronel, del Ejército Libertador, luchó  contra el ejército genocida del imperio español, perdiendo, en el campo de  batalla, a su compañero y cuatro de sus 5 hijos, nos referimos a JUANA AZURDUY.  De haberlo advertido, hubiera reconocido el homenaje, en virtud, de lo que  sostenía su entrañable amiga y compañera Rosa Luxemburgo, la necesaria unidad  entre el proletariado europeo y los originarios de América Latina. Clara  entonces, hubiera hecho un extraordinario panegírico, ya que la ética del pasado  es siempre la estética del presente. En homenaje, al coraje de nuestras  compañeras, que hunden su impronta, en esta bellísima mujer, relataremos algunos  hechos que la colocan en la cúspide de nuestro heroísmo patrio, ése, el  necesario, para la construcción de la gran NACIÓN SUR AMERICANA.
Siempre vestía en combate, una túnica escarlata con franjas y alamares de oro y,  un ligero birrete con adornos de plata y plumas blancas, afirmando su condición  de mestiza y sembrando el terror entre la soldadesca española, ya que fue capaz  de ir a combate, con sable en mano (el que le diera el General Belgrano, con el  grado de teniente coronel) y, su hija, recién nacida en el otro brazo. Pero  antes, un 25 de mayo de 1809, subleva al pueblo de Chuquisaca, revolucionando el  Virreinato del Río de la Plata desde el Alto Perú.
Cuando después del Vilcapugio y Ayohuma, el General Goyeneche, osa ofrecerle  todo tipo de garantías y de honores, un cargo bien remunerado y también una  importante suma de dinero para que abandone la lucha.
Doña Juana no vacila un segundo, dirá:
"Qué chapetones éstos, me ofrecen mejor empleo ahora que me porto mal que antes  cuando me portaba bien" y, le contestará por escrito: "Con mis armas haré que  dejen el intento, convirtiéndolos en cenizas, y que sobre la propuesta de dinero  y otros intereses, sólo deben hacerse a los infames que pelean por su  esclavitud, no a los que defienden su dulce libertad como yo lo hago a sangre y  fuego" Juan Hualparrimachi, su lugarteniente, mestizo como ella, de gran valor y  eximio poeta, eternamente enamorado de su coronela, que moriría en desigual  combate, contra las siempre bien pertrechadas tropas enemigas, poniendo el pecho  a la descarga de fusilería, dirigida a acabar con JUANA, premonitoriamente  escribiría el siguiente poema en quechua:
¿Chekachu, urpílay,
Ripusaj ninqui,
Caru llajtata? 
¿Manan cutinqui?...
"Rinayqui ñanta
Ckabuarichibuay,
Nauparisuspa, buackaynillaybuan
Chajcbumusckayqui.
"Rupbaymantari, nibuajtiyquiri,
Huackayniyllari,
Ppuyu tucuspa
Llantuycusuncka.
"¡Aucharumij buabuan!
¡Auca Kakaj churin!
¿Imanasckataj
Sackeribuanqui?
Traducción de Joaquín Gantier:
¿Es verdad, amada mía que dijiste,
me voy muy lejos para no volver?
Enséñame ese camino, que adelantándome,
Lo regaré con mi llanto.
Cuando me digas del calor del sol,
mi llanto, en nube convertido te hará sombra.
¡Hijo de la piedra! ¡Hijo de la roca!
¿Cómo me has dejado? 
 En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus órdenes  6000 indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas  lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la  muerte. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses,  ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817, Juana  al frente de cientos de cholos, recuperó la cabeza de su compañero.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo,  perdió toda colaboración de los porteños. Decidió dirigirse a Salta a combatir  junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser sorprendida  por la muerte de éste, en 1821. Regresa junto a su hija de 6 años, pero recién  en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos. En 1825 se  declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre fue nombrado presidente  vitalicio. Éste, le otorgó a Juana una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo  el gobierno de José María Linares. Doña Juana terminó sus días olvidada y en la  pobreza, el día 25 de mayo de 1862, cuando había cumplido 81 años. Sus restos  fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se  construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Güemes, cuando vagaba  pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:
"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el  grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de  las provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de  V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo  inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución". Aunque animada de  noble orgullo también Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que  sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros,  se presentó en su humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje  a tan gran luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de  los demás, y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su  propio apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60  pesos que luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la  caudilla:
"Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido  sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; más el cielo  que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E.  quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados  todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de  una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis  lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para  presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en  consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido, el  sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme". Para terminar, en  este día, como glorioso homenaje a nuestras compañeras, las de la Clase Obrera y  el Campo Popular en su conjunto, reproducimos las cartas que se cruzaran, las  dos gigantes de Sur América:
 
 MANUELA SÁENZ Y JUANA AZURDUY, CORONELAS DE LA REVOLUCIÓN
Se conocieron estas mujeres extraordinarias, en Charcas, diciembre de 1825.  Manuelita, ascendida en el campo de Ayacucho, por el propio Sucre; Doña Juana,  por el Libertador. Dos mujeres sublimes. Salud a ellas! Charcas, 8 de diciembre  de 1825
Señora
Cnel. Juana Azurdui de Padilla
Presente.-
Señora Doña Juana:
El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió al compartir  con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano, la visita  que realizaron para reconocerle sus sacrificios por la libertad y la  independencia.
El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha  conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron acompañados  de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante  los años más difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la  memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los recuerdos que  la gente tiene del Caudillo y la Amazona.
Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi  sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando usted disponga, para conversar y  expresarle la admiración que me nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de  ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que  ellos le han ganado.
Téngame, por favor, como su amiga leal.
Manuela Saenz.
Cullcu, 15 de diciembre de 1825
Señora Manuela Saenz.
El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales, convalidaron el rango de  Teniente Coronel que me otorgó el General Puyrredón y el General Belgrano en  1816, y al ascenderme a Coronel, dijo que la patria tenía el honor de contar con  el segundo militar de sexo femenino en ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó  su entusiasmo cuando se refirió a usted.
Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha sido  fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo como los chapetones  contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de  nuestro padre Bolívar. López de Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en  combate; Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina; Tardío contra  quién yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa Verde y la Recoleta, cuando  tomamos la ciudad junto al General ciudadano Juan Antonio Alvarez de Arenales. Y  por ahí estaban Velasco y Blanco, patriotas de última hora. Le mentiría si no le  dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco,  Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a caballo,  hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad.
No me anima ninguna revancha ni resentimiento, solo la tristeza de no ver a mi  gente para compartir este momento, la alegría de conocer a Sucre y Bolívar, y  tener el honor de leer lo que me escribe.
La próxima semana estaré por Charcas y me dará usted el gusto de compartir  nuestros quereres.
Dios guarde a usted. Juana
Fuente: www.cta.org.ar
 Por Verónica Engler
25 de mayo. Aun cuando más de una biografía intente  reparar de alguna manera el olvido al que se condenó la participación de las  mujeres en las históricas luchas revolucionarias, ellas estuvieron allí no sólo  como excepción, sino como motores de una línea de acción incluso más radical que  la de sus compañeros.
”Dar la vida por la patria/ es hazaña de más fama/ que llevado del amor/ dar la  vida por su dama”, rezaban los versos anónimos que circulaban por las calles de  la Buenos Aires colonial los días previos a la Revolución de Mayo –que  desembocaría en la formación del primer gobierno, independiente de la metrópoli  española, del país que luego sería Argentina–.
Los varones, por supuesto, eran los abanderados indiscutibles de la gesta  independentista. Las chicas, en todo caso, participaban sin nombre propio,  cosiendo banderas o arrojando aceite caliente desde las azoteas cuando las  tropas reales se abalanzaban contra la insurgencia criolla.
Sin embargo, aunque pocos lo vieran por ese entonces, el levantamiento del 25 de  mayo de 1810 tuvo su inspiración más directa en la asonada chuquisaqueña que  justo un año antes había comenzado a resquebrajar el poder virreinal en la  región del Alto Perú (que correspondió aproximadamente al territorio de la  actual República de Bolivia). En esa insurrección primigenia de 1809 –precedida  por decenas de levantamientos indígenas cruentamente reprimidos– tuvo su  bautismo de fuego una de las más aguerridas luchadoras por la independencia  latinoamericana: Juana Azurduy, una heroína que supo estar al frente de un  ejército de indias, mestizas y criollas –apodadas las Amazonas– dispuestas a dar  la vida por la liberación de sus pueblos del yugo español.
En su libro Juana Azurduy y las mujeres en la revolución Altoperuana, la  historiadora Berta Wexler –del Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las  Mujeres de la Universidad de Rosario– demuestra que las mujeres condujeron y  participaron en acciones de guerra, discutieron estrategias y asumieron  consecuencias como la tortura y la muerte.
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 De acuerdo con la tesis que abona Wexler, hasta no hace tanto, el  rescate de estas guerreras se realizó mediante dos operaciones: o se les  atribuía cualidades, destrezas y sentimientos masculinos; o se las relacionaba  forzadamente con la maternidad, de manera que se resaltaban sus capacidades  reproductivas y se ocultaba solapadamente el rol político que estas mujeres  jugaron. Por ejemplo, en Bolivia se festeja el Día de la Madre el 27 de mayo,  fecha en que las Mujeres de Cochabamba, en 1812, participaron de un asalto al  cuartel general en la ciudad ante un ataque de tropas reales en el cerro de la  Coronilla. Eran treinta mujeres del sector popular –mestizas e indias– a las que  el militar español José Manuel de Goyeneche dio la orden de matar como  represalia.
“Este colectivo de mujeres se desempeñó en los contextos público y privado de  una manera que resultó novedosa para sus contemporáneos. En las luchas por la  independencia se rompió con los cánones de la organización social de género de  la época”, destaca la investigadora.
“La historiografía, como muchas disciplinas, ha estado construida bajo  categorías analíticas androcéntricas. Es el hombre el centro y el eje sobre el  cual giran, avanzan y se explican los sucesos históricos. Es el hombre quien  protagoniza y le da importancia al desarrollo de la humanidad”, reconoce Martha  Noya Laguna –directora del Centro Juana Azurduy, en Sucre, Bolivia– en el  prólogo a la edición boliviana del libro de Wexler. “Los historiadores han  logrado que el imaginario social asocie los hechos históricos importantes con el  ‘hombre’, no sólo en un sentido biológico, sino enmarcado dentro de un concepto  cultural y de género.” Es habitual leer en documentos que contienen información  sobre las luchas emancipatorias de América del Sur que las mujeres luchaban con  “virtudes sensibles”, mientras que los caballeros eran los que tenían  “profesionalismo militar”.
Los bronces de las plazas argentas y los libros de texto que todavía se utilizan  en clase son un claro ejemplo de esa historia oficial, contada en masculino y  jalonada sólo por las acciones heroicas de algunos varones. “Parecería que  siempre estuviéramos embarazadas, pariendo o cocinando”, sintetiza la  historiadora Fernanda Gil Lozano, integrante del Instituto Interdisciplinario de  Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y coautora de  Historia de las mujeres en Argentina (Alfaguara).
Para conformar una renovada historia social argentina, Gil Lozano considera  imprescindible resituar a las mujeres, deslizarlas desde el lugar marginal al  que fueron confinadas en los relatos tradicionales hacia el centro de la escena.  Esta operación tiende no sólo a hacer visibles a las mujeres sino también a  elevarlas a la categoría de sujetos dignos de la Historia, “entendida como un  relato global que, aunque heterogéneo y complejo, pueda dar cuenta de los  diferentes sectores que formaron en el pasado a la sociedad argentina, sin  connotaciones androcéntricas ni prejuicios sexistas”.
La participación de las mujeres en situaciones de guerra o enfrentamientos  bélicos en muchos casos estuvo vinculada con el apoyo a familiares, garantizando  la logística militar y haciendo conexiones como emisarias o espías. Estas  modalidades, determinantes en un momento dado, no sólo no fueron valoradas, sino  que no fueron recogidas, analizadas e incorporadas a la historia.
“Nuestra línea museológica es crítica de la historiografía oficial que registra  sólo a mujeres excepcionales”, asume Graciela Tejero Coni, una de las  integrantes del Museo de la Mujer de Argentina. “Con esta actitud encubren, por  un lado el papel subordinado y de discriminación del conjunto de las mujeres en  la sociedad, y por otro que en los momentos clave no fueron una ni dos mujeres  sino un colectivo de ellas las que participaron e hicieron posible los  históricos cambios sociales.” Claro que Tejero Coni no niega que hay, hubo y  habrá “mujeres excepcionales”, entre las que destaca a Martina Céspedes, una de  las grandes luchadoras en el proceso independentista, cuando ocurrieron las  invasiones inglesas en 1806 y 1807. “Una historia menos conocida fue la de  Manuela Pedraza, tucumana que le quita el fusil al invasor inglés y por tal  motivo va a ser nombrada subteniente de infantería –agrega Gil Lozano–. También  otra mujer pensante y sabia fue María Magdalena Güemes, operadora política de su  hermano Martín.”
En la misma línea que Tejero Coni, Cecilia Merchán, del Programa de  Fortalecimiento de Derechos y Participación de las Mujeres del Consejo Nacional  de Políticas Sociales, destaca: “La colaboración de mujeres campesinas e  indígenas con los guerreros patriotas, proporcionando albergue e información  sobre los movimientos de las tropas realistas y trabajo para mantener las  cosechas durante la guerra constituyeron elementos sustanciales en favor de la  causa de la independencia, muchas veces olvidados por la historiografía  oficial”.
Merchán es la encargada de coordinar en 15 provincias argentinas la cátedra  libre Juana Azurduy –que se desarrolla en la Universidad de las Madres y en  universidades nacionales–. “Elegimos el nombre de Juana Azurduy para este  programa porque creemos que sacar del anonimato a las mujeres que marcaron  nuestra historia es fundamental para poder avanzar en el reconocimiento actual  de la participación de las mujeres en la vida social y política argentina. Y  porque ella fue parte de una lucha que aún hoy libramos: la de la independencia  latinoamericana”, interpela.
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 La historiadora Lucía Gálvez observa en Las mujeres y la patria  (Ed. Punto de Lectura) que para la época en que el fervor revolucionario se  contagiaba aceleradamente por el sur de América, las mujeres tuvieron mucha más  libertad de movimiento y opinión que hacia fines del siglo XIX, cuando las  posiciones más conservadoras ganaban terreno en los gobiernos de la región.
Las damas de mejor posición económica donaron dinero y joyas para comprar armas,  y también prestaban sus viviendas para reuniones de las que participaban a viva  voz. “Los más célebres salones de la época fueron las casas de Ana Riglos,  Melchora Sarratea y Mariquita Sánchez de Thompson –cuenta Gil Lozano–. Otro  living importante, donde se cocinó la revolución, fue el de Casilda Igarzábal de  Rodríguez Peña, que entre 1804 y 1810 reunió una de las primeras sociedades  secretas de la emancipación americana, el llamado Partido de la Independencia,  que integraron Juan José Castelli, Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña, Manuel  Belgrano, Juan José Paso y Martín Rodríguez entre otros.”
Fueron muchas y variadas las acciones en las que participaron mujeres de  orígenes diversos durante el proceso independentista que siguió a los  levantamientos de Mayo, tanto en el Río de la Plata como en el Alto Perú. “En  líneas generales veo a las mujeres más radicalizadas que a los varones –evalúa  Gil Lozano–. Pero pienso que el tema tiene otras complejidades, donde la etnia y  la clase no son un detalle menor.”
Juana Azurduy y su marido Manuel Ascencio Padilla –uno de los partícipes  destacados en la lucha por la emancipación latinoamericana– practicaron guerra  de guerrillas, como forma de insurgencia indígena y no de ejércitos regulares,  para derrotar a la Corona y defender sus tierras. “Esta alianza de criollos,  mestizos e indígenas no fue lo que predominó, salvo en las acciones de Castelli  o Belgrano”, acota Tejero Coni.
Otro ejemplo de alianzas inusitadas fue esa gran emigración de 1812 conocida  como el Exodo Jujeño, cuando la población de Jujuy y también de Salta y Tarija  abandonó sus hogares y arrasó con todo lo que dejaba atrás con el objetivo de  que las fuerzas realistas no pudiesen aprovechar ninguno de sus bienes y no  encontraran víveres para aprovisionarse. “En el Ejército del Norte al lado de  Belgrano pelearon, entre otras, mujeres del pueblo que se unían a la lucha a  cada paso y para desempeñar diferentes roles. Algunas de las más conocidas  fueron Martina Silva Gurruchaga que ya había obtenido grado militar, María Elena  Alurralde de Garmendia, esposa de un español, María Remedios del Valle, más  conocida como la Capitana, y Pascuala Balvás. Muchas de ellas terminaron sus  días sin reconocimiento oficial y en la más absoluta pobreza”, señala Berta  Wexler.
Las mujeres argentinas, principalmente las del interior, participaron  activamente en las guerras civiles. Al igual que Juana Azurduy, junto a Martín  Miguel de Güemes combatió Cesárea de la Corte de Romero González. Vestida de  hombre luchó contra los españoles y luego contra la hegemonía porteña. También  María Magdalena Dámasa Güemes, “Macacha”, hermana del caudillo salteño, se  destacará por su defensa de la emancipación: auxilió heridos en el campo de  batalla, llevó a cabo arriesgadas misiones de espionaje y participó activamente  en la vida política de la provincia.
En 1862, Eulalia Ares de Vildoza fue jefa de una insurrección de mujeres en  Catamarca que depuso al gobernador de esa provincia, que se negaba a entregar el  mando al nuevo funcionario electo.
Otro ejemplo de bravura es el de Victoria Romero, esposa y compañera de Angel  Vicente Peñaloza, general de la Nación y caudillo de la provincia de La Rioja  enfrentado en la década de 1860 al gobierno de Bartolomé Mitre. Lo acompañó en  todas sus campañas militares, por lo que su figura se había hecho legendaria en  los llanos riojanos.
Las mujeres jugaron roles cruciales en cada uno de los procesos socio-políticos  de nuestra historia. Muchas veces forzaron los límites de los cánones de su  época que veía sus valientes acciones en el frente de batalla como “poco comunes  para las de su sexo”. “La misma sociedad machista no las dejaba ocupar lugares.  Por eso aparecen tan pocas. La historia del Alto Perú está cimentada sobre  héroes y heroínas anónimas. Algunas, reconocidas por la historia como Juana  Azurduy y las de la Coronilla. Estamos en la tarea de descubrir otras más”,  cuenta Wexler.
Los mecanismos para invisibilizar la presencia femenina son de larga data, “no  enseñarnos a escribir, mandar a varones a describir los hechos y manejarse con  la biologización de la experiencia de las mujeres”, ejemplifica Gil Lozano.
“Quienes escribieron la historia se encargaron de que no apareciera la lucha del  pueblo y, dentro de esa lucha, mucho menos la de las mujeres. Nada sabemos de la  participación de las mujeres en la lucha independentista como conjunto de masas.  Esto no es casual sino que es una búsqueda deliberada de sacar a las mujeres del  centro de las decisiones sociales, políticas y militares de cada época”, dispara  Cecilia Merchán.
Más allá del furor de la última década por la novela histórica, que muchas veces  recupera nombres de heroínas sin recomponer la densidad que les quitó el olvido  –todas suelen ser víctimas de su propio desequilibrio y su mérito es ostentar  mayor valor que el de su hombre–, de las historias que van saliendo a la luz se  nutre una historiografía capaz de promover una nueva mirada sobre el pasado.  Pero todavía faltan relatos que provoquen, primero, la posibilidad de imaginar  las mujeres que nos precedieron.
Fuente: Página/12, 26/05/07
  Una  biografía de Juana Azurduy
Una  biografía de Juana Azurduy
Por Elizabeth Fernández e Irene Ocampo (RIMA)
Juana Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el  12 de julio de 1780. Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y  Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su  familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará. Trabajará en  el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e  indios. A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará  a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia será  conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será  enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Se rebelará contra la rígida  disciplina, promoviendo reuniones clandestina, donde conocerá la vida de Túpac  Amaru y Micaela. Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que  le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada. De regreso a su región  natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios  y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel  porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784.  Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de  Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy.
Manuel Padilla, hijo, establece una relación de profunda amistad con Juana. Éste  frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con Juana, su conocimiento  por la revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la libertad, la  igualdad, la fraternidad. Conoció los nombres de: Castells, Moreno, Monteagudo.  El 8 de marzo de 1805 contrajeron matrimonio, y tuvieron tres hijos: Marino,  Juliana y Mercedes.
| Juana Azurduy (Letra: Félix Luna - Música: Ariel Ramírez) Juana Azurduy, flor del Alto Perú: no hay otro capitán más valiente que tú. Oigo tu voz más allá de Jujuy y tu galope audaz, Doña Juana Azurduy. Me enamora la patria en agraz, desvelada, recorro su faz; el español no pasará con mujeres tendrá que pelear. Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tú. Estribillo Truena el cañón, préstame tu fusil que la revolución viene oliendo a jazmín. Tierra del sol en el Alto Perú, el eco nombra aún a Tupac Amaru. Tierra en armas que se hace mujer, amazona de la libertad. Quiero formar en tu escuadrón y al clarín de tu voz atacar. | 
 Gozaron de una buena posición económica, pero Don Manuel como era criollo no  pudo participar de cargos en el cabildo. Con la caída de Fernando VII bajo la  ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo la revolución de Potosí.
Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta y  triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en  el levantamiento de La Paz. Un años después el general Vicento Nieto asumió la  Real Audiencia, y condenó a la cárcel y a las mazmorras a todos aquellos que  participaron de los levantamientos, entre ellos Padilla. Juana defendió con  rebenque en mano su propiedad ante los realistas. Al año siguiente de la  Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes, fueron la  pesadilla del ejército realista. Doña Juana quizo acompañarlos pero estaba  prohibida la presencia de mujeres en el ejército.
Su casa fue confiscada y debió ocultarse en la casa de una amiga. Manuel Padilla  se enfrentó con las tropas realistas utilizando el método de guerrillas, venció  en varias oportunidades y su nombre comenzó a convertirse en leyenda. Hacia 1813  los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el  ejercito, tarea a la cual se sumó ahora sí Juana. Su ejemplo hizo que muchas  mujeres se sumaran a la gesta. "En poco tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se  incrementó a límites casi míticos: los soldados de Padilla veían en ella la  conjunción de una madre y esposa ejemplar con la valerosa luchadora; los  indígenas prácticamente la convirtieron en objeto de culto, como una presencia  vívida de la propia Pachamama".
Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de  Bolivia, se le llamó la "Guerra de las Republiquetas". Durante este tiempo el  cacique Juan Huallparrimachi, músico, poeta y descendiente de los incas, se unió  a Juana Azurduy, fue su fiel lugarteniente. En el mes de marzo de 1814. Padilla  y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del  ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos.  Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La  Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos  pequeños. Allí se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, donde murieron Manuel  y Mariano, antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi, llegaran en auxilio. De  vueltas en el refugio del valle de Segura murieron Juliana y Mercedes, las dos  hijas, de fiebre palúdica y disentería. "Dicen los biógrafos que comienza aquí  la guerra brutal contra los realistas:
"Padilla es cruel, es sanguinario (...) La guerra se ha desatado bárbaramente;  ya no es la ley del Talión la que prima, sino una ley más inhumana, por un  muerto se exigen dos, por dos, cuatro", afirma Gantier". "Juana Azurduy está  nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 con Padilla y su  tropa, en el cerro de Carretas. Y Juana Azurduy sufre ya los dolores de parto  cuando escucha las pisadas de la caballería realista entrando en Pitantora.  Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nace junto al Río Grande  y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores de la vida  revolucionaria".
Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja con el tesoro de sesenta  mil duros, el botín de guerra con el que contaban para su supervivencia las  tropas revolucionarias, y que Juana Azurduy custodiaba con celoso fervor. Juana  se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el  General Belgrano.
Feroz y decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se  zambullieron en el río. Lograron llegar con vida a la otra orilla. La hija  recién nacida quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante  el resto de los años en que su madre continuó luchando por la independencia  americana. En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus ordenes 6000  indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron  poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte.  Manuel Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde la nombraba teniente  coronel. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses,  ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817 Juana  al frente de cientos de cholos la recuperó.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo,  perdió toda colaboración de los porteños. Juana decidió dirigirse a Salta a  combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser  sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Decidió regresar junto a su hija de  6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco  pesos para poder regresar. En 1825 se declaró la independencia de Bolivia, el  mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Este le otorgó a Juana una  pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Doña  Juana terminó sus días olvidada y en la pobreza, el día 25 de mayo de 1962  cuando estaba por cumplir 82 años. Su restos fueron exhumados 100 años después,  para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Guemes, cuando vagaba  pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:
"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el  grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de  las provincias de Cbarcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de  V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo  inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. Aunque animada de  noble orgullo tam
"Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que sorpresivamente Simón  Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su  humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje a tan gran  luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de los demás,  y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su propio  apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que  luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la caudilla: "Sólo el  sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre  cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que  señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso  regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos  los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una  numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis  lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para  presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en  consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el  sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme".
Fuentes: Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy, "Mujeres de la  Política Argentina", Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2001. Graciela  Batticuore, Juana Azurduy en "Mujeres Argentinas, El lado femenino de nuestra  historia", Maria Esther de Miguel, Editorial Extra Alfaguara, Buenos Aires,  Argentina, 1998. Pancho O´Donnell, "Juana Azurduy, La Teniente Coronela",  Editorial Planeta.
Jueves 27 de mayo
RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina, Rosario, Santa Fe, Argentina
Fuente: Rebelión
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